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EDITORIAL

Lamentable show de Sánchez en Kiev

Quizá todavía había quién no le veía capaz de usar una guerra para una campaña de imagen personal. Este jueves habrán comprobado que se equivocaban.

Si algo ha demostrado Pedro Sánchez es su capacidad para, desde la amoralidad más absoluta, intentar sacar partido de cualquier circunstancia por desgraciada que esta sea. Lo hizo con la pandemia y sus absurdas comparecencias en el peor estilo aló presidente, mientras los españoles morían a miles en sus casas, residencias y hospitales; lo hizo en La Palma cuando viajó en repetidas ocasiones sin llevar nada más que vagas promesas que nunca se han cumplido; y, por último, lo ha hecho ahora en Ucrania, con una lamentable visita en la que tampoco ha llevado a Kiev más que vacuas palabras de condena, caritas de consternación y compromisos de entrega de material militar que ya deberían haberse materializado hace semanas.

Pese a que desde el mismo momento del estallido del conflicto por la invasión rusa Sánchez y su gobierno no han dejado de culpar a Putin de los resultados de su disparatada política económica, quizá todavía había quién no les veía capaces de usar una guerra para lanzar una campaña de imagen personal. Este jueves habrán comprobado que se equivocaban.

Sí, está claro que visitar un Kiev del que las tropas rusas ya se han alejado es un gesto de apoyo a Ucrania, pero a estas altura ya no supone un acto de valentía –la situación, de momento, está más que controlada– y, sobre todo, lo que los ucranianos necesitan no son gestos, sino realidades que vayan mucho más allá de tener "una determinación clara de condenar", como ha acuñado el propio Sánchez en una frase tan ridícula como reveladora de a lo que de verdad están dispuestos no sólo el presidente, sino la mayor parte de los políticos occidentales: a condenas retóricas que cabrían en un mísero tuit.

Habrá quien dirá que España se ha comprometido este jueves a un importante envío de armas a Ucrania. Lo cierto es que, para empezar, las cantidades de las que se habla no son en realidad tan formidables –¿30¡ camiones y 10 vehículos ligeros para un ejército de centenares de miles de hombres?– y, sobre todo, que ese envío se habría podido hacer sin necesidad de que Sánchez se diese un baño de medios y luciese palmito por las castigadas calles de Kiev.

El problema de Sánchez, no obstante, es que tal y como ha llegado tarde a la capital de Ucrania –ahora esta operación de imagen ya no tiene el efecto que tenía hace unas semanas, cuando sí se transmitía una verdadera sensación de estar jugándosela– está llegando tarde a todo lo demás y sus gestos o sus iniciativas no tienen más recorrido que llenar las portadas durante no más de medio día, para ser olvidadas al siguiente.

Si en Moncloa y en el PSOE creen que ver al presidente hecho un figurín junto al siempre austero Zelenski va a hacer que la gente se olvide de su desastrosa gestión, de la complicadísima situación económica, de los precios de la energía o de sus pactos con proetarras y golpistas sólo nos queda esperar y desear que esa ceguera política se mantenga al menos hasta después de su salida de Moncloa, que de seguir así será segura.

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