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EDITORIAL

Pacto PP-Vox en Castilla y León: la normalidad

Si hubiese alguna duda de que el pacto es bueno para la región y para España, sólo habría que observar la reacción de la izquierda para despejarla.

Si hubiese alguna duda de que el acuerdo de gobierno entre el PP y Vox en Castilla y León es bueno para la región y para España, sólo habría que observar la reacción de la izquierda para despejarla: si personajes como Adriana Lastra, colega de los bildutarras, o el chavista sobrecogedor Íñigo Errejón se llevan las manos a la cabeza es que se trata de una gran noticia.

Si no fuese tan indignante sería completamente risible que quienes pactan con etarras y golpistas anden dando lecciones sobre con quién es legítimo formar un Gobierno. Félix Bolaños hablando de "valores constitucionales", cuando no deja de negociar prebendas y privilegios con quienes quieren dinamitar el orden constitucional y acabar con la Nación, es igual de impresentable que su defenestrado semejante Iván Redondo. Ellos y su amo, Pedro Sánchez, son exactamente lo que parecen.

Por mucho que la izquierda se rasgue las vestiduras, el pacto alcanzado en Castilla y León no sólo es bueno, sino que era el único posible y el más acorde con lo expresado por los castellano-leoneses en las urnas: PP y Vox lograron prácticamente el 50% de los votos y una mayoría parlamentaria holgada, lo único que puede dar estabilidad institucional a la legislatura que acaba de echar a andar.

Vox tuvo muy claro desde el primer momento que no había otra opción; por el contrario, el convulso PP ha sido mucho más remiso, incluso su anterior cúpula llegó a apostar por la repetición electoral, tal y como dejó claro Pablo Casado en el disparatado discurso que pronunció en sus últimos momentos como líder real de los populares.

Afortunadamente, Alfonso Fernández Mañueco y Alberto Núñez Feijóo han entrado en razón y comprendido que el PP no se podía enfrentar a otras elecciones, y que de alguna forma tenían que asumir el coste que han supuesto una convocatoria electoral menos oportuna de lo que parecía y una campaña electoral desastrosa.

Tras este acuerdo, tanto Mañueco como Feijóo se darán cuenta por fin de que Vox es su aliado natural y de que no les supone el coste abrumador que algunos analistas comidos por el complejo predicen, dando credibilidad y predicamento a una izquierda que califica a Vox de extrema derecha de la misma forma falaz con que antes le decía lo mismo al propio PP o a Ciudadanos.

Se pongan como se pongan Lastra, Bolaños o Errejón, la realidad es que la inmensa mayoría del electorado de centro-derecha da por descontado que, allí donde sea necesario, PP y Vox –cuyas ideas son perfectamente legítimas y, desde luego, infinitamente más respetuosas con el orden constitucional que las de Podemos– llegarán a un acuerdo. Una vez roto el mito, una vez ignoradas las acusaciones de extremismo que profieren los verdaderos extremistas, una vez normalizado lo que no puede calificarse sino de normal, va a ser mucho más sencillo construir la verdadera alternativa a este Gobierno social-comunista infame que nos lleva a la ruina y al colapso democrático.

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