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EDITORIAL

Parasitismo y matonismo sindical

A diferencia de los parásitos, los sindicatos no se limitan a vivir a costa de sus hospedadores, sino que usurpan su representación e incluso se permiten amenazarlos si no se pliegan a sus consignas

Conscientes de que buena parte de la población los considera corresponsables de que el desempleo haya superado en España los cinco millones de parados, los líderes sindicales no se deciden a convocar una huelga general en protesta por la reforma laboral aprobada por el Gobierno por el temor a que resulte un sonado fracaso de convocatoria. Muchos de ellos no dejan, sin embargo, de recurrir a la amenaza y al insulto, como es el caso del secretario general de UGT-Madrid, José Ricardo Martínez, quien ha vuelto este martes a recurrir al improperio y a la coacción contra todos aquellos que no comulgan con sus postulados. Martínez no sólo se ha permitido insultar a Aguirre, llamándola "reliquia cañí del tardofranquismo", sino que también la ha amenazado con una huelga general reducida a la Comunidad madrileña. Eso, por no reproducir las groseras palabras que también ha dedicado a los medios de comunicación que apoyamos la reforma.

Resulta, en cualquier caso, sintomático que los sindicatos se ceben contra Esperanza Aguirre, quien preside la Comunidad que mejor ha resistido y resiste el azote del desempleo. Pero ¿qué se puede esperar de este dirigente sindical que, por ejemplo, se opone a que los trabajadores puedan elegir gratuitamente a qué centro escolar envían a sus hijos mientras él lleva a los suyos a un colegio privado? ¿Qué racionalidad cabe esperar de quien, como un matón de barrio, durante la pasada huelga general amenazó a todos aquellos trabajadores que se atrevieron a enfrentarse a los piquetes coactivos y agresivos diciéndoles que "los tenemos localizados y vamos a intentar que conozcan el desempleo"?

Aun sin emplear el tono amenazante y grosero de Martínez, las declaraciones de Cándido Méndez tampoco dejan de resultar lamentables. Así, el máximo dirigente de UGT ha tenido la desfachatez de afirmar que, con la nueva reforma laboral, el "gobierno se desentiende del paro", al tiempo que ha acusado al Ejecutivo de haber entregado a los empresarios un "garrote".

Para empezar, aquí los únicos que emplean el "garrote" son los violentos piquetes que, con la condescendencia de los mandamases sindicales, amedrantan y coaccionan violentamente a los trabajadores que no quieren secundar sus huelgas. Así mismo, si actualmente queda una reliquia del franquismo es precisamente este anacrónico, coactivo y fascistoide modelo sindical que UGT y CC OO representan. Y, desde luego, si hay alguien que se ha desentendido del desempleo mientras percibían multimillonarias subvenciones han sido precisamente los sindicatos. Y es que, tal y como reflejaba, una reciente encuesta, nada menos que el 83,2 por ciento de los parados cree que los sindicatos no se han preocupado ni se preocupan de ellos.

A diferencia de los parásitos, los sindicatos no se limitan a vivir a costa de sus hospedadores, sino que usurpan su representación e incluso se permiten amenazarlos si no se pliegan a sus consignas. ¿Quién es el señor Cándido Méndez Martínez para prohibir a un desempleado que acepte un contrato de trabajo con una indemnización por eventual despido de 20 días, tal y como sí lo aceptaría un 64,9 por ciento de los parados, porcentaje que aun es mayor entre la población más joven? Si algo se le puede reprochar a la positiva reforma laboral presentada por el gobierno, es que aun tolere buena parte de los privilegios de esta casta coactiva y parasitaria que constituyen los sindicatos en España. Eso, y que no haya acompañado la reforma con una Ley de Huelga destinada tanto a garantizar el derecho al trabajo de quienes no quieren secundar los paros, como a impedir que la ciudadanía en general sea rehén de quienes, como los sindicatos, viven a costa de ella.

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