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Eduardo Goligorsky

Martillos de herejes en Cataluña

No es extraño que los observadores más ecuánimes propongan que este alzamiento no lo sofoque la Guardia Civil sino un equipo de psiquiatras.

No es extraño que los observadores más ecuánimes propongan que este alzamiento no lo sofoque la Guardia Civil sino un equipo de psiquiatras.
Anna Gabriel | EFE

Tenía que llegar la hora. Se hablaba mucho –y con razón– de la fractura de la sociedad catalana. Solo los astutos patrocinadores de la secesión negaban que este fenómeno tóxico existiera y se atribuían la representación de un pueblo homogéneo y disciplinado, que marchaba detrás de ellos y de su bandera sectaria estelada, que, para más inri, no es la enseña tradicional de Cataluña ni la nacional de España. La disociación era, por supuesto, evidente: Artur Mas, moderno Atila a cuyo paso no volvía a crecer la hierba, tomó la iniciativa cuando dinamitó su propio partido con una carga explosiva cuyos efectos secundarios se hicieron sentir en instituciones, empresas, clubes sociales y deportivos, círculos religiosos y peñas de amigos. Carles Puigdemont está completando el trabajo de demolición supervisado por los neandertales de la CUP.

Los números desmienten las patrañas de los secesionistas: estos nunca han tenido más que el 36% de los votos sobre el censo y el 47,8% sobre los emitidos. Sin embargo, las grietas no aparecían en la fachada. Hasta ahora.

Enconos reprimidos

Las élites tienen un instinto muy fino para captar la acechanza del peligro. Se parecen, en esto, a los animalitos que buscan refugio anticipándose a los desastres naturales porque los ha captado su sexto sentido. En el caso de las élites, la reacción consiste en cerrar filas, presionar a los factores de poder que tienen más cerca y hacer públicas las respuestas racionales a los problemas que plantean los descarriados. En Cataluña percibieron que su bienestar, sus libertades y los frutos de sus iniciativas empresariales y profesionales estaban amenazados. Y la fractura social que permanecía camuflada se hizo visible.

Aparecen manifiestos. Se movilizan políticos, juristas, empresarios e intelectuales, veteranos y novatos. Se destapan enconos reprimidos. Josep Antoni Duran Lleida descarga, por ejemplo, un torrente de verdades que debió de guardar en el armario durante mucho tiempo ("Drama, farsa y ridículo",LV, 23/6):

Crea consternación constatar cómo el Govern catalán, con la falacia de avanzar la hora de los éxitos, nos lleva con radicalidad al precipicio que es el peor de los fracasos.

(…)

¿No es sustituir la realidad afirmar que con la independencia unilateral Catalunya permanecerá en la UE? (…) ¿No se sabía que la Comisión de Venecia diría que no se puede hacer ningún referéndum que no se ajuste a la Constitución? ¿No se sabe que no habrá ningún organismo internacional que diga que España es un Estado autoritario? ¿No tenemos bastante con lo que han dicho Juncker, Tusk, Merkel… o, para no ir más lejos, Macron la semana pasada: "Tengo un solo interlocutor, socio y amigo. España entera"? ¡Dios mío, en manos de quién estamos!

(…)

En todo caso, quede claro que en Catalunya hay muchísimas personas que no estamos dispuestas a aceptar el chantaje de que o bien se está con el referéndum unilateral o bien integras la nómina de catalanes malos, fascistas y botiflers. ¡Basta! Un dirigente del proceso decía que el 1 de octubre había que optar por la dignidad o la imposición –¡siempre la épica!– y al preguntarle con quién estaba, respondió que con los demócratas. ¡Pues conmigo que no cuenten!

Un equipo de psiquiatras

La nómina de "catalanes malos, fachas y botiflers" crece a medida que se sienten más abrumados por la presión del chantaje de la nomenklatura embarcada en el referéndum ilegal. Un centenar de personalidades apela a la "dignidad democrática" para reclamar la suspensión de lo que no se atreven a llamar pucherazo aunque lo sea (LV, 30/1). Francesc-Marc Álvaro, "intelectual orgánico de los independentistas catalanes" (Antoni Fernández Teixidó dixit) da la voz de alarma ("Partidos para la derrota", LV, 22/6):

Con pocos días de diferencia se han presentado dos partidos que pretenden levantar la bandera del catalanismo no independentista desde el centroderecha: Lliures (inspirado por el ex convergente Fernández Teixidó) y Units per Avançar (inspirado por el ex líder de Unió Democràtica, Duran Lleida). (…) Ese algo que quieren reencontrar desde Lliures y desde UpA no es más que un electorado teóricamente autonomista, moderado, integrado por clases medias que basculan entre el centroderecha y el centroizquierda, y que quieren políticas híbridas que aseguren riqueza, bienestar, cohesión social y orden.

Le ofende, al martillo de herejes catalanes, que antiguos correligionarios suyos se dirijan a sus conciudadanos pensantes para exhortarlos a salvar su patrimonio material, cultural y moral, del naufragio en la ciénaga totalitaria que les está preparando el contubernio maximalista al que el mismo Álvaro pidió discreción y paciencia en más de una oportunidad. Discreción y paciencia son dos virtudes que estos contumaces nunca podrán asimilar: Oriol Junqueras "amenazó con paralizar durante una semana la economía catalana" (LV, 13/11/2013), y ahora las sectoriales de la ANC proponen "ir todos al mismo tiempo a sacar dinero del banco" si se veta el referéndum (LV, 26/6). No es extraño que los observadores más ecuánimes propongan que este alzamiento no lo sofoque la Guardia Civil sino un equipo de psiquiatras.

Ingredientes anarco-leninistas

Resignado, por lo visto, a ser él también radical, Álvaro arremete contra los empresarios del Cercle d'Economia, la mayoría de los cuales recibieron en Sitges al presidente Carles Puigdemont "con frialdad polar y algún gesto de mala educación". Tratándolo "como si fuera un apestado en vez de tratarlo como alguien que ostenta la máxima responsabilidad democrática" ("Empresarios y presidentes", LV, 29/5). Y para que nadie olvide los ingredientes anarco-leninistas que la CUP ha incorporado al proceso, añade:

La frialdad del recibimiento del Cercle en Sitges no daña a Puigdemont, al contrario. Nos recuerda que el proceso también es -desde el primer día- una lucha de clases posmoderna, que nace de la convicción de que los que más pagan para garantizar el sistema son también los más maltratados.

En su respuesta al arriba citado anatema de Álvaro contra los herejes catalanes, Antoni Fernández Teixidó hace hincapié en esta apropiación del independentismo por los partidarios de la lucha de clases y de la beligerancia contra el sistema presuntamente maltratador ("Lliures, en defensa del catalanismo", LV, 30/6):

Álvaro olvida que en Lliures defendemos que el proceso ha implicado una letal izquierdización de la política catalana. El PDECat y una parte del electorado se han desplazado hacia la izquierda porque inevitablemente el independentismo, si quiere tener éxito, tiene que ir ligado al izquierdismo. (….) Un hombre de orden como Francesc-Marc Álvaro, tendría que poder escribir, si quiere, que el llamamiento a la insumisión y a la desobediencia se sabe como empieza pero se ignora como acaba.

Un tiro en el pie

El maridaje entre los trepadores de la rancia clase política nacionalista y los energúmenos de la izquierda más atrabiliaria genera esperpentos fuera de serie. Así es como otro martillo de herejes catalanes, se disparó un tiro en el pie con una columna cargada de razones cuya conclusión equivale, literalmente, a un vómito sobre su propia tropa secesionista. "El vómito" se titula precisamente el artículo (LV, 1/7) en que Pilar Rahola despotrica contra la presentación, en una sala pública, del libro Stalin insólito, mamarracho que hace una apología desmesurada del dictador, al que califica de "líder obrero muy importante", y que asegura que los campos de deportación soviéticos, los temibles gulags, eran "fábulas del locuaz A. Solzhenitsin". Rahola pone el dedo en la llaga:

Nadie se ha movilizado, y menos desde la izquierda pura y dura, no se han elevado críticas indignadas, no se ha intentado parar el evento en la Fiscalía, y un partido del Ayuntamiento, la CUP, no solo no se ha asqueado de ver su ciudad contaminada por el negacionismo, el odio y la exaltación del mal, sino que ha cedido un local público a mayor gloria de la gloria de este asesino.

(…)

Primero fue la exposición de Franco, después una defensora del terrorismo palestino y ahora un elogio de Stalin: hay una izquierda que es de vómito.

Una verdad como la copa de un pino. Pero cuidado, señora Rahola, porque el vómito que usted reclama con justicia va a pringar el traje de su amado líder de la secesión, que marcha -prietas las filas- junto a esos crápulas de izquierda que usted denuncia con argumentos irrefutables. Crápulas que le dictan la hoja de ruta hacia la república chavista y le dosifican los votos para que siga siendo presidente de la Generalitat. Y cuidado, también, porque el vómito caerá sobre quienes, convertidos en martillos de herejes en Cataluña, teledirigen el operativo de involución totalitaria compartiendo tácticas y estrategias con esos archiconocidos crápulas de izquierda. Los detritos del estalinismo son la droga que el secesionismo se inyecta para tenerse en pie.

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