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Emilio Campmany

El genuino realismo exige derrotar a Putin

Si se quiere que la integridad territorial de las naciones se respete es indispensable que Putin no se salga con la suya.

Si se quiere que la integridad territorial de las naciones se respete es indispensable que Putin no se salga con la suya.
Manifestantes contra Putin y la invasión rusa de Ucrania | EFE

Muchos gobernantes europeos, especialmente en Francia, Alemania e Italia, creen que habrá que llegar a un acuerdo con Putin. Éste consistiría en dejarle Crimea, entregarle parte del Este y quizá también del Sur de Ucrania y obligar a Zelenski a suscribir el acuerdo a cambio de garantías de seguridad para lo que le quede de país. Y que el gas vuelva a fluir como el champán lo hacía en la feliz Europa de los años veinte del siglo pasado. Este planteamiento se nos presenta como una forma realista de ver las cosas frente al ñoño idealismo de pretender obligar a Rusia a desalojar todos los territorios ocupados, incluida Crimea. Piensan que el objetivo es inalcanzable porque, antes de sufrir tamaña humillación, Putin recurrirá a sus bombas atómicas, algo de consecuencias mucho más graves de las que tendría darle a Rusia unas provincias que a nadie importan y que encima están habitadas por rusoparlantes en mayor o menor proporción.

Es un error. Nos encontramos donde estamos porque el medroso Barack Obama y su generación de políticos europeos permitieron que Putin se adueñara por la fuerza de Crimea. No puede extrañar que al poco pidiera más. Si hoy se lo consentimos de nuevo, volverá a hacerlo. Al principio de la crisis hubo analistas que se quejaron de lo duro que había sido Occidente con la Rusia derrotada en la Guerra Fría. El problema es exactamente el opuesto. El error fue permitir que conservara su arsenal nuclear. La situación es parecida a la que provocaron las democracias liberales cuando derrotaron en 1918 a la Alemania Guillermina. La dejaron viva y en 1945 hubo que obligarla a aceptar la derrota incondicional con un coste humano y material enorme.

Ya es tarde para enmendar errores, pero al menos se puede evitar repetirlos. Si se quiere que la integridad territorial de las naciones se respete, si se desea que las potencias nucleares no sometan a las que no lo son, si se aspira a que no se desate la proliferación, es indispensable que Putin no se salga con la suya. Y, si es verdad que está dispuesto a tirar sus bombas atómicas y no es un farol (el mero hecho de que lo advierta hace sospechar que lo es), habría que recordarle, a él y a los líderes europeos que flaquean, lo que escribió Clausewitz: "Dado que la violencia física en todo su alcance no excluye en modo alguno la participación de la inteligencia, aquel que se sirve de esa violencia sin reparar en sangre tendrá que tener ventaja si el adversario no lo hace. Con eso marca la ley para el otro, y así ambos ascienden hasta el extremo sin que haya más barrera que la correlación de fuerzas inherente". O sea que quien incrementa su crueldad está invitando al enemigo que no quiera estar en desventaja a hacer lo propio. Lo que significa que, si Putin emplea bombas atómicas, Occidente debe ayudar a Ucrania con armas del mismo tipo. Lo que no puede hacerse de ningún modo, porque inauguraría un período de ley de la selva en las relaciones entre naciones, es consentir que Putin se anexione un territorio que no es suyo por la fuerza y bajo la amenaza del empleo de armas nucleares. Impedirlo no es sólo una ambición idealista, es una exigencia realista

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