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Eva Miquel Subías

La travesía del juglar

Recuerdo a ese juglar en la televisión, cuando los que ahora le dan la espalda aplaudían a rabiar la mordaz serie Som una meravella, donde se criticaba ese nacionalismo doméstico que ahora "los otros" han asumido como algo propio

Los catalanes estamos llenos de contradicciones, eso ya lo sabemos. De repente aparecemos en una aldea de Botswana con una mochila y el look Coronel Tapioca y acto seguido nos da el rampell y tenemos que recalar en algún momento en la casita de la Garrotxa, del Baix Empordà o del Maresme para tomar contacto con nuestras raíces y volver a respirar ese aire nuestro, cada vez más asfixiante.

Lo tenía claro Llach cuando cantaba al Pais Petit y decía aquello de "Diuen que els poblets tenen por, tenen por de sentir-se sols, tenen por de ser massa grans, tant se val! És així com m’agrada a mi i no en sabria dir res més." (Dicen que los pueblecitos tienen miedo, tienen miedo a sentirse solos, tienen miedo a ser demasiado grandes, ¡no importa! Es así como a mí me gusta y no sabría decir nada más. )

Confieso que cada vez que escucho al ahora exitoso viticultor, no me pregunten por qué, me emociono. Claro que una tiene la suerte de emocionarse al mismo tiempo con la Pradera, pero ese es un privilegio que sólo tenemos los que vivimos apartados de modelos estándar y lejos de encorsetamientos sociales e intelectuales. Alguna ventaja teníamos que tener.

Pues eso. Pero de entre los rincones del pequeño país, de vez en cuando aparece alguien que, acompañado tan sólo de su ironía, ingenio, talento y sabiduría decide valientemente rebelarse contra el sistema establecido y contra los representantes institucionales, algunos de los cuales siguen siendo los mismos que de forma incombustible –aunque algo más talluditos y con una tripilla más voluminosa de tanto "cruixent de cap i pota a l´ oli de festucs" oficial– siguen en las mismas poltronas retapizadas prácticamente desde el momento en el que esas administraciones empezaron a crearse. Las mismas desde las que se tienen ideas brillantes y que nada o poco coinciden con lo que la sociedad realmente demanda, aunque haciendo gala de su permanente e intrínseco espíritu contradictorio les vuelva a otorgar la confianza una y otra vez.

Recuerdo a ese juglar en la Televisión Española de Cataluña, cuando los que ahora le dan la espalda aplaudían a rabiar la mordaz serie Som una meravella, donde se criticaba ese nacionalismo doméstico que ahora "los otros" han asumido como algo propio pero con un toque algo más Eastender.

Y recuerdo también, unos años más tarde, cuando un insuperable Ramon Fontseré protagonizaba Ubú Presidente y haber visto escondido entre el público a algún que otro miembro del entonces Govern desternillarse de la risa y salir por la puerta de atrás, no fuera que el cese cayera sobre él al despuntar el alba.

Ha transcurrido más de una década desde entonces, los juglares han seguido mostrando su arte, que es lo que mejor saben hacer, y el largo camino que empezó en Pruit sigue su curso, no sin ciertos obstáculos, insultos y acusaciones de traición a la patria. Un buen conocedor de la sociedad catalana y madrileña y de muchos de los misterios que esconde la cultura en España, Santiago Fisas –consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid–, barcelonés de convicción y devoción, ha ofrecido al jefe de los trovadores la Dirección Artística del Teatro del Canal.

Y lo mejor de todo, Albert Boadella ha aceptado. Y yo digo: bravo por ti, juglar, bravo.

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