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DESDE GEORGETOWN

El gobernador texano

George W. Bush fue elegido gobernador de Texas en 1994. En la campaña había tenido que luchar contra dos adversarios. Primero su rival, la demócrata Ann Richards, gobernadora desde 1990, una figura popular y con gancho, aunque no suficiente para revalidar su mandato. El segundo era su nombre. Lo malo no eran los apodos con que lo bautizó Ann Richards, por ejemplo “shrub”, que es otra forma de decir “bush”, es decir “arbusto” en tono de desprecio; lo peor era la propia familia del candidato.

George W. Bush fue elegido gobernador de Texas en 1994. En la campaña había tenido que luchar contra dos adversarios. Primero su rival, la demócrata Ann Richards, gobernadora desde 1990, una figura popular y con gancho, aunque no suficiente para revalidar su mandato. El segundo era su nombre. Lo malo no eran los apodos con que lo bautizó Ann Richards, por ejemplo “shrub”, que es otra forma de decir “bush”, es decir “arbusto” en tono de desprecio; lo peor era la propia familia del candidato.
George W. Bush, con el típico sombrero texano.
Bush era conocido entonces por ser el retoño de una dinastía de políticos y financieros de la Costa Este, de esa elite que había explotado durante años la riqueza de Texas, según la leyenda patriótica local. Tardó mucho en quitarse de encima la imagen de señorito y niño bien. Por si fuera poco, su padre había sido un republicano moderado y centrista, muy lejos de la actitudes antiestablishment propias de quienes habían renovado el Partido Republicano desde el Oeste y el Sur de Estados Unidos. El propio George W. Bush perdió unas elecciones al Congreso por Texas en 1978 contra un demócrata. La Texas rural, escribió el especialista político Michael Barone, no estaba todavía preparada para un republicano nacido en Connecticut.
 
En 1994 le llegó la revancha. Como gobernador de Texas, Bush no tenía poderes demasiado amplios. Él ha afirmado siempre que eran suficientes para sus objetivos. Cita como ejemplo el nombramiento de unos cuatro mil cargos, una costumbre generalizada en la Administración norteamericana, que tiene más cargos elegidos discrecionalmente que lo que se acostumbra en Europa, en particular en España. De hecho, son tantos que un antecesor de Bush en Texas llegó a nombrar a un difunto.
 
Durante su campaña Bush dio a entender que daba una importancia considerable a la función de gobierno y que no quería que le confundieran con un libertario. Reagan había dicho que el Gobierno no era la solución, sino el problema. Clinton matizó más tarde que el Gobierno no es el problema, pero tampoco la solución. Para Bush, el Gobierno es al mismo tiempo una fuente de problemas y un instrumento para solucionarlos. Su entusiasmo le llevó a prometer que su política representaría los valores de Texas, el "Lone Star State".
 
Ann Richards.Entre los valores básicos, definitivos e irrenunciables de Texas están los impuestos bajos. Ann Richards rechazó todas las presiones para imponer un impuesto sobre la renta. Bush propuso una bajada en el impuesto sobre bienes muebles, compensado en parte con una subida en los impuestos sobre ventas y beneficios empresariales. Era un recorte de 3.000 millones de dólares que al final quedó en 1.000 millones.
 
Además de la bajada de impuestos, los puntos principales del programa de Bush eran de carácter social. El eje fundamental fue la enseñanza. Bush cumplió su promesa de dar mayor autonomía a los centros en cuanto a los programas y la organización (autonomía con la que no supieron qué hacer al principio, dicho sea de paso). Puso en marcha test y controles que mejoraron el rendimiento escolar de los pequeños texanos y, de paso, dieron más importancia a la gestión estatal de la educación.
 
Entre las costumbres que trató de corregir estaba lo que se llama la "social promotion". Equivale más o menos a lo que en la educación española ha sido la "promoción parental", gracias a la cual los alumnos consiguen los títulos correspondientes sin cumplir las exigencias educativas. En otras palabras, que llegan al final de la escuela sin saber leer ni contar.
 
Bush había propuesto un endurecimiento de las penas contra la delincuencia y una gestión distinta de los centros penitenciarios, más centrada en la disciplina y en la reeducación de los internos. También lo cumplió. Bajo su mandato Texas siguió siendo el estado con mayor número de penas de muerte, incluida la ejecutada en el caso de Karla Faye Tucker, muy publicitado en su momento y que ha quedado, un poco injustamente, como ejemplo de la crueldad del gobernador Bush. En aquel caso no podía hacer otra cosa que lo que hizo, salvo aplazar la ejecución. Así había sido decidido por una comisión previa, que evalúa las sentencias de pena de muerte y determina la decisión del gobernador.
 
Bush también inició la colaboración del Estado con iglesias, organizaciones filantrópicas o sociales de carácter religioso, intentando respetar la separación Iglesia-Estado tradicional en la política norteamericana.
 
Por otra parte, consiguió reformar la legislación acerca de los pleitos por daños y perjuicios. Estos pleitos son extremadamente impopulares, pero los abogados que los llevan han formado un lobby influyente en el Partido Demócrata. John Edwards, candidato a vicepresidente con John Kerry, era uno de ellos, y le fue muy bien. Bush también liberalizó un poco las leyes sobre tenencia de armas, una tradición en Texas y –dado el tamaño del estado– una cuestión de necesidad.
 
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La acción de gobierno de Bush en sus años de gobernador de Texas respondió bastante bien a su programa. En primer lugar, planteó su campaña en términos morales. Las cuestiones educativas, la reforma penitenciaria, la colaboración con organizaciones religiosas… todo eso debe ser entendido, por lo menos en parte, como los elementos de un gran proceso de reforma moral de la sociedad norteamericana que Bush estaba empeñado en llevar a cabo.
 
En principio, Bush sigue el guión habitual en el conservadurismo norteamericano, según el cual a medida que el Estado ha avanzado ha ido retrocediendo el sentido de la responsabilidad individual, y con él los valores morales en que se fundamenta una sociedad libre. Ahora bien, Bush añade a esto la compasión, o como él mismo ha dicho a veces, la sonrisa y la amabilidad. Ha querido alejarse de la adusta austeridad de que ha hecho gala el conservadurismo ortodoxo. Le gusta creer que el Gobierno también tiene un papel que cumplir en su proyecto de restauración moral.
 
En términos prácticos, los gobiernos de Bush reducen los impuestos pero amplían el campo del Gobierno. El resultado suele ser el déficit del Estado. Así ocurrió en Texas, donde el legado de Bush incluye un fuerte desequilibrio presupuestario, y así ha ocurrido luego en la Casa Blanca.
 
En segundo lugar, la acción de Bush se caracterizó por la colaboración con los demócratas. Se dirá que no le quedaba otro remedio, porque el Congreso de Texas era de mayoría demócrata en aquellos años y además el electorado había elegido a varios demócratas para algunos puestos clave del Gobierno. Es verdad, pero Bush se empeñó y consiguió negociar soluciones bipartidistas. Durante la primera legislatura se reunió todas las semanas con los líderes (demócratas) de las dos Cámaras, incluso integró a algunos de ellos en su equipo.
 
Por mucho que piense en la acción política en términos morales, Bush no es un ideólogo y siempre ha estado dispuesto a colaborar con los adversarios políticos, y a ser posible traerlos a su campo. Desde el lado conservador, se le ha reprochado esta actitud conciliadora: dicen que cuando tiene que elegir entre un respaldo amplio a sus propuestas y la fidelidad a los principios suele escoger la primera opción. Es una de las características de Bush: la perpetua desconfianza que genera entre algunos conservadores.
 
En Texas la búsqueda del consenso le resultó muy rentable. Cuando llegó la campaña para la reelección, en 1998, Bush consiguió el respaldo del demócrata Robert Bullock. Bullock –"Bully", como era conocido en Texas– era una de las figuras políticas más respetadas del estado. Más aún, era padrino del hijo de Garry Mauro, el rival demócrata de Bush en aquellas elecciones. La carrera de Mauro, un político prometedor, quedó truncada para siempre.
 
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De lejos resulta fácil subestimar la simpatía de Bush y su capacidad para establecer una relación personal intensa e inmediata con sus interlocutores. Es un don que cultivó desde temprano. Los años de gobernador de Texas lo potenciaron, y también le ayudaron a superar muchas de las dificultades personales a que se había enfrentado. George W. es el hijo mayor de la familia, pero el favorito del padre era Jeb, su hermano. La noche de las elecciones para gobernador, en 1994, Jeb Bush perdió en Florida mientras George W. ganaba en Texas. Prevaleció la tristeza por la derrota de Jeb frente a la alegría por la victoria de su hermano. Victoria completamente inesperada, por cierto: su madre le había pronosticado una derrota.
 
Habiendo nacido en Connecticut, y en una de las familias más poderosas de Estados Unidos, la identificación con Texas forma parte de su carácter y, más aún, del sentido que ha querido dar a su vida. Bush no sólo es texano por haber sido criado allí. Ha querido serlo, como quien cumple una vocación. En la traicionera elección entre Texas y la Costa Este, y lo que las dos representan, Bush opta por Texas, pero sin tono reivindicativo.
 
Una vez un periodista le preguntó por su padre y Bush insinuó que, como todo el mundo sabe, él no está tan bien educado como él. En el fondo, se está quitando un problema de encima. Bush no compite allí donde sabe que va a perder, y para adelantarse baja las expectativas y hace chistes sobre sí mismo.
 
Sam Houston.Por otro lado, la ambición personal de Bush está a la medida de su estado. Cuando llegó a gobernador hizo instalar en su despacho un retrato de Sam Houston, el gran héroe texano, demócrata jacksoniano y populista, contrario a la Secesión aunque fiel a Texas, su patria adoptiva hasta el final. Se dice que fue uno de los modelos para el tipo de americano hiperactivo y siempre en movimiento que tanto fascinó a Tocqueville. La vida de Sam Houston proporciona algunas claves acerca de lo que Bush ha querido ser. En el retrato que Bush colgó en su despacho Houston iba vestido de romano, con toga. Ni más ni menos.
 
La política seguida en esos años adelantó algunos aspectos de lo que iban a ser las dos presidencias de Bush y la evolución del republicanismo. El "conservadurismo compasivo", aparte de otras varias cosas y una expresión poco querida por los conservadores clásicos –y menos aún por los más libertarios–, revela la influencia de Karen Hugues, su directora de comunicaciones, texana hasta el punto de dejar la Casa Blanca, al año de ocuparla Bush, para volver al estado que su marido y su hijo echaban lastimosamente de menos. La clave es el electorado femenino, que Bush ha ido conquistando para su republicanismo de cara amable.
 
En la cuestión de la colaboración con los grupos religiosos aparece la fe de Bush, un rasgo clave en su personalidad, y también la mano de Karl Rove. Los evangelistas no se fiaban de Bush padre, y no le votaron en las elecciones para la reelección en 1992. El hijo tuvo una actitud bien distinta, y desde sus primeros pasos en política se ha esforzado por articular a su alrededor una gran coalición religiosa, desde los evangelistas a los católicos urbanos, pasando por los sacerdotes de minorías étnicas y raciales. El experimento empezó en Texas, que es, además de todo lo dicho hasta ahora, una sociedad profundamente religiosa. Hasta ahora Bush ha conseguido mantener su alianza, a pesar de los muchos accidentes ocurridos en el camino.
 
Uno de los sectores que se resiste a la hegemonía republicana en Texas es la población negra, en particular los negros creyentes. Se ha dicho que una de las grandes ironías de la política reciente de Estados Unidos es que en el Sur, el Sur de la segregación y del rechazo visceral a los republicanos, el Partido Demócrata, el partido de los nostálgicos del antiguo orden sureño, depende ahora de las Iglesias… con congregaciones negras.
 
Es uno de esos casos –raros– en los que la estrategia de Bush de incorporar las minorías al republicanismo ha fallado. No ha ocurrido lo mismo con los hispanos. Bush los cultivó con mimo durante su etapa de gobernador. Nombró a algunos, como Al Gonzales, en puestos clave de su equipo y se volcó en la promoción de la frontera con México, aprovechando las oportunidades abiertas por el NAFTA, el tratado de libre comercio con el vecino del Sur. Hay una parte de cálculo electoral, sin duda alguna.
 
Pero, como en el caso de la religión y de la moral, hay en Bush una convicción profunda acerca de la igualdad del ser humano y la realidad del sueño americano. Como ocurrió en Texas, la Administración de Bush en la Casa Blanca ha sido la de mayor diversidad étnica de toda la historia norteamericana. Y los hispanos, por ahora, están respondiendo a la invitación de este peculiar republicanismo.
 
 
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