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DESDE GEORGETOWN

Neocons, al rescate de la izquierda

Un neoconservador es un progresista asaltado por la realidad. Así al menos lo escribió Irving Kristol, el más prominente neocon, padrino y fundador del grupo. Los neoconservadores no forman una escuela de pensamiento, ni un club para ingresar en el cual se requieran especiales características. Constituyen un grupo de intelectuales, profesores universitarios, periodistas y cuadros de la Administración –también, aunque menos, algunos políticos– que han venido elaborando un ideario o una doctrina bastante consistente en dos grandes campos.

Un neoconservador es un progresista asaltado por la realidad. Así al menos lo escribió Irving Kristol, el más prominente neocon, padrino y fundador del grupo. Los neoconservadores no forman una escuela de pensamiento, ni un club para ingresar en el cual se requieran especiales características. Constituyen un grupo de intelectuales, profesores universitarios, periodistas y cuadros de la Administración –también, aunque menos, algunos políticos– que han venido elaborando un ideario o una doctrina bastante consistente en dos grandes campos.
Portada de uno de los libros del padre del movimiento neoconservador.
El primero es la política exterior norteamericana, donde los neocon preconizaron, desde las páginas de revistas como Commentary y The National Interest, la ruptura con las posiciones realistas, que llevaban a la contención con la Unión Soviética en tiempos de la Guerra Fría, a la convivencia con regímenes corruptos como el de Sadam Husein en los años 90 e incluso al diálogo con los terroristas, como ocurrió con Yaser Arafat en tiempos de Clinton.
 
Los neoconservadores llevaban años elaborando esta doctrina de política exterior y seguridad. Algunos, como Paul Wolfowitz y John Bolton, habían trabajado en la Administración. Los ataques del 11-S los colocaron en el primer plano. Aquel grupo tenía una doctrina coherente, lista para articular una respuesta a lo ocurrido.
 
Los discursos de Bush inmediatamente posteriores al 11-S demuestran que el presidente y su círculo eran tan beligerantes, al menos, como los neocon. Lo que estos le ofrecían no era una actitud, sino un conjunto de ideas largamente pensado, expuesto y discutido ante la opinión pública. La intervención en Irak y el derrocamiento del régimen nacional socialista de Sadam Husein han sido considerados una victoria de los neocon. Es cierto, pero no hay que olvidar que Bush fue partidario de una actitud ofensiva desde el mismo 11-S.
 
Paul Wolfowitz.Coincidieron, por tanto, dos posiciones: la de un presidente convencido de que ya no valían los instrumentos de política exterior puestos en juego hasta ahí por Clinton y por su propio padre y la de un grupo de intelectuales y gestores con un ideario consistente y experiencia en la Administración.
 
Aunque no del todo, los interrogantes planteados por el derrocamiento de Sadam Husein y la liberación de Irak se han ido despejando con las elecciones iraquíes, luego con las celebradas en los territorios palestinos y hace muy poco tiempo con la retirada de Siria del Líbano, así como con la renuncia de Libia a sus programas de armamento nuclear. Bush, por su parte, consiguió el respaldo del electorado norteamericano en noviembre de 2004. Se ha podido hablar legítimamente de un momento neoconservador en la actual Administración norteamericana. Así lo han corroborado luego los nombramientos de Wolfowitz al frente del Banco Mundial y de Bolton como embajador ante la ONU.
 
Que la intervención en Irak haya abierto vías para la democratización en Oriente Medio y que la política de Bush se haya visto respaldada por el electorado norteamericano no han sido obstáculos para que el apelativo de "neoconservador" siga siendo sinónimo de extremista de derechas en la delirante y anacrónica imaginación de la mayoría de intelectuales, periodistas y políticos europeos, en particular los de nuestro país. (Supongo que llamarlos "españoles" es un insulto, por lo que prefiero abstenerme del calificativo).
 
Sin embargo, además del indudable esfuerzo democratizador y de apertura que ha seguido a la liberación de Irak, el propio movimiento neoconservador tiene una larga historia de preocupación por los asuntos sociales, que ha sido durante décadas el segundo de los grandes campos de actuación al que me refería antes. Irving Kristol nació en 1920 en una familia judía neoyorquina. De jovencito coqueteó con el trotskismo. Como nunca he comprendido lo que es el trotskismo, no intentaré ni siquiera explicar lo que eso significa. Pero, como ocurre en todos los seres humanos, aquel primer paso dio la pauta de casi todo el comportamiento posterior de Kristol. Desde el primer momento, el patrón de los neoconservadores se situó en la izquierda, y justamente en la izquierda antiestalinista, es decir antitotalitaria.
 
De hecho, hasta que fueron bautizados como "neocon", incluso después, lo que ha caracterizado al grupo es su empeño en rescatar la tradición progresista, o de izquierdas, lo que en inglés norteamericano se denomina "liberal" y que es en buena medida lo mismo que significó la palabra "liberal" en España durante el siglo XIX. La empresa, persistentemente llevada a cabo durante décadas, ha tenido dos partes. Primero, los futuros neocon quisieron salvar a la izquierda de sus propios fantasmas izquierdistas y reivindicaron sistemáticamente el ideario de progreso, libertad individual, igualdad, patriotismo y democracia que fue una vez, hace ya mucho tiempo, la bandera de la izquierda.
 
Emblema del Partido Republicano.En los años 70, una vez que dieron por imposible este objetivo, justamente cuando Kristol se declaró "asaltado" por la realidad, buena parte de los neocon, aunque no todos, se pasaron a la derecha, es decir al Partido Republicano. El trayecto empezó, ya lo sabemos, con los coqueteos trotskistas de Irving Kristol en el Nueva York de los años 30.
 
El anticomunismo no fue nunca, a lo largo del siglo XX, una posición reservada a la derecha. Al contrario, fue una posición muy propiamente de izquierdas, que en Estados Unidos encontró medios de comunicación influyentes (las revistas Commentary, The New Leader y Partisan Review) y que aunaba tres grandes posiciones: la aversión de los ex comunistas como Koestler, la repugnancia hacia el totalitarismo suscitada por el nazismo y la convicción de que no había ninguna diferencia moral entre el totalitarismo nacional socialista y el totalitarismo socialista a secas. Para esta izquierda, no declararse anticomunista y actuar en consecuencia era traicionar los propios ideales de la izquierda.
 
La traición se hizo patente con el caso Alger Hiss, cuando buena parte de la intelectualidad izquierdista norteamericana se negó a aceptar, a pesar de las pruebas, que Hiss –un brillante y glamouroso diplomático que hizo su carrera con Roosevelt– había sido un espía a sueldo de Stalin. Se desveló aún más con la incapacidad de la izquierda para reaccionar con racionalidad ante el caso McCarthy. A pesar de la histeria y de la paranoia propias del personaje, el asunto reveló hasta qué punto los comunistas habían logrado tomar posiciones en la Administración y en sectores muy influyentes de la sociedad norteamericana.
 
La insensibilidad de esta izquierda ante la tragedia del totalitarismo comunista, su ceguera voluntaria a la hora de denunciarlo, lo que Kristol llamó su mala conciencia ante el comunismo, fueron determinantes en las posiciones del propio Kristol y de otros intelectuales de izquierdas, como Norman Podhoretz (futuro neocon) o Nathan Glazer (que no lo sería nunca).
 
Algunos de los argumentos del grupo parecían presentar un matiz conservador. La fundación de la revista The Public Interest en 1965 demostró que no era una percepción del todo justa. En The Public Interest Kristol y Daniel Bell (autor de Las contradicciones culturales del capitalismo, una de las mejores críticas del capitalismo nunca publicadas y nacido también, como Kristol, en una familia de pocos medios) se esforzaron por estudiar la realidad social primando la investigación empírica sobre cualquier a priori ideológico.
 
Daniel Patrick Moynihan.Muchos de los estudios aparecidos en The Public Interest revelaron los fallos del Estado de Bienestar puesto en marcha por las políticas del New Deal, y en particular por el proyecto de Gran Sociedad de Johnson. Pero, en contra de lo que muchos críticos dijeron entonces, los promotores de la revista no querían presentar una enmienda a la totalidad del Estado de Bienestar, del que siempre fueron (y siguen siendo) partidarios. Aspiraban a presentar un análisis imparcial de las consecuencias sociales y culturales de algunos de los programas de bienestar. En cambio, en esa aproximación empírica, no ideológica, The Public Interest fue desde el principio, y antes de que el término apareciera, propiamente neoconservadora.
 
Aunque no está relacionado con The Public Interest, el caso más polémico llegó en 1965, cuando se conoció un estudio que Daniel Patrick Moynihan había realizado acerca de la integración de la minoría negra. Moynihan era un colaborador del presidente Johnson, y llegaría a convertirse en una de las grandes figuras del Partido Demócrata. En su informe apuntaba que la línea prioritaria de la acción gubernamental a la hora de facilitar la integración de los negros en la sociedad norteamericana era reforzar la familia. Algunos de los líderes de los movimientos negros y buena parte de la intelectualidad izquierdista blanca acusaron a Moynihan de conservador, incluso de reaccionario.
 
La acusación enfureció a Moynihan y al grupo de Kristol, Bell y Podhoretz, aunque no fue un caso aislado. Otro tanto ocurrió con las derivas izquierdistas a partir del movimiento a favor de los derechos civiles en esos mismos años 60. Los futuros neoconservadores –muchos de ellos judíos, como Podhoretz, Kristol y Gertrud Himmelfarb, esposa de éste y gran historiadora social– conocían de cerca las consecuencias del racismo. Siempre apoyaron los derechos civiles y los movimientos en contra de la segregación. Pero se desmarcaron del movimiento cuando a finales de los 60 dejó de ser un acicate para la integración y pasó a convertirse en un ataque ultraideologizado contra la democracia liberal y la economía de mercado, con imposición de cuotas, discriminación positiva y derivas racistas, como el antisemitismo de algunos grupos izquierdistas negros.
 
¿Cómo se había pasado de preconizar la igualdad, la libertad y la autonomía individual a la perpetuación del principio racial, la apología del racismo, la imposición de límites arbitrarios a la libertad y la negación de la igualdad? Cuando terminaron de contestar a esta pregunta, Irving Kristol y Gertrud Himmelfarb decidieron dejar atrás su lealtad a los demócratas y respaldar a Nixon y al Partido Republicano en las elecciones de 1972. Según ellos, lo que para entonces había cambiado era la izquierda, en particular el Partido Demócrata.
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