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Federico Jiménez Losantos

José Barea

Un servidor público íntegro que tenía claro que el ciudadano no está para servir al Estado sino el Estado para servir al ciudadano.

Un servidor público íntegro que tenía claro que el ciudadano no está para servir al Estado sino el Estado para servir al ciudadano.
Las lecciones de Barea en LD

Ha muerto Pepe Barea, un gran servidor público, un español eminente, la clave o el símbolo de la mejor época de nuestra economía en el siglo XX y, por supuesto, en este XXI, que, con Zapatero y Rajoy, parece empeñado en hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Barea en los dos primeros años de Aznar en el Gobierno, unos años que fueron la base de la década de prosperidad que vino después y… se fue. Seguramente para no volver más.

Conocí a Pepe Barea justo cuando dejó la Moncloa, en 1998. Había muerto Antonio Herrero y a Luis le correspondió la ímproba tarea de suceder a su gran amigo, un hombre sin sucesión posible, y a mí me tocó suceder a Luis, que es lo último que se me habría ocurrido: ¡dirigir un programa de radio! ¡Qué horror! Pero me puse a ello e inventé una hora más en La Linterna, dedicada a la economía. Yo estaba convencido de que se podía hacer un espacio riguroso y didáctico, con anuncios publicitarios que lo sustentaran y con el interés suficiente para seguir y entender los asuntos económicos. No se había hecho nunca en la radio, pero eso mismo me permitió contar con los mejores economistas de España, a la cabeza de los cuales estaban Juan Velarde y José Barea. En los cinco años en que hice La Linterna de la Economía aprendí mucho y de todos, como lo hizo un joven que se inició también en ese programa y que se llamaba -y se llama- Dieter Brandau.

Con Barea no sólo hablaba en el estudio sino, sobre todo, en los viajes. Era de una vitalidad tremenda, de posguerra. Y aún recuerdo una noche en Asturias, en la que, al terminar el programa, los de la emisora nos habían preparado una gran cena que pensamos se quedaría en el mantel. ¡Qué va! Con diente y de lobo pudo con un filete asturiano, o sea, tremendo, de carne vacuna y un apoteósico arroz con leche, que repetimos. Iba con su esposa, tan amable como él, y entre las muchas noches y los muchos viajes que hicimos por entonces, es de los pocos que me han quedado en la memoria, quizás porque hablamos hasta las dos de la mañana de su época monclovita, ya pasada y que algunos empezábamos a echar de menos.

Barea no era un liberal, era un profesor más bien ecléctico, como todos los de su generación, y con una idea de la contabilidad que, como decía Recarte, casi nadie entendía pero todos respetaban. Podríamos definirlo hoy como un socialdemócrata o un social-liberal, pero era algo mejor: un servidor público íntegro que tenía claro que el ciudadano no está para servir al Estado sino el Estado para servir al ciudadano. Y que eso se demuestra asegurando los servicios sociales sin subir los impuestos, porque hacerlo equivale ni más ni menos que a rebajar, disminuir o anular su libertad.

La clave de esto es sencilla: no gastar más de lo que se ingresa y gastarlo en lo realmente necesario, no en la fantasmagoría de un servicio público que se sirve de lo público para dar al poder político la capacidad que niega al pueblo. Para eso no hace falta ser liberal. Hay que ser honrado y, por supuesto, inteligente. Barea fue ambas cosas. Pero además hay que tener lo que no ha tenido nadie después: un presidente del Gobierno como el Aznar del principio, que ajuste la política a la realidad, no la realidad a la política.

Percival Manglano, consejero de economía con Esperanza Aguirre, da hoy en Libertad Digital el mejor resumen de la tarea política de aquel primer gobierno del PP en el que Barea recortaba gastos y Aznar lo respaldaba: España pasó de 1995 a 2000, del 6% de déficit del PIB al 0´8. Y la clave fueron los dos años en la oficina económica de la Presidencia del Gobierno de don José Barea. España acabó con la ruina felipista y logró entrar en el euro sin hacer trampas. Luego, como decía don José, el raro y enigmático Presidente Aznar se dedicó a la política, que era lo que le gustaba, y él se volvió a dar clases ya en la radio, nuestra radio, que era una forma de seguir enseñando economía, en forma de debate diario y al hilo de la actualidad. O sea, como, en mi opinión, se debe enseñar economía.

Pepe Barea, don José Barea, es un ejemplo de ese servidor público que hoy echamos en falta. Alguien que respete la aritmética más que la política cuando de números se trata y al ciudadano común más que al político cuando se trata de gastar. Descanse, pues, en paz el economista de la tijera, el compatriota que algunos tuvimos la suerte de tratar y cuya ausencia es una más entre tantas, tantísimas ausencias como se nos agolpan en España.

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