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Federico Jiménez Losantos

La lenta reconstrucción del Muro de Berlín y la triple derrota liberal

Si se premia a los que merecen castigo y se castiga a quien no lo merece, no es lógico pensar que el resultado sea positivo para la economía, para la política y para la ética.

La decisión de las instituciones políticas y económicas de los USA para comprar la mala deuda, es decir, la malversación y el despilfarro de ingentes cantidades de dinero supuestamente protegido por los reguladores y las infinitas leyes y controles existentes es uno de los golpes más duros que se hayan asestado nunca al liberalismo económico y político. Tan fuerte y tan de fondo es el golpe que no me parece exagerado decir que ha empezado la lenta reconstrucción del Muro de Berlín. Y no en Berlín, claro, sino dentro de Washington y de todo el sistema que supuestamente había vencido en la Guerra Fría.
 
A lo largo de las próximas semanas, meses y tal vez años, seguiremos analizando –y espero que en LD lo hagamos a fondo- el cómo y el porqué de esta decisión tomada in extremis y, acaso lo más grave, por consenso de los dos partidos norteamericanos que se disputarán en mes y medio la Casa Blanca. Qué significa ideológicamente esta medida de un intervencionismo sin precedentes lo demuestra la celeridad con que Obama la ha abrazado y el desconcierto, disfrazado de asentimiento, de la candidatura McCain-Palin. Es imposible mantener una lucha en defensa de los valores en una sociedad que premia al estafador y condena al estafado, por lo menos a pagarle la fianza para que no entre en  la cárcel. Es difícil mantener un discurso de control y limitación del gasto público cuando todo el sistema financiero es una gigantesca máquina de destrucción de ahorro y de exaltación de un capitalismo de Estado, a cuya sombra se permite, de algo hay que vivir, una cierta economía de mercado, pero en régimen de libertad vigilada. Pero sujeta, de algo hay que morir, a las necesidades de un consenso estatista generalizado que ha abolido la responsabilidad como el valor inexcusable de la actividad económica.
 
Yo no sé, y nunca lo sabremos, si una cadena de quiebras gigantescas habría sido peor que esta intervención americana en defensa de todos los timadores político-financieros del mundo. Tampoco sabremos si habría sido mejor que lo que nos espera, que a mi juicio no puede ser bueno de ninguna manera. Lo razonable, desde el punto de vista liberal, es una lenta reconstrucción del escenario de ruina financiera internacional que se había dibujado ya con toda claridad. Si se premia a los que merecen castigo y se castiga a quien no lo merece, no es lógico pensar que el resultado sea positivo para la economía, para la política y para la ética. En este orden, sin duda.
 
Y temo que mucho más aún en el orden inverso: ética, política y economía. En lo ético, porque se premia de hecho la falta de ética a un nivel planetario y porque limitará a lo religioso y moral, abandonando la pretensión de controlar y limitar el descontrol de la Administración, cualquier protesta contra el saqueo de los bolsillos de los ciudadanos por una casta político-mediático-financiera que convertirá a mucha gente en antisistema. En lo político, porque el consenso socialdemócrata e intervencionista no sólo se va a reimplantar como paradigma único para todos los países avanzados, sino que incluirá el modelo estafador y delincuencial de un cierto tipo de dirigente político entre Clinton y Zapatero, entre Arkansas y México DF, entre Georges Soros y Carlos Slim.
 
Y en lo económico porque deja como únicas alternativas a corto plazo las tres que han fracasado en el siglo XX: el intervencionismo socialista a máxima escala, que ha sido el comunista; el socialismo a escala más limitada, que han sido el fascismo mussoliniano y la socialdemocracia; y el estatalismo proteccionista de derechas, que no deja de ser una variante de socialismo. En resumen: una triple derrota de la libertad; un paso que parece  irreversible hacia el abismo de lo política y económicamente correcto; una catástrofe.
 
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