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Federico Jiménez Losantos

Ni Sánchez con Rivera, ni Rivera con Sánchez. ¡A resistir!

Puede decirse que, en Madrid, todos los votos son útiles. Lo inútil, lo trágico, sería no ir a votar. Contra Sánchez, naturalmente. Y luego, a resistir. Estamos acostumbrados.

Puede decirse que, en Madrid, todos los votos son útiles. Lo inútil, lo trágico, sería no ir a votar. Contra Sánchez, naturalmente. Y luego, a resistir. Estamos acostumbrados.
Pedro Sánchez y Albert Rivera, en una imagen de archivo. | EFE

Es natural que, después del batacazo nacional que ha supuesto el triunfo de la Anti-España, de Otegui a Sánchez, de Junqueras a Monedero y de Ferreras a Juliana, los tres partidos nacionales reorienten su estrategia. El peligro es que despisten y desmovilicen a sus votantes, perdiendo la posibilidad de atrincherarse en los grandes ayuntamientos y comunidades autónomas y hacerle la vida imposible al Gobierno más temible de toda la Historia reciente, aunque no necesariamente el más largo. Su duración va a depender de la Oposición, y la fuerza de ésta, del resultado de la nueva cita electoral, especialmente en Madrid, que puede ser Covadonga… u Otumba.

La responsabilidad del votante

El gran debate tras las municipales y autonómicas está, sin embargo, planteado ya: si hay que presionar a Rivera para que se ofrezca a Sánchez para evitar el desastre absoluto que está empeñado en presidir o si hay que dejar que Rivera afronte su destino personal y político haciendo honor a su compromiso con los electores, que es el de no pactar con Sánchez. En Libertad Digital, Cristina Losada y Fernández Barbadillo han publicado sendos artículos, que, en mi opinión, centran perfectamente el asunto: ¿Debe la Derecha o el Centro-Derecha acudir en auxilio de la Izquierda, por el bien de España? ¿O debe esperar que un electorado sectario hasta la náusea e irresponsable hasta el tuétano, como ha demostrado ser el del PSOE, recoja lo sembrado?

La CEOE, que nunca ha hecho nada para limitar la abrumadora mayoría mediática de la Izquierda, o las empresas del IBEX 35, que se han limitado siempre a comprar protección de PRISA y La Sexta para sus intereses particulares, se han lanzado, con un descaro que sorprende incluso en el amoral dinerismo (que no capitalismo) español, a presionar a Rivera para que salve a España de lo que España ha votado. Y algunos medios de comunicación respetables han ido en la misma dirección, con argumentos que estropea la sórdida compañía del dinerismo, pero que hay que analizar.

¡Aquél referéndum de la OTAN!

El primero es el que planteaba Barbadillo: la irresponsabilidad del votante del PSOE, de la que al parecer tendría que rescatarle la Derecha. Él pone como ejemplo algo que hoy parece más claro que ayer: el referéndum de la OTAN, un caso de liderazgo macarra, cercano al proxenetismo, en el que un chulo llamado González hizo cambiar a España de opinión sobre la OTAN, en la que había entrado por mayoría parlamentaria, en vez de decir que la había engañado o se había equivocado, y que se remitía a las urnas.

La derecha sociológica, empresarial y periodistíca se lanzó entonces de cabeza a apoyar la monumental estafa, con el apoyo de algunos que pasaban por grandes defensores de la libertad, como Thatcher. Lo que le interesaba era no debilitar a la OTAN, claro, pero la democracia, para cuya defensa se fundó la OTAN, salía en España prácticamente muerta del timo del referéndum. Su victoria encadenó la segunda mayoría absoluta 'sociata' y en vez de cuatro u ocho años nos tocó padecer al felipismo -y al pujolismo, socio preferente- cuatro legislaturas, que de milagro no fueron cinco o seis.

Yo dimití entonces como Jefe de Opinión de Diario 16 porque no quise hacer los editoriales pidiendo el sí, cuando en mi columna pedía la abstención. Me equivoqué. No en dimitir, que era lo coherente, sino en no pedir el No, y con los mismos argumentos: era una tomadura de pelo a los ciudadanos, incompatible con un mínimo decoro institucional. Pujol fue el más astuto: atizó por lo bajo el No, mientras pedía en público la abstención, pero, tras ganar Felipe, olvidó a Roca y se hizo socio entrañable del PSOE. A la Derecha se le quedó cara de tonta y le costó siete años recomponerse.

Desde entonces tengo aversión al voto útil. ¿Para quién fue útil aquel 'Sí a la Alianza Atlántica, pero no a la "estructura militar" de la OTAN', como decían los sinvergüenzas del PSOE? Para los sinvergüenzas, que se lanzaron a instalar en España un régimen sin alternativa de Gobierno, al modo del PRI mexicano, nombrando a Fraga "Jefe de la Leal Oposición". Y eso se le pide a Rivera: que sea leal al desleal Sánchez, y que subordine la oposición parlamentaria al despotismo del Gobierno social-comunista, para que en él no manden los separatistas y limitar patrióticamente su estrago.

En el fondo, se trata de condonar, de nuevo, la deuda que el votante del PSOE tiene con la responsabilidad y sacarle las castañas del fuego que ha disfrutado encendiendo. ¿Se apaga con eso el fuego? No. ¿Se acaba la irresponsabilidad de la Izquierda? No. ¿Mandarán menos los separatistas? Pero ¿qué sería del separatismo sin el apoyo del PSOE, de Podemos y los medios de izquierda, siervos del nacionalismo? No se plantearía el dilema que la derecha de los intereses y del miedo se afana inútilmente en resolver. Los señoritos progres, sectarios satisfechos, deben pechar con lo votado. Han hecho como si Otegui y Junqueras no fueran socios de Sánchez. Lo son. Y deben escarmentar de una vez. No estarán solos, por desgracia, pero tampoco a salvo de su responsabilidad de derrochadores por cuenta ajena. La democracia es un ejercicio de responsabilidad. A ver si nos lo creemos.

¿Quién dice que Sánchez quiere a Rivera?

Por otra parte, ¿alguien de la CEOE o del IBEX 35 tiene algún dato que le permita asegurar o suponer que el propósito de Sánchez es formar Gobierno con Ciudadanos y alejarse de todo lo que ha hecho hasta ahora? Evidentemente, no. Toda la trayectoria del siniestro presidente socialista -que, aunque ganara mil elecciones, seguiría siendo un bochorno para la ciudadanía, un matón de garrafón y un estafador de títulos universitarios-, va en la misma dirección: un proyecto de poder personal, aunque para ello deba hundir las instituciones básicas del Estado, para lo cual se ha aliado con todas, pero todas, las fuerzas antiespañolas y antidemocráticas.

Se dirá que, en una primera ocasión, se alió con Ciudadanos para formar Gobierno tras la doble negativa de Rajoy -por cierto, también con un proyecto personal de Poder que le permitió disfrutar de la Moncloa un par de años, para entregarnos luego cobardemente en manos de Sánchez-. Nunca sabremos qué habría pasado en aquel intento de civilizar al PSOE, que el PSOE de Javier Fernández no consiguió. Pero sabemos lo que pasó después: su alianza con comunistas y separatistas, incluidos los golpistas catalanes, con los que quiere seguir mandando, aunque sea al precio de liquidar el régimen constitucional. En realidad, ese precio ya lo ha pagado en estos nueve meses de Gobierno ectópico, fuera de los límites de la Ley y el decoro. Y no hay síntomas de que, tras alcanzar el triunfo siendo malo, piense volverse bueno para compartirlo con quien no le dejaría disfrutarlo.

La clave, siempre, es el PSC

Aunque uno ya no se asombra de casi nada, me ha sorprendido que Sociedad Civil Catalana, no sé si madrina o sobrina de Valls, haya unido su menguada voz a la CEOE y al IBEX 35 pidiendo a Rivera que se ofrezca a Sánchez para formar un Gobierno estable, no nacionalista, etcétera. Y aún me sorprendió más ayer Carrizosa, excelente representante de Ciudadanos en el parlamento catalán, pidiendo el pacto con Iceta, precisamente el gran obstáculo para que el PSOE abandone su alianza tradicional con los nacionalistas -recuérdense los tripartitos- y se pase al bando constitucional. Cualquier alianza en el Ayuntamiento barcelonés con el PSC es mejor que la demagogia separatista y antisistema de Ada Colau, pero, ¿por qué creen que el PSC prefiere a Valls antes que a Colau? ¿Qué quieren poner en un compromiso al PSC? ¡Bastante le importan los compromisos a 'Indultos Iceta'! Y flaco favor le hacen a Rivera abonando la rendición patriótica ante Sánchez. Cataluña es un caso desesperado, pero, ¿qué es el jaque mate al régimen constitucional sino ampliar a España ese estado de desesperación?

En realidad, lo peor de la presión a Rivera, al que veo en disposición psicológica y con fuerza política para resistirla, es que el próximo en ser presionado será el Pablo Casado, más débil y a quien, a cambio de que no entren comunistas y golpistas en el Gobierno, se le pedirá desde todos esos estamentos empresariales y financieros heroicos, y desde el PP de centro y marcha atrás, que se abstenga patrióticamente en la investidura de Sánchez. ¿A cambio de qué? De nada, por eso es un gesto patriótico. ¿Y tiene alguna garantía la Patria de que al día o al mes siguiente de ser investido, Sánchez no se lanzará a liquidar la Constitución? Absolutamente ninguna. ¿De que no subirá los impuestos? Tampoco. ¿De que respetará a la sociedad civil? Nunca lo ha hecho la Izquierda, mucho menos con la Derecha atada a la pata del canapé del consenso patriótico. Entonces, ¿investidura y manos libres a cambio de qué? A cambio de que, a lo mejor, se ha vuelto educado, bueno, amable, respetuoso, cariñoso y sin afán de poder. O sea, un angelito.

Hay que votar contra Sánchez

La democracia tiene una grandeza, que, como en el Ejército del libro clásico francés, es también su servidumbre: respetar los plazos y aceptar las consecuencias de la decisión de la mayoría. Es lo que nos toca. Y la única forma de defendernos del desastre del domingo pasado es no desmovilizar a los votantes del PP, de Ciudadanos ni de Vox. Y jugar a salvar al desertor Sánchez es la mejor forma de desmovilizarlos. Es lo que hay que evitar a toda costa. En las municipales y autonómicas no funciona la Ley D´Hondt como en el Congreso y el Senado y en las grandes ciudades, como mucho, se pierde un concejal o un diputado autonómico. Puede decirse que, en Madrid, todos los votos son útiles. Lo inútil, lo trágico, sería no ir a votar. Contra Sánchez, naturalmente. Y luego, a resistir. Estamos acostumbrados.

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