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DRAGONES Y MAZMORRAS

Cumpliendo años

Estaba yo muy remisa últimamente a frecuentar los salones, limitándome a lo estrictamente necesario para sobrevivir en materia de actualidad cultural (suplementos literarios, programas de radio, etcétera), pero creo que esta semana he pagado con creces mi anterior apatía. Se trataba de arropar los 99 años que cumple Francisco Ayala, verdadero patriarca de nuestra literatura y de nuestra lengua. El Círculo de Bellas Artes de Madrid, anfitrión de tantos actos parecidos, ofrecía nuevamente sus instalaciones para acoger los que se habían preparado en honor del escritor.

Estaba yo muy remisa últimamente a frecuentar los salones, limitándome a lo estrictamente necesario para sobrevivir en materia de actualidad cultural (suplementos literarios, programas de radio, etcétera), pero creo que esta semana he pagado con creces mi anterior apatía. Se trataba de arropar los 99 años que cumple Francisco Ayala, verdadero patriarca de nuestra literatura y de nuestra lengua. El Círculo de Bellas Artes de Madrid, anfitrión de tantos actos parecidos, ofrecía nuevamente sus instalaciones para acoger los que se habían preparado en honor del escritor.
Francisco Ayala.
El pretexto literario para celebrar tan señalada fecha era la publicación en la editorial Punto de Lectura de una serie de títulos, de los cuales uno era una novedad. Me refiero a La invención del Quijote, que reúne en un solo volumen los artículos que Ayala escribió a lo largo de los años sobre el tema cervantino. Incluye un texto reciente, redactado en 2004, que testimonia la lozanía intelectual de Ayala. El preámbulo es de Víctor García de la Concha, de quien también se reproduce una conversación con el homenajeado fechada en 1991. El resto es teoría y práctica de la lectura de Cervantes, y concretamente del Quijote.
 
Hay muchas observaciones muy atinadas en esas páginas; quisiera destacar una que coincide enteramente con mi opinión, y es la del uso moderno de la novela como manera de interpretar el mundo, lo que justificaría la calificación de ciertas algunas de ellas como "libros Biblia". Dice Ayala: "Cuando las gentes ya no siguen las orientaciones del director de conciencia, del confesor, que ofrecían respuestas dogmáticas, buscan en la novela el camino para entender libremente la realidad". Y es cierto; no son pocos los que acuden a Galdós, a Cervantes o a Tolstoi como guía espiritual y moral, como aquel personaje de Wilkie Collins (La piedra lunar) que no podía tomar una decisión sin abrir antes, al azar, Robinson Crusoe, donde encontraba, si no siempre respuesta, al menos consuelo.
 
Otro aspecto que también me ha llamado la atención es el artículo titulado Cervantes, abyecto y ejemplar (1948), que trata fundamentalmente de algunos escritos de Américo Castro en los que toca esa ambivalencia del escritor y la idea lanzada, como al desgaire, de que Cervantes es algo así como un superviviente de los campos, aludiendo a su cautiverio en Argel, tan ensalzado por Goytisolo y Moratinos y Calvo como un precedente de lo que entienden ellos como la "alianza de civilizaciones".
 
Los otros dos títulos que se presentaban a la par tampoco son desdeñables. Se trata de la colección de relatos El rapto y del libro misceláneo De mis pasos en la tierra, que es, si cabe, el más sugerente, pues reúne una serie de textos en los que la anécdota y la reflexión se aúnan con el testimonio y el recuerdo, lo que lo hace sumamente valioso para el "curioso lector".
 
César Antonio Molina.La editorial había convocado el miércoles 16 una rueda de prensa para siete u ocho periodistas "por expreso deseo del autor", según rezaba la invitación que recibí para la misma. Confieso que me extrañó tanto recato, no por parte de Ayala, ni mucho menos, pero sí por parte de la editorial y de la Casa. Y, en efecto, al día siguiente de recibir la selecta invitación había otra en mi correo electrónico donde se anunciaba que el abanico de asistentes se había abierto a un público más amplio. Extremo del que fui testigo cuando acudí a la cita en la Sala de Juntas, donde se celebraba la conferencia de prensa.
 
Esa misma sala en la que, cuando el Círculo no era ni mucho menos tan famoso, celebraba sus reuniones mensuales la Asociación de Amigos de Galdós, presidida en aquella época por don Pedro Ortiz Armengol y a las que, creo recordar, acudió alguna vez el propio Francisco Ayala. Ahora, cámaras de televisión, fotógrafos y un racimo de micrófonos con las siglas de todas las radios rodeaban a este último, más venerable que nunca y, quiero creer, verdaderamente encantado. Los "selectos" tuvimos derecho a sentarnos a la mesa, y para los adheridos y otros espectadores se habían preparado unas sillas a uno y otro lado que hacían materialmente imposible cualquier estrategia evolutiva.
 
Cuando observé a los asistentes comprendí el motivo del lleno. Ni el director general del Libro ni tantos otros funcionarios querían perdérselo. Hablaron Juan Cruz (no olvidemos que el sello pertenece al Grupo Santillana), la directora de la editorial, César Antonio Molina –que durante nueve años, y hasta el pasado, fue el director del CBA– y, por último, el propio Francisco Ayala. Nada de lo que dijeron fue digno de ser recordado para la eternidad, y les ahorro los detalles, salvo el comentario de Molina a propósito de unas traducciones al sueco de las obras de Francisco Ayala que se están preparando y de la apertura en Estocolmo de un centro del Instituto Cervantes, subrayando la importancia cultural de Suecia en el mundo entero (o sea, del premio Nobel para el que Ayala es candidato).
 
La rueda de prensa quedó limitada exactamente a cuatro o cinco preguntas totalmente previsibles (sobre su visión del Quijote, sobre el compromiso político del escritor, sobre el exilio) que dieron pie a que Ayala luciera una soltura y una capacidad de respuesta verdaderamente envidiables. Con los aplausos de todos y los deseos de que cumpliera muchos más, la reunión se disolvió en grupúsculos, algunos de los cuales se entretuvieron en hacer un ranking de supervivencia de intelectuales. Salió ganador por puntos (102 años) el filósofo y narrador alemán Ernest Jünger. Muy cerca quedaban don Ramón Carande (99 años), Rafael Alberti (97 años), Rosa Chacel (96 años) y Ernestina de Champourcín (94), y eso, que recordáramos.
 
Puede parecer frívolo, puede parecer cruel, pero la supervivencia exagerada tiene estas cosas, y no soy yo quien se niegue a participar alguna vez en esa particular carrera. No se me ocurre mejor manera de pasar los próximos cuarenta años que viviendo, siempre que "ese señor alemán que esconde las cosas" (como oí el otro día que describían el mal de Alzheimer) no se ponga a jugar al escondite con las mías a destiempo.
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