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CIENCIA

De encuestas y censuras

Como cada año, la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt) ha hecho públicos los resultados de su encuesta anual sobre la percepción social de la ciencia. En otras palabras, nos ha arrojado la fotografía de las inquietudes científicas de nuestros conciudadanos, de su interés por el avance de la investigación, de su postura ante la razón. De su curiosidad, en suma. Los datos no ofrecen grandes sorpresas, pero sí muchos estímulos para la reflexión. Vamos con ellos.

Como cada año, la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt) ha hecho públicos los resultados de su encuesta anual sobre la percepción social de la ciencia. En otras palabras, nos ha arrojado la fotografía de las inquietudes científicas de nuestros conciudadanos, de su interés por el avance de la investigación, de su postura ante la razón. De su curiosidad, en suma. Los datos no ofrecen grandes sorpresas, pero sí muchos estímulos para la reflexión. Vamos con ellos.
El interés de la población española por la ciencia y la tecnología (2,9 en una escala de 5) es inferior al que muestra por el deporte (3,1), el cine, el arte y la cultura (3,3) o la medicina y la salud (3,6). Sorprende que los autores de la encuesta hayan realizado esta división de áreas. La ciencia, en realidad, está en el fondo de prácticamente cualquier actividad.
 
Como quedó demostrado en el III Congreso de Comunicación Social de la Ciencia (noviembre 2006), sin ciencia no hay cultura. Somos muchos los que llevamos años intentado borrar la infeliz frontera entre Ciencias y Letras, que ha condicionado el acceso de generaciones al saber científico y matemático. Somos muchos los que creemos que en esa división espuria subyace parte de nuestra secular desafección por los laboratorios. La encuesta de la Fecyt corrobora nuestros puntos de vista. El español medio no considera que una fractura en el menisco de Roberto Carlos, un contraluz digital en la última película de Mel Gibson o una sinfonía de Halffter sean ciencia. Se equivoca, pero la culpa no es suya.
 
Tampoco es responsable de lo siguiente: los encuestados reconocen que reciben menos información científica en los medios generalistas de lo que les gustaría. Es cierto. Quizás porque los que nos dedicamos a hablar y escribir de estos temas no hemos aprendido de nuestros compañeros de mesa, los informadores deportivos. En ocasiones he manifestado mi deseo de que, algún día, a los periodistas que escriben de ciencia se les trate como a nuestros colegas de deportes, con sus secciones pobladas de buenos profesionales, sus mesas de redacción, sus másteres de especialización. Ellos han sabido convertir su negociado en un gran espectáculo. ¡Enhorabuena! La ciencia, sin embargo, sigue errando entre lo social y lo cultural, sin rumbo definido, muy lejos de la espectacularidad deseada.
 
Es como si los responsables de los medios hicieran oídos sordos al rugir de los datos: los españoles quieren ver, leer y oír más ciencia (lo dice la Fecyt); tres de las cinco publicaciones mensuales más vendidas son revistas de ciencia (lo dice el EGM); hay diez veces más museos de ciencia que de fútbol (salga a la calle, y verá)…
 
Siguiendo con la encuesta, lo siguiente que llama la atención es la elevada valoración del oficio de científico que tienen los españoles. La del científico es una de las figuras más valoradas profesionalmente, muy por encima de las peor paradas (periodistas y políticos). Una inmensa mayoría de los encuestados prefiere que sean ellos, los investigadores, los que tomen las decisiones sobre aspectos importantes del desarrollo tecnológico y social.
 
Y es aquí donde reside la mayor de las contradicciones entre los deseos de los ciudadanos y la realidad que se les arroja. Células madre, energía nuclear, gestión de accidentes en el mar con buques cargados de sustancias peligrosas, antenas de telefonía móvil, crisis sanitarias con vacas locas y pollos griposos… son asuntos de gran componente científico que se saldan en despachos de políticos y se airean en el foro público de los medios entre voces de periodistas.
 
Son los profesionales peor valorados (los periodistas, entre los que me encuentro, y los políticos) los que más poder de decisión tienen sobre los temas de los que más saben los profesionales mejor valorados.¿No les parece absurdo?
 
Si quieren un ejemplo cercano, se lo daré. Antonio Ruiz de Elvira, profesor de Física de la Universidad de Alcalá, ha denunciado un reciente caso de censura en TVE. No, no se trata de la entrevista de Quintero a José María García. En este caso el censurado es un científico: el propio Ruiz de Elvira. Éste, que, por cierto, no es sospechoso de ser un ecologista escéptico contrario a los postulados del cambio climático, vio cercenada una reciente entrevista que concedió al Ente Público y en la que denunciaba la inacción del Gobierno socialista a la hora de apostar por las energías renovables.
 
A pesar de los eslóganes, las reuniones con los gurús del ecologismo y el generalizado buenismo de los discursos, España no hace nada para paliar las emisiones de CO2 a la atmósfera. Esa es la tesis de Elvira... y esa es la idea que no pudieron conocer los espectadores de TVE, según ha denunciado el científico.
 
Así están las cosas: los ciudadanos reclaman la intervención de la ciencia y los políticos se limitan a manipular a su antojo los resultados de los expertos, rodearse de la cohorte de investigadores afines, ignorar a los críticos y aplicar la tijera a las palabras de los exigentes. A este paso, la próxima encuesta de la Fecyt tendrá que hablar de la valoración de aquella extinta y querida profesión en España: la de científico.
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