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PANORÁMICAS

El siniestro capitalismo, según el Hollywood capitalista

Es Syriana otro panfleto contra el reverso tenebroso del capitalismo globalizado; esta vez, contra la industria del petróleo. Es Syriana una de esas películas a las que George Clooney definía como "valientes" mientras le entregaban el Oscar al mejor actor secundario, precisamente por su intervención en ella.

Es Syriana otro panfleto contra el reverso tenebroso del capitalismo globalizado; esta vez, contra la industria del petróleo. Es Syriana una de esas películas a las que George Clooney definía como "valientes" mientras le entregaban el Oscar al mejor actor secundario, precisamente por su intervención en ella.
Este año, como anuncié en plan profético, ha sido el triunfo del cine "comprometido" a lo hollywoodiense, es decir, lo políticamente correcto elevado a dogma con una puesta en escena de papel couché, y en la que los filtros de calidad se consiguen pasar gracias a una hipertrofia del sentimiento paranoico-progre a expensas de los méritos exclusivamente cinematográficos. No es por casualidad que Jeffrey Skoll sea el productor ejecutivo tanto de Syriana como de Buenas noches, y buena suerte.
 
La intuición que expresé respecto a la posible victoria de Crash sobre Brockeback Mountain se basaba en la proximidad de una acción que transcurría en Los Ángeles, muy cercana a los miembros de la Academia, el mensaje multicultural y buenista (más complaciente que el de la película de los vaqueros gays), así como el homenaje a Robert Altman, cuya Vidas cruzadas es la inspiradora formal tanto de Crash como de Syriana.
 
La máxima que las guía es idéntica: "Todo está conectado". En el caso de la película de Stephen Gaghan, guionista de Traffic, otra película coral, las vidas que se entrecruzan son la de un espía de la CIA enviado a Oriente Medio con licencia para matar, la de un analista financiero convertido en el asesor personal de un aspirante a emir –un joven y reformista príncipe árabe que busca dar un giro a las viejas relaciones comerciales con Estados Unidos–, el abogado de un par de compañías petrolíferas, Connex y Killen, a punto de fusionarse, por lo que están siendo investigadas por el Departamento de Justicia de EEUU, y, por último, un par de pakistaníes en Yemen que se quedan sin trabajo cuando una compañía petrolífera china se hace con el control de la empresa para la que trabajan y caen bajo el influjo del islamismo radical. Además, el diabólico jefe del bufete más poderoso de Washington, dispuesto incluso a la traición y el asesinato para vencer a la amenaza empresarial china, y el padre en crisis del abogado de las empresas petrolíferas.
 
Algunos críticos, como Carlos Boyero en El Mundo, han llegado a marearse con la confusión que les han provocado los mimbres torcidos con que Gaghan ha elaborado un cesto sin fondo. Pero, realmente, tras la complicación espasmódica de las diversas historias no hay auténtica complejidad, sino la caótica confusión de un culebrón pseudopolítico, el equivalente hollywoodiense de los desparrames sentimentales venezolanos. La simpleza y la ingenuidad con que el guión apuesta por una mano negra, o mejor dicho barraestrellada, al estilo de la bandera norteamericana, llega a su apogeo en una patética secuencia en la que una conspiración que parece inspirada en los Protocolos de los sabios de Sión, con asesinato vía satélite incluido, es propuesta como emblema de la globalización.
 
Y es que, como indicó Fernando Mirailles, el director de El jardinero fiel, da igual denunciar a la industria del tabaco, a la farmacéutica o a la petrolífera. La clave está en elaborar un discurso lo suficientemente adornado para lograr que el espectador medio salga con unas sensaciones adecuadas sobre la villanía intrínseca al sistema de libre mercado. Éste es el parlamento que tiene que escuchar el abogado que defiende a los empresarios petrolíferos, retratados siguiendo el trazo grueso de las caricaturas tradicionales, y que es la clave adoctrinadora que intenta transmitir el film:
 
"¿Cargos por corrupción, corrupción? Corrupción es la intromisión del Gobierno en el funcionamiento del mercado por medio de regulaciones. Eso dijo Milton Friedman. Y ganó un condenado Premio Nobel. Si tenemos leyes en contra de ella, es precisamente para poder salirnos con la nuestra. La corrupción es nuestra protección. La corrupción hace que nos sintamos más cómodos y seguros. La corrupción es la razón por la que usted y yo estamos aquí tranquilamente hablando, y no peleándonos en la calle por un trozo de carne. La corrupción... es la razón por la que ganamos".
 
Cuando el foco es dirigido hacia Wasim y su amigo Farooq, los dos trabajadores despedidos de la empresa petrolífera que hallan consuelo en una madrasa local, por increíble que parezca la película encuentra fugazmente un momento de verdad. La manipulación a la que son sometidos los jóvenes desesperados hasta convertirse en suicidas, a la mayor gloria de lo que se denomina "civilización" oriental, árabe, musulmana o algo así, es reflejada con una tan fidedigna verosimilitud que llega a producir espanto. El ataque de Al Qaeda contra el destructor americano USS Cole en Yemen el año 2000 cierra la película y abre una época.
 
En cuanto a la naturaleza intrínsecamente ideológica de Syriana, a la que se somete su valor como arte o como simple espectáculo, la crítica en El País fue realizada, de forma excepcional, no por el habitual plantel de críticos cinematográficos sino por el subdirector de Relaciones Internacionales, escorado a la izquierda extrema, Miguel Ángel Bastenier. En 'Bush da nueva vida al cine político', título con el que acierta plenamente, reconoce el filón que la política del presidente americano está suponiendo para la industria cinematográfica de California. ¿No habrán votado George Clooney, Sean Penn, Tim Robbins, Robert Redford, Michael Moore, etcétera, por el político tejano?
 
Y es que, como advertía el New York Times, la fórmula del cine político de denuncia de Hollywood –repartido a partes iguales entre el exotismo, el mito de las culturas alternativas a la Occidental y la maldad intrínseca a todas las corporaciones (salvo el negocio de la contracultura, con la que se hacen millonarios los radical chic)– huele a rancio, previsible y es, en contra de lo expresado por Clooney, profundamente acomodaticio, porque se asegura unos réditos sustanciosos y los premios de sus pares a través de unos guiños fáciles y un discurso masticado.
 
Salvo para los lectores de horóscopos, las sorpresas de las galletitas chinas o las predicciones bursátiles, nadie que quiera pensar en serio los problemas geoestratégicos o el laberinto de las relaciones entre el todopoderoso Estado del capitalismo avanzado y las empresas que compiten en un mercado globalizado debería perder su tiempo y su dinero con este entretenimiento que no entretiene, esta película de tesis de una industria que no piensa.
 
 
Syriana (EEUU, 2004; 126 min). Director: Stephen Gaghan. Guión: Stephen Gaghan. Intérpretes: George Clooney, Matt Damon, Amanda Peet, Jeffrey Wright, Tim Blake Nelson, Christopher Plummer, Chris Cooper, William Hurt, Mazhar Munir. Calificación: Paranoica (6/10).
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