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CIENCIA

Instinto paternal

O sea, que Montaigne tenía razón en "Sobre el amor de los padres a los hijos": "Si existe alguna ley verdaderamente natural, es decir, algún instinto que sea universal y perpetuamente impreso en los animales y en nosotros, puedo decir que, a mi juicio, tras el afán que tienen los animales por su conservación y por evitar lo nocivo, ocupa el segundo puesto el amor del que engendra por su prole".


	O sea, que Montaigne tenía razón en "Sobre el amor de los padres a los hijos": "Si existe alguna ley verdaderamente natural, es decir, algún instinto que sea universal y perpetuamente impreso en los animales y en nosotros, puedo decir que, a mi juicio, tras el afán que tienen los animales por su conservación y por evitar lo nocivo, ocupa el segundo puesto el amor del que engendra por su prole".

Un estudio del que hemos tenido conocimiento esta semana viene a corroborar la intuición del humanista de Burdeos. Según se ha publicado en la revisa Proceedings of the National Academy of Sciences, los niveles de testosterona de los hombres descienden significativamente tras la paternidad. Es decir, que las mujeres no son las únicas que experimentan variaciones hormonales durante el embarazo y la crianza de los hijos.

El estudio se ha basado en la monitorización de la actividad hormonal de 600 varones filipinos durante un periodo de cinco años. En todos los casos, se les tomaron mediciones de testosterona a los 21 años de edad, cuando aún no habían tenido hijos. Pasado un lustro se volvió a analizar su carga hormonal y se buscaron diferencias entre los que ya habían sido padres y los que no.

Se sabe que existe una tendencia progresiva al descenso de producción de testosterona con el paso del tiempo, pero en el caso de los padres este descenso fue evidentemente mayor.

Una de las mayores sorpresas de la investigación ha sido la constatación de que el descenso de la hormona está íntimamente relacionado con la implicación del hombre en el cuidado de la prole. Aquellos que pasaron más de tres horas diarias con sus retoños experimentaron una reducción mayor.

Se da la circunstancia de que la testosterona es conocida como la hormona de la masculinidad. Aunque se halla también en mujeres, su producción está relacionada con algunos comportamientos evolutivamente más propios de los mamíferos macho: el combate por la pareja, la protección del territorio, la caza... Esto ha llevado a muchos medios de comunicación a expresar con poco acierto que la paternidad "saca a la luz lo más femenino de los hombres". Aunque sea un bonito brindis al sol de la corrección política, la metáfora no es buena. Lo que estos estudios parecen indicar es que entre las atribuciones con que la naturaleza dota al sexo masculino se encuentra también el cuidado de la prole. Es decir, que existe un instinto paternal tan natural como el maternal, inscrito en nuestros genes y expresado en el comportamiento de nuestras hormonas.

Los que hayan tenido la amabilidad de leer mi libro Te necesito, papá (¡gracias!) recordarán que esto no es nuevo. Hasta hace bien poco, el instinto de guarda de la prole parecía un terreno exclusivo de la mujer. Ellas eran las únicas que sentían un deseo irrefrenable de tener hijos, las únicas que parecían sensibles a la llamada reproductiva de la naturaleza. Pero he aquí que hay un buen número de científicos, repartidos por laboratorios de todo el mundo, empeñados en demostrar que la biología también prepara al macho humano para el cuidado de la descendencia. Antes incluso de que esta llegue. Aunque parezca increíble, el ciclo de vida de algunas hormonas masculinas varía cuando la pareja está embarazada. El caso de la testosterona no es el único: cuando los hombres estamos embarazados, los niveles de testosterona en sangre bajan considerablemente, al tiempo que crecen los de otras hormonas, como el estradiol, que curiosamente pertenece a la familia de las hormonas sexuales femeninas. Para colmo, estos cambios hormonales generan en algunos hombres síntomas parecidos a los de la mujer embarazada: nauseas, falta de apetito, comportamiento caprichoso. El futuro papá se vuelve sensible y antojadizo.

Los expertos no conocen aún bien por qué se producen estos cambios. Pero parece obvio que debemos encontrar alguna explicación evolutiva. La naturaleza evolutiva de los seres humanos ha diseñado un sutil truco para facilitar algo las cosas, dentro de lo doloroso y difícil que les resulta parir a las Homo sapiens. El tamaño del cráneo de los chimpancés recién nacidos es aproximadamente un tercio del de los individuos adultos. Si los humanos hubiéramos mantenido esa proporción, ninguna mujer sería capaz de parir sin morir en el intento. Un cráneo de 500 centímetros cúbicos (el volumen del cerebro adulto del ser humano es de unos 1.500 centímetros cúbicos) no cabría ni por la más ancha cadera femenina. Para poder salir del vientre materno, los humanos tenemos que nacer con el cráneo menos desarrollado del mundo de los mamíferos. Es decir, las mujeres dan a luz a sus hijos antes de que el feto se desarrolle plenamente. Los bebés humanos nacen a medio hacer. De otro modo, no podrían jamás ser expulsados del útero materno. El parto humano es siempre un parto prematuro, por lo que nuestras crías nacen con el mayor grado de dependencia entre los mamíferos; están necesitadas de cuidados durante muchos años, y en su crianza interviene toda la familia (no solo la madre).

La energía que padres y madres ponen en el cuidado y protección de los pequeños es mayor que en cualquier otra especie. Tanto, que la mujer es la única que sufre la menopausia, para compensar el desgaste de la crianza humana a una avanzada edad. Y el grado de inmadurez del retoño presenta algunos retos también para el papá.

Aunque en la mayoría de las especies la hembra es la que realiza el mayor esfuerzo en la crianza, no son pocas las que experimentan también una considerable inversión paternal. Generalmente se trata de especies en que las demandas energéticas de la prole son muy altas y, por lo tanto, en que la selección natural ha favorecido a aquellas parejas que colaboran en la alimentación y protección de los retoños. Entre los animales en los que se ha descubierto una profunda intervención del macho en la crianza, una característica común aflora desde el punto de vista etológico: se descubre una relación inextricable entre el comportamiento paterno y determinados patrones hormonales. En muchas especies los machos experimentan aumentos de producción de la hormona prolactina, por ejemplo, durante los periodos de contacto directo con sus descendientes. Los esteroides parecen también intervenir en el asunto, aunque su efecto es menor o al menos más difuso que el de las prolactinas. En ciertos casos, la intervención hormonal difiere según la especie. Es lo que ocurre con la tan masculina testosterona. Se sabe que esta hormona suele dificultar la pulsión paternal en animales como los hámsteres, los titíes y, ahora, los seres humanos. Lo hace fundamentalmente porque se trata de un compuesto químico mediador en comportamientos violentos y de cortejo, lo que interfiere en la práctica de la paternidad cuidadosa.

En ratones macho de laboratorio se ha descubierto que la responsabilidad de los padres aumenta cuando se alarga el tiempo de contacto de la pareja con las crías. La madurez del padre se ve también reflejada en el comportamiento hormonal. El caso de los monos tamarinos cabeza de algodón es significativo. Estos pequeños simios de copete blanco que habitan en selvas húmedas de Panamá y Colombia han demostrado saber mucho de paternidad. En su especie, el macho presta atención especial a la prole desde el mismo momento del alumbramiento. Y, como en otros casos, ese comportamiento coincide con un aumento general de la producción de hormona prolactina y un descenso de la presencia de cortisol en sangre. Sin embargo, el fenómeno no ocurre de idéntica manera en todos los individuos del clan. Los machos que ya han sido padres alguna vez experimentan una mayor producción hormonal que los primerizos. Algo similar ocurre con las titíes. En este caso, los niveles de testosterona en los machos que crían por segunda vez son mucho menores que los de los noveles. Sí, la química es importante para ser padre pero, de alguna manera sutil, la naturaleza nos prepara para aprender también de la experiencia.

Sea como fuere, parece que sólo hay un modo de tomarse este tipo de noticias. La naturaleza nos confirma que el instinto paternal existe, y que este instinto es muy masculino. De su protección, ahora, debemos encargarnos los propios implicados. Porque cuanto más sepamos de él menos vulnerables seremos los padres al ataque diario a que se ve sometida nuestra figura.

Ánimo, papás: las hormonas nos dan la razón.

 

http://twitter.com/joralcalde

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