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CIENCIA

La velocidad y el tocino

Ha salido el número de la lotería, los bombos han dejado de girar y se han decantado por el 110. ¡Ha salido el 110, señores! Sí, 110 kilómetros a la hora será la velocidad máxima permitida en las autopistas y autovías españolas a partir del 7 de marzo, cuando entre en vigor la nueva normativa de tráfico. Ni 111 ni 109: exactamente un uno, otro uno y un cero, que cantó Rubalcaba cual niño de San Idelfonso, con nuestra estrategia energética entre sus deditos inocentes.


	Ha salido el número de la lotería, los bombos han dejado de girar y se han decantado por el 110. ¡Ha salido el 110, señores! Sí, 110 kilómetros a la hora será la velocidad máxima permitida en las autopistas y autovías españolas a partir del 7 de marzo, cuando entre en vigor la nueva normativa de tráfico. Ni 111 ni 109: exactamente un uno, otro uno y un cero, que cantó Rubalcaba cual niño de San Idelfonso, con nuestra estrategia energética entre sus deditos inocentes.

Es, dicen, la velocidad óptima para reducir el consumo de combustible hasta un 15 por 100. Ni un kilómetro más, ni un kilómetro menos. ¿Será verdad?

Vivimos francamente obsesionados con lo óptimo. Sabemos que necesitamos que nuestros Estados garanticen ciertos niveles de seguridad, pero tememos que éstos sean tan elevados que acaben resultando coactivos. ¿Cuál es el grado óptimo de intervención? Necesitamos mostrar a nuestras parejas cuánto las amamos, pero odiamos ser empalagosos hasta la asfixia. ¿Dónde está el agasajo óptimo? Sabemos que una buena porción de tocino nos reportará una energía que nos vendrá muy bien para satisfacer nuestras exigencias nutricionales, pero si comemos demasiado la grasa se nos acumulará en las partes más nefastamente visibles de nuestra anatomía. ¿Hay una ración óptima de tocino?

En muchas ocasiones el óptimo no es más que una media, una arbitraria medición de la normalidad. Aquello que no es evidentemente escaso ni sonoramente estridente. En otras, la matemática nos ayuda con sus cálculos, proyecciones, curvas y desviaciones. Pero a menudo la elección implica una penosa sucesión de factores que hace imposible una respuesta fácil. Es, precisamente, el caso de la velocidad y el consumo de combustible.

A la hora de determinar el uso óptimo de un automóvil en términos de ahorro energético hay que tener en cuenta, para empezar, dos factores: la eficiencia del motor y la resistencia del aire. El primero es directamente proporcional a la velocidad y es positivo para el ahorro. A mayor velocidad, mayor eficiencia, en términos generales y hasta un límite determinado. Esto es así porque, en circunstancias favorables de conducción (con un motor bien reglado, un buen manejo de las revoluciones; un asfalto adecuado, condiciones atmosféricas normales...), la energía cinética, la inercia y el juego de las ruedas y los ejes contribuyen a mover el vehículo... y al ahorro en combustible.

Imaginemos que encendemos el motor y aceleramos con todas nuestras fuerzas sin que el coche se mueva. Es, evidentemente, el caso de menor eficiencia energética posible. Habremos agotado toda la gasolina sin conseguir movimiento alguno. Es evidente que, en cuanto el aparato empiece a desplazarse, la eficiencia empezará a mejorar en relación directa con la velocidad alcanzada.

El segundo factor, la resistencia del aire, también es directamente proporcional a la velocidad; pero, en este caso, es un factor negativo para el ahorro. A mayor velocidad, mayor resistencia y, por lo tanto, mayor consumo. No olvidemos que el coche no se desplaza en el vacío: lo hace –nos guste o no– dentro de un medio fluido que es el aire. Y la resistencia se define como la fuerza que sufre un cuerpo al desplazarse en dirección contraria a su movimiento, y está relacionada con la velocidad relativa entre el cuerpo y el medio.

De este modo, nuestro coche imaginario, que empezó sin moverse un ápice pero que ahora rueda cada vez más rápido, ahorrando combustible a medida que acelera, llegará a un punto en el que la resistencia empezará a hacerle perder eficiencia. Cada molécula de gasolina que ahorre con el aumento de velocidad tendrá que gastarla en combatir la resistencia del aire. Superada una velocidad determinada, el gasto por resistencia será mayor que el ahorro por velocidad. El punto de equilibrio entre ambas curvas (la de ahorro y la de gasto) sería la velocidad de conducción óptima.

Los ingenieros suelen decir que esta velocidad está entre los 110 y los 120 kilómetros por hora para un vehículo medio. En este sentido, parecería lógica la medida de obligar a todos los españoles a circular en el segmento más bajo del abanico. Pero sólo lo parecería. A la hora de la verdad, existen otros muchos factores que convierten en absurda la decisión del Gobierno.

El primero es la aerodinámica pura. Las peculiaridades de diseño de cada vehículo determinan su respuesta a la resistencia. Para que la medida fuera realmente eficaz, el Gobierno debería imponer un diseño igual a todos los fabricantes. Una suerte de modelo soviético de producción en cadena de coches idénticamente aerodinámicos. Adiós a las furgonetas, los todoterrenos y los coches demasiado cuadrados.

Tan importante es la aerodinámica, que un vehículo con barras portaequipajes puede consumir un 7,5 por 100 más que uno sin ellas. Un coche con cofre portaequipajes consume hasta un 16 por 100 más, y otro con el equipaje colocado directamente sobre el techo puede gastar hasta un 39 por 100 más. A 110 kilómetros por hora, la ley debería prohibir igualmente llevar equipaje fuera del maletero. Algunos expertos consideran que, si está muy sucio (con barro en los bajos o en los laterales), un coche podría aumentar en un 1 por 100 el gasto extra a más de 100 kilómetros por hora.

Junto con la aerodinámica, el estilo de conducción también es fundamental en lo relacionado con el consumo de combustible. De manera que un vehículo a 120 kilómetros por hora y 2.000 revoluciones puede consumir menos que uno a 80 y 3.500. ¿Habrá que prohibir también los acelerones?

Por último, la carga del coche afecta también a otro tipo de resistencia, no la del aire, sino la del rozamiento con el asfalto. El rozamiento del neumático al rodar puede llegar a suponer el 25 por 100 del consumo energético del vehículo. Si el coche está demasiado cargado o las ruedas no se encuentran en su punto adecuado de presión, el rozamiento aumenta y el gasto, también.

En definitiva: como casi siempre, la ciencia tiene poco que ver con la lotería y con el consenso. Esa de 110 es una cifra mágica, un fetiche sacado de la manga tan bueno y tan malo como podría ser el 113. Pero más redondo. Redondo como los ceros de las multas que van a empezar a llovernos.

 

http://twitter.com/joralcalde

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