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PANORÁMICAS

Las series (españolas) son el opio del pueblo (español)

A veces saber demasiado es un problema. El conocimiento desmesurado puede llegar a convertirse en un prejuicio. Y además los sabios tienen cierta tendencia a la soberbia, a sobrevalorar su propio conocimiento. Fíjense en lo que le sucedió a Platón, que a pesar de la advertencia a favor de la humildad de su maestro Sócrates en su celebérrimo "Sólo sé que no sé nada" terminó justificando la dictadura; si la abanderaba por él mismo, claro.


	A veces saber demasiado es un problema. El conocimiento desmesurado puede llegar a convertirse en un prejuicio. Y además los sabios tienen cierta tendencia a la soberbia, a sobrevalorar su propio conocimiento. Fíjense en lo que le sucedió a Platón, que a pesar de la advertencia a favor de la humildad de su maestro Sócrates en su celebérrimo "Sólo sé que no sé nada" terminó justificando la dictadura; si la abanderaba por él mismo, claro.

Esa estupidez que proviene de la excesiva sabiduría se ha revelado en todo su esplendor en gran parte de los comentarios que han vertido los tintinólogos acerca del Tintín de Spielberg. Para acceder a la categoría de tintinólogo no basta con haberse leído todos los cómics dibujados por Hergé (en caso contrario, todos lo seríamos), sino que hay que haberse preocupado por investigar tanto el subtexto como las intenciones y preocupaciones de Hergé. No basta con haberse entretenido con las aventuras del singular periodista belga: hay que compartir cierto "espíritu de la línea clara" (aunque de intenciones oscuras).

Así, cuando comentan la película de Spielberg, en el peor de los casos denuncian una supuesta traición intolerable, con un espíritu inquisitorial que no me parece muy compatible con el bonachón de Tintín; y en el mejor aceptan que es divertida y entretenida pero... y aquí multitud de reconvenciones y críticas. En mi opinión, el Tintín de Spielberg es una interpretación poderosa, vibrante, espectácular y sencillamente magistral de los cómics de Hergé. Sin peros que valgan. Es buenísima y punto.

Pero no es el Tintín de Spielberg y los sabios idiotas que la han criticado sino mi propia idiotez lo que quería comentar. Porque en ocasiones he manifestado mi desprecio por las series de televisión españolas, que en general me han parecido siempre tan superficiales como aburrridas, cuando no chabacanas y ordinarias. Sin embargo...

Poco a poco, lo cierto es que la ficción televisiva española se ha hecho con un hueco cada vez mayor tanto en la parrilla de las grandes cadenas como en los rankings de audiencia. En el mes de octubre fueron los programas más vistos: Águila Roja (La Primera), 30,2% de cuota de pantalla; Cuéntame cómo pasó (La Primera), 21,1%; El Barco (Antena 3) 17,1%; Gran Hotel (A3), 19%; Amar en tiempos revueltos (La Primera), 21,7%; Aída (Telecinco), 19,9%... Unos números de escándalo; ningún otro formato (concurso, series extranjeras, tele-realidad, etc.) les podría hacerles sombra en un enfrentamiento directo.

Pues bien, de ninguna de esas series he conseguido terminar de ver un solo capítulo. Superior a mis fuerzas. Y mira que lo he intentado. Pero la moralina prefabricada de Cuéntame –el producto de mayor calidad–, el humor burdo y cani de Aída, la sensación generalizada de amateurismo del resto me impiden sentir la más mínima empatía hacia los personajes, la menor curiosidad por la puesta en escena o un atisbo de interés filósofico por los problemas (sic) planteados. Las series españolas parecen uno de esos frutos de pega que se utilizan en los anuncios de supermercado, que de tan brillantes que aparecen revelan su falsificación y su mentira. Siempre me he planteado la pregunta que se hacía Juanma González en el blog sobre series de televisión de esta santa casa: Seriemente, "¿Qué les pasa a las series españolas?".

Pero puede ser que el fallo sea mío. De las series americanas las productoras españolas, de Globomedia a Diagonal TV, han aprendido el oficio de la narración relegando a la nada la problemática intelectual, buscando el entretenimiento a cualquier precio y sin sacrificar nada en el altar de la filosofía. Pensar es de cobardes, parecen sostener. Se ha innovado en cuanto a la manera de contar, se han hecho historias más complejas e incluso se ha invertido más dinero. Pero se sigue sin querer mezclar el entretenimiento con la reflexión, el espectáculo con la filosofía.

Quizás sea ese el siguiente paso. Aún falta por aparecer en el panorama televisivo español la serie que de golpe y porrazo nos introduzca en las grandes ligas de la ficción televisiva, a día de hoy monopolizadas por las cadenas privadas norteamericanas (de la HBO pasando por la AMC hasta llegar a la Fox) y las inglesas ITV (privada, responsable de Downtown Abbey) y la BBC (pública). Para ello será necesario que haya alguien que, como en su día hizo David Lynch con Twin Peaks, se arriesgue a cruzar la línea roja del dogma que atenaza a los productores del país: que el español medio no está preparado para aceptar una serie que además de entretenerle le haga pensar.

De este modo se retomaría una tradición española que sólo habría que actualizar, la que va desde el Curro Jiménez (1976) de Mario Camus, Pilar Miró y otros hasta el Ramón y Cajal (1982) y el Juncal (1989) de Jaime de Armiñán, pasando por Anillos de oro (1983), Segunda enseñanza (1986) y Brigada Central (1989), de Pedro Masó. Porque solo desde el conocimiento de las propias raíces se puede hacer un arte auténtico y universal, como demuestran en la faceta televisiva The Wire, Los Soprano o El ala oeste de la Casa Blanca.

Dos son los principios que deben gobernar una producción de calidad. En primer lugar, un realismo crítico, la observación de lo que sucede en la realidad de nuestro país, y luego saber reconvertirlo en producto artístico, sin amaneramiento, sin edulcoramiento, manteniendo la mirada que nos devuelva la nuestra propia en el espejo de la pantalla plana de LCD o plasma. En segundo lugar, que la narración, la historia relatada, no sea un envoltorio tan brillante como vacío. En conclusión, que los productores españoles no se empecinen en esa funesta manía del audiovisual español de no pensar.

 

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

twitter.com/santiagonavajas

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