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TEATRO

Lope de Vega, 'the special one', Premio Cervantes

Lope de Vega y Cervantes se llevaron muy mal en vida. ¡Ah, la envidia, qué mala es! Cervantes llevaba mal el éxito clamoroso de Lope, mientras que éste era un enfermo de narcisismo y prepotencia, una especie de Mourinho que se proclamó único y extraordinario, sólo que en latín ("Aut unicos, aut peregrinus") en lugar de en inglés ("The special one").


	Lope de Vega y Cervantes se llevaron muy mal en vida. ¡Ah, la envidia, qué mala es! Cervantes llevaba mal el éxito clamoroso de Lope, mientras que éste era un enfermo de narcisismo y prepotencia, una especie de Mourinho que se proclamó único y extraordinario, sólo que en latín ("Aut unicos, aut peregrinus") en lugar de en inglés ("The special one").
Cervantes.

Aunque en vida Lope estaba en la cúspide y Cervantes tenía que mirarlo desde abajo, la historia de la literatura ha cambiado el canon, y ahora es Cervantes el que se codea con Homero y Shakespeare (Harold Bloom mediante), mientras que Lope se tiene que conformar con ocupar un puesto en el parnaso nacional junto a su amigo Quevedo y su archienemigo Góngora. Que no es poco. Pero si el "monstruo de la naturaleza", como lo bautizó el autor del Quijote, levantase la cabeza escribiría unos cuantos cientos de versos infamantes contra Cervantes, los premios Cervantes, los Nobel y toda pluma que se moviese. Así, el premio Cervantes Vargas Llosa, en su discurso de aceptación del Nobel, va y cita a... Cervantes, claro.

 ... ninguno hay tan malo como

Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote

Sin embargo... puede ser que el biopic de Andrucha Weddington esté revelando un cambio de tendencia. No porque vaya a cambiar la apreciación sobre el autor de Don Quijote, sino porque el goteo de obras fundamentales de Lope de Vega nos habla de un autor absolutamente contemporáneo, de una inteligencia sentimental y política que está a la altura del genio cervantino, pero mucho más perfecto en lo formal.

Recientemente, el Teatro Nacional de Teatro Clásico puso en escena La estrella de Sevilla, una obra de autoría discutida pero de indudable calidad; una obra maestra, de hecho, redonda, definitiva. Decía Lope de Vega

... como las paga el vulgo, es justo

hablarle en necio para darle gusto.

De lo que se sigue que desde los siglos XVI y XVII el "necio vulgo" ha ido degenerando a marchas forzadas, para que hayamos pasado de La dama boba a Aída. Porque seguir la combinación de las consideraciones filosóficas relativas a la naturaleza del poder político y de la psicología que plantea Lope en La estrella de Sevilla a ritmo de metralleta versificadora exige un nivel de concentración que lo deja a uno literalmente anonadado. En estos tiempos de arbitrarias declaraciones de estados de alarma a la mayor gloria de los intereses del gobernante de turno resulta una bomba intempestiva este planteamiento sobre la ilegitimidad del poder injusto y la necesidad de la rebeldía ciudadana contra el que abusa y acosa.

Todavía está en gira por España El castigo sin venganza, a cargo de la compañía Rataká (este fin de semana en Sevilla y en febrero en Madrid). Se supone que los temas de la obra son los que se suelen citar cuando se habla del Barroco: que si el honor, que si la fama, que si la hipocresía moral relacionada con la moral católica... Temas demasiado vinculados a determinada peripecia histórica como para que nos interesen mucho. Pero es que si en algo destaca Lope, aunque sea más difícil de apreciar en su caso que en el de Cervantes, es en plantear problemas universales.

Al describir las tensiones sentimentales del duque de Ferrara tras enterarse de que le ha puesto los cuernos su propio hijo, Lope hará las delicias de sociobiólogos como los esposos Judith Eve Lipton y David Barash, que sostienen que la monogamia en los humanos no es natural y advierten del coste psicológico que supone la opción moral por la única compañía amoroso-sexual, o como Tim Birkhead, con su tesis sobre la promiscuidad de las mujeres...

Tanto en el caso del Teatro Nacional de Teatro Clásico como en el de Rataká, está contribuyendo al revival de Lope una dicción de los versos mucho más espontánea y naturalista. O, dicho de manera negativa, menos impostada y altisonante de lo que se estilaba cuando se consideraba que se era tanto mejor actor cuanto más engolado y operístico se pusiera uno. Del mismo modo que en la interpretación de la música barroca se ha tenido que luchar contra el romanticismo para restablecer la manera original en que compusieron Bach o Monteverdi, al teatro barroco se le han aplicado las mismas normas que al teatro contemporáneo, de forma que la descripción lopesca de la familia y la pareja como instituciones infernales pueda dialogar de tú a tú con la de un Harold Pinter o un Thomas Bernhard.

Precisamente se está representando ahora en España una de las obras emblemáticas de este último: Almuerzo en casa de los Wittgenstein, rimbombante título bien distante del original Ritter, Dene, Voss. Pero no cabe duda de que tira más el apellido Wittgenstein (y Frankenstein, y Einstein, y en general los que acaban en -stein), así como que el maldecido y malediciente Berhnard se inspiró en el loco filosófico Paul W. y en el filósofo locuelo Ludwig W., así que damos por bueno el cambio de denominación de la obra.

Dos hermanas esperan en el salón de la mansión familiar a que baje de su dormitorio su querido, idolatrado pero también detestado hermano, al que acaban de sacar del manicomio. Las mujeres, ya se sabe, encuentran un gran placer en cuidar de los demás ("ethic of care", lo denominan las feministas personalistas), y si son miembros de la familia, entonces el cuidado puede llegar a alcanzar la categoría de sacrificio místico (que será en su momento oportunamente echado en cara a la víctima del mismo). Bernhard, con su habitual sarcasmo y su mala leche vienesa, retrata sin el menor atisbo de simpatía, como juega el gato con las ratillas instantes antes de devorarlas, a sus personajes dentro de la jaula de oro de un hogar burgués, con costumbres burguesas, pensamientos burgueses y doble moral típicamente burguesa. De ahí los giros de guión, que, como también hacía Lope, permiten el paso de la comedia a la tragedia en un santiamén y sin solución de continuidad. Bueno, en el caso de Bernhard, de la comedia a la tragicomedia, la farsa y, todo lo más, el drama. Porque una buena tragedia repleta de asesinatos y demás tropelías aristocráticas podría estropear la digestión de la merienda a los burguesitos con ínfulas a uno y otro lado del escenario (por cierto, y hablando de digestión burguesa, ¡qué extraordinaria es la cocina del Teatro Central de Sevilla!).

Comentaba irónico Andrés Trapiello que, de existir en época de Cervantes, el Premio Cervantes se lo habrían dado a Lope. Le faltó añadir que con razón. El Cervantes, Bernhard no lo hubiera aceptado. En primer lugar, claro, porque no escribía en español; pero es que, aunque hubiera escrito en cristalina prosa castellana, lo habría rechazado como hizo con el Antonio Feltrinelli, debido a su rechazo a los reconocimientos públicos. Genios y figuras.

 

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