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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Pican más los celos que las pulgas

Afables copulantes: Los celos son un sentimiento doloroso que experimenta todo aquel que ama cuando intuye que no es el único aspirante a disfrutar de los encantos de la persona amada. Pero es aun peor cuando esa persona a la que se quiere en exclusiva se complace en exhibir sus atractivos ante otros devotos. Eso fastidia mucho.


	Afables copulantes: Los celos son un sentimiento doloroso que experimenta todo aquel que ama cuando intuye que no es el único aspirante a disfrutar de los encantos de la persona amada. Pero es aun peor cuando esa persona a la que se quiere en exclusiva se complace en exhibir sus atractivos ante otros devotos. Eso fastidia mucho.

Hay gente que dice que no es celosa y yo me troncho de risa. O miente o no ama. Porque lo cierto es que los celos están en nuestros genes y son un mecanismo que evolucionó para alertar a un individuo de las posibles interferencias en sus estrategias de emparejamiento. Por lo tanto, tienen una sólida base biológica y forman parte de esa serie de conflictos y desajustes que surgieron como consecuencia de la negociación entre los sexos y que una cultura nunca puede eliminar por completo.

Esto hay que decirlo porque no faltan tontos del culete que insinúan que los celos son consecuencia de la propiedad privada, del machismo, de la sociedad patriarcal, de la falta de libertad y todo eso, y que hay sociedades primitivas en las que, salvo el tabú del incesto, todo está permitido y no se conocen los celos. Pues un cuerno.

Es cierto que en Estados Unidos, como en muchos países occidentales, los celos son la causa principal de asesinato del cónyuge. Pero desengañaos, queridos, todas las culturas conocen y padecen los celos. No existe ningún paraíso sexual donde la gente esté liberada hasta el extremo de compartir su pareja sin objeciones. Lo que sucede es que en algunas culturas la prodigalidad sexual depende de complicadas contraprestaciones, que a los antropólogos les costó entender en su momento.

Es el caso de los habitantes de las Islas Marquesas, que siempre se ponían como ejemplo de libertinaje y que, después de todo, no están, ni mucho menos, libres de la mordedura dolorosa de los celos, como lo demuestran los últimos estudios etnográficos, que, más atentos a los datos, dicen que los celos se esconden detrás de muchos casos de maltrato y muerte de las marquesinas. Lo mismo sucede con los esquimales, tan promiscuos ellos, que compartían amigablemente sus esposas y resulta que tienen una tasa muy alta de homicidios con los celos masculinos como causa principal.

Lo mismo ocurría con los sultanes, tan celosos que no permitían que entrara ni un pene en el serrallo y ponían eunucos para vigilar a las odaliscas, que siempre estaban dispuestas a agarrarse del moño a causa de los celos. Igual que en las comunas hippies, donde, con el cuento del amor libre, a veces se hacía más la guerra que la paz.

También los animales presentan conductas muy posesivas y violentas. Los machos de la mayoría de las especies se muestran belicosos con sus rivales sexuales, y pueden atacar a la hembra sospechosa de adulterio y abandonarla. La lógica evolutiva es implacable y los machos tolerantes no se reproducen bien.

Las hembras pueden ser también celosas si pertenecen a especies en las que los dos sexos colaboran en la crianza, porque la infidelidad del macho puede ir acompañada de una importante disminución de la aportación de recursos. Pero los celos van más allá y se pueden sentir fuera del contexto sexual. Por ejemplo, entre hermanos, incluso entre distintas especies. Mi perrita, cuando alguien se acerca a mí, se convierte en una masa temeraria de tres kilos de celos perrunos.

Hombres y mujeres sienten celos con la misma intensidad, pero de distinta forma. Los hombres son más celosos si la infidelidad de su pareja es sexual. Las mujeres, en cambio, no pueden soportar que su amado se enrede en un asunto sentimental. La forma de reaccionar ante los celos es también distinta. Las mujeres están dispuestas a fingir indiferencia para salvar una relación. En cambio, los hombres, ante la sospecha, abandonan a su pareja y sienten más necesidad de reparar su autoestima con una buena venganza que restablezca el orden.

El varón celoso –con o sin motivo– es un personaje recurrente en la literatura porque se presta a grandes escenas de venganza, en las que lava su honor con baños de sangre. Ahí tenemos, por ejemplo, a Ulises, que, después de echar unos años en Troya y viajando por medio mundo, vuelve de incógnito a su casa y se encuentra a su mujer asediada por los pretendientes, que encima son unos gorrones. Curiosamente, nadie lo reconoce, salvo un porquero llamado Eumeo (que debía de ser un gallego con cistitis); y, total, que hay una masacre. Macbeth, por el contrario, es de ese otro tipo de celoso torturado, más propenso a creer en habladurías y matar a la mujer que ama antes de investigar un poco.

Cabe esperar que el que ama sea celoso, pero hay celos que son patológicos. Dice un refrán que el hombre celoso hace de la pulga un oso, y eso se debe a un problema más profundo. Las personas con poca seguridad en sí mismas, las más dependientes de su pareja, o que sufren sentimientos de inadecuación, son más celosas. El complejo de inferioridad con respecto a la pareja es una fuente de conflictos, sobre todo porque el miembro más deseable suele ser el menos implicado en la relación.

La mayor parte de los estudios se han centrado en los celos sexuales masculinos, seguramente porque, lo mismo que los demás elementos que forman parte de la negociación entre los sexos, la infidelidad tiene consecuencias asimétricas para hombres y mujeres. Si la esposa es infiel, el marido engañado puede estar malgastando sus recursos y su tiempo invirtiendo en la descendencia de otro hombre.

El celoso patológico es un peligro, pero también es cierto que hay un tipo de manipulación emocional muy femenino y puñetero que consiste en provocar celos intencionadamente. Las mujeres creen que, coqueteando, se revalorizan ante el compañero porque le demuestran lo deseables que son. Con ello pretenden consolidar una relación incipiente o mantenerla si decae, comprobar el interés de su pareja o incrementar el nivel de intimidad. Las más atolondradas –esto es lo más terrible– pretenden que un hombre se sienta posesivo con ellas.

A las coquetas patológicas les gusta jugar con fuego, pero, precisamente, la tita Reme ha venido a este mundo para advertiros, queridas, de que no hagáis eso porque podéis poner en peligro vuestro pellejo. Muchas de las víctimas de la violencia que llaman "de género" no tuvieron en cuenta las mínimas normas de prudencia.

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