El tiempo dirá si Susana Díaz vuelve a disputar a Pedro Sánchez el liderazgo nacional del PSOE, tal y como apunta Pedro de Tena en su convincente artículo en nuestro diario. Con todo, sea la presidenta andaluza u otro miembro, todavía agazapado, del partido, lo que resulta incuestionable es que la victoria de Sánchez en las primarias dista mucho de haber resuelto el gravísimo problema de liderazgo que, entre algunos otros de no menor calado, sigue padeciendo este partido desnortado.
Pese al inesperado y triunfal retorno de Sánchez a la Secretaría General del PSOE, una cosa es convencer a los militantes y otra, muy distinta, a los votantes. Y en este último y decisivo campo Pedro Sánchez sigue siendo el responsable político bajo cuyo liderazgo el PSOE ha obtenido los más calamitosos resultados electorales de su historia. Y lo peor es que con él no parece haber límite al deterioro: ahí está el sondeo del mes pasado de Metroscopia que detecta una nueva fuga de hasta un millón de votantes hacia Ciudadanos. A este respecto, recuérdese también la encuesta de NC Report para La Razón según la cual nada menos que el 76,3% de los electores socialistas renegaban de la consideración de España como "nación de naciones", a pesar de lo cual Pedro Sánchez ha logrado incluirlo como compromiso de partido ante una eventual reforma constitucional.
Recuérdese también aquella otra encuesta de Sigma 2 para El Mundo, tan interesante como ignorada, que aseguraba que una mayoría de votantes del PSOE –como también, por cierto, del PP, de Ciudadanos y hasta un tercio del electorado de Podemos– ya era partidaria de aplicar el artículo 155 de la Constitución un mes antes de que los nacionalistas consumaran su ilegal consulta secesionista del pasado 1 de octubre.
Esa disonancia entre militancia y electorado del PSOE también se ha percibido en estos últimos días a propósito del debate en torno a la prisión permanente revisable: nada menos que el 81 por ciento del electorado socialista y hasta un 62 por ciento del electorado podemita se muestra a favor de mantener dicha pena.
Así las cosas, en lugar de quitar votos a Podemos denunciando su radicalismo trasnochado y, sobre todo, su proximidad a las formaciones secesionistas –algo que ni siquiera comparte el electorado podemita–, el PSOE de Pedro Sánchez se dedica a competir en radicalidad programática con Podemos, a hacer suyo el contradictorio disparate plurinacional y, en general, a diluir todavía más el compromiso socialista con España como nación de ciudadanos libres e iguales. No es, por tanto, de extrañar que, en lugar de quitar votos a Podemos, sean los socialistas los que pierdan votantes en beneficio de Ciudadanos.
Susana Díaz podrá tener muchas otras limitaciones, incluso todavía menos apoyos entre la militancia, pero es Pedro Sánchez el responsable y máximo símbolo de esta imparable disonancia entre la militancia y el tradicional electorado de este partido ante lo que un creciente número de españoles –muchos de ellos de izquierda– percibe como el principal problema de nuestro país: su crisis nacional por causa de los secesionistas y por el poco compromiso en sus defensa de los dos grandes partidos supuestamente nacionales.
El liderazgo del PSOE, gracias a un encomiable proceso de primarias, seguirá en manos de una militancia sectaria y maniquea, pero no va a ver militancia que otorgue indefinidamente la batuta a quien no sepa otra cosa que llevar al PSOE de derrota en derrota electoral. Y Sánchez no parece que sirva para otra cosa.