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Guillermo Dupuy

Rajoy y su cómoda impotencia

Recuerden que la política de Rajoy, a pesar de su mayoría absoluta, se caracterizó por mantener casi todo aquello que en la oposición no quiso aprobar.

La semana pasada, durante una asamblea del Instituto de Empresa Familiar, que agrupa a decenas de empresas importantes del país, desde Acciona y Ferrovial a Mercadona y Gestamp, el presidente de dicho organismo preguntó al presidente del Gobierno si consideraba posible "acometer reformas de calado que hagan de España un sitio mejor para vivir y desarrollar la actividad empresarial". Rajoy, tras recordar que "tenemos 137 diputados", reconoció que "su mayor preocupación en este momento" no era hacer nuevas reformas sino "mantener las que se han hecho".

Dados los resultados de las últimas elecciones generales, que, tal y como era previsible, nos condenan a seguir teniendo sine die un gobierno en funciones, resulta evidente hasta qué punto es cierto lo que dice ahora Rajoy y hasta qué punto era estúpida aquella proclama del "España necesita un gobierno cuanto antes" que tantos utilizaron –entre ellos, Rajoy– para evitar la celebración de unas terceras elecciones generales. Lo malo es que, aunque Rajoy sea plenamente consciente de su impotencia, parece cómodamente instalado en ella. Y no hay nada mejor que lo pruebe que aquel "reformismo pausado", tal y como lo bautizó Vidal-Quadras poco antes de abandonar el PP, en tiempos en los que este partido gozaba de una holgada y omnipotente mayoría absoluta. De la política antiterrorista a la renuencia a bajar los impuestos y el gasto público; de la reforma del aborto al entierro del Plan Hidrológico Nacional; de la política energética a la pasividad ante el secesionismo catalán o del endeudamiento público a la Ley de la Memoria Histórica, la política de Rajoy, a pesar de su mayoría absoluta, se caracterizó por mantener casi todo aquello que estando en la oposición no había querido aprobar.

Si su carácter y su desapego intelectual por los principios liberal-conservadores que otrora abanderó su partido llevaron a Rajoy a mantener bajo siglas del PP buena parte de las reformas y la política llevada a cabo por Zapatero, ahora su impotente mayoría le procura una excusa perfecta a su inmovilismo.

Con todo, parece innegable que Rajoy prefiere depender de la abstención del PSOE o de los peajes al PNV que del apoyo exclusivo de Ciudadanos, tal y como podría pasar en caso de unas nuevas elecciones generales. Lo primero implica un cómodo inmovilismo con una resistencia de perfil bajo por parte del principal partido de la oposición; lo segundo implicaría tener que afrontar reformas de calado espoleadas por el partido de Rivera, siempre y cuando este último se acordase –claro está– de que los ciudadanos que le votaron no lo hicieron para que asumiera la indolencia del PP ante el secesionismo catalán, su voracidad fiscal y su despreocupación por el endeudamiento público, para oponerse a la liberalización del mercado de los estibadores o para desenterrar los huesos de Franco.

En cualquier caso, Rajoy esta cómodamente instalado en un inmovilismo que otrora excusó, paradójicamente, por la mala herencia recibida y que ahora justifica en unos resultados electorales que no quiere alterar con la convocatoria de unas nuevas elecciones. El remate de la paradoja será que esa comodidad se le venga a alterar con las primarias del PSOE.

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