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SIGLO XX

El socialismo árabe, un experimento desastroso

La caída de Ben Alí en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto nos lleva a recordar los orígenes de sus dictaduras. Hace menos de cincuenta años, el mundo árabe parecía a punto de caer en la órbita socialista. Los regímenes más poderosos y prestigiosos se definían como socialistas.


	La caída de Ben Alí en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto nos lleva a recordar los orígenes de sus dictaduras. Hace menos de cincuenta años, el mundo árabe parecía a punto de caer en la órbita socialista. Los regímenes más poderosos y prestigiosos se definían como socialistas.

Cuando empezó la descolonización de los imperios europeos, a partir de 1945, Gran Bretaña y Francia dominaban casi todos los países árabes. En el siglo XIX se hicieron con el norte de África (Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto), y después de la Primera Guerra Mundial se repartieron el territorio del Imperio Otomano (Siria y Líbano para Francia y Jordania, Palestina e Irak para Inglaterra). Quedaban unos pequeños territorios independientes, como los Estados de la Tregua en el Golfo Pérsico, el sultanato de Omán, el imanato del Yemen, el reino de Arabia Saudí (bajo amparo norteamericano) y el norte de Marruecos, administrado por España.

El trato que dieron ambas metrópolis a sus territorios muestra sus conceptos sobre la colonización. París se empeñó en absorberlos y gobernarlos de manera directa. Los beneficios de la República una y laica alcanzaban a un minúsculo número de indígenas, y siempre que no criticasen la presencia francesa. Argelia fue incorporada administrativamente a Francia, aunque los argelinos no podían votar en las elecciones parlamentarias.

Los británicos, que tenían más mano izquierda, aplicaron un modelo parecido al de la India y más adecuado en países con tradición histórica y pasado estatal: se retiraron y erigieron monarquías encabezadas por personalidades adictas. Egipto recobró su independencia en 1922, pero se mantuvo vinculado al Impero Británico mediante un tratado en el que se entregaba a éste la defensa del país frente a ataques exteriores. Irak y Jordania se convirtieron en reinos entregados a miembros de la dinastía hachemita. El origen de ésta se encuentra en Husein ben Alí, jerife de La Meca a comienzos de siglo y al que los británicos, por medio del célebre T. E Lawrence, persuadieron para que se proclamase rey del Hiyaz y se sublevase contra los turcos. Los Aliados incumplieron sus promesas de permitir la formación una nación árabe unida y, mediante el Acuerdo Sykes-Picot, se repartieron los territorios como ya hemos dicho. Los hachemitas fueron expulsados del Hiyaz por los saudíes, que constituyeron el reino de Arabia Saudí. Al príncipe Faisal, jefe militar de la rebelión, los británicos le dieron el trono de Irak, y a su hermano Abdalá el de Jordania.

Como curiosidad, cabe señalar que Irak fue en la Segunda Guerra Mundial el único país donde una parte de la clase dirigente se hizo con el poder para unirse al Eje y librarse de los británicos. El ex primer ministro Rashid Alí dio un golpe de estado en abril de 1941 y pidió ayuda a Alemania. Los británicos, que tenían tropas estacionadas en Irak, vencieron a los iraquíes antes de que el Eje pudiera organizar una operación de ayuda.

Husein de Jordania.Reyes con acento inglés

Numerosos príncipes árabes fueron formados en Inglaterra. Por ejemplo, los príncipes Husein ben Talal y Qabus ben Saíd estudiaron en la academia militar de Sandhurst (donde también lo hizo el príncipe Alfonso de Borbón, futuro Alfonso XII de España), y se convirtieron, respectivamente, en rey de Jordania (1952) y sultán de Omán (1970). Husein coincidió en la Harrow School con su primo Faisal, hijo del segundo rey de Irak, que tuvo un destino trágico: fue derrocado y asesinado en 1958. Varias de esas monarquías duraron poco, como las de Egipto (hasta 1953), Irak (hasta 1958) y Libia (hasta 1969); las derrocaron militares nacionalistas árabes.

Los actores políticos en esos años se dividían en dos bandos: por un lado, los reyes, los grandes propietarios y comerciantes y los embajadores francés y británico; por otro, militares y civiles nacionalistas educados en Europa. En julio de 1952, el golpe de estado de los Oficiales Libres egipcios, cuyo líder era el coronel Gamal Abdel Naser, desencadenó una oleada de nacionalismo que sacudió el mundo árabe y musulmán. Las tres principales potencias occidentales replicaron para asegurar sus intereses. En 1953, en el Irán persa, la CIA, con respaldo británico, derrocó al primer ministro Mosadeq y restauró al sha Mohamed Reza Pahlevi; en Marruecos, Francia depuso al sultán Mohamed V, mientras España apoyaba a éste en su zona del protectorado.

Pero las independencias eran imparables. Habib Burguiba fue nombrado primer ministro de Túnez, bajo tutela francesa, en 1956, y en 1957 proclamó la independencia. Después de una larga guerra, en 1962 Francia reconoció la independencia de Argelia, donde el Frente de Liberación Nacional instauró una dictadura socialista de partido único. En 1969, una rebelión panarabista derrocó al rey de Libia, Idris, pro-occidental hasta el punto de haber negado en 1967 el paso por su territorio a unas unidades militares argelinas que iban a combatir en Egipto. Muamar el Gadafi se nombró coronel para imitar el grado militar que tenía Naser y proclamó a su país Gran República Árabe Libia Popular y Socialista, o Gran Jamahiriya. La monarquía alauita había aceptado el credo expansionista del partido nacionalista Istiqlal (actualmente miembro de la Internacional de Centro), pero eso no la protegió de conspiraciones e intentos de derrocamiento: el rey Hasán II sufrió dos intentonas militares en 1971 y 1972, en las que estuvo a punto de morir.

A partir de la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días (1967) entró en escena un nuevo actor: los integristas, desde los Hermanos Musulmanes al imán Jomeini, que en parte fueron promovidos por Occidente y por los gobernantes árabes para acorralar a los comunistas.

Sadam Husein.Panarabismo y socialismo

Todos estos líderes nacionalistas, los egipcios Naser y Anuar el Sadat, el tunecino Habib Burguiba, el libio Muamar el Gadafi, el argelino Hamed ben Bella, el sirio Hafez el Asad y el iraquí Sadam Husein, eran musulmanes o reconocían la importancia del islam en sus países, pero a la vez eran laicos. Junto al nacionalismo árabe, adoptaron una especie de socialismo, la ideología de moda en los años 60 y 70.

Los militares egipcios prohibieron todos los partidos políticos, incluso el Wafd, que había combatido a los británicos en los años 20 y 30, y en la Constitución de 1956 establecieron un partido único, la Unión Nacional, que agrupaba a todos los egipcios y tenía como modelo el Partido del Pueblo del dictador turco Kemal Ataturk. En los años 60, ese partido se convirtió en la Unión Socialista Árabe. El socialismo desarrollado por los egipcios se definía como cooperativista, científico (empleaba el marxismo como ciencia económica, pero no como filosofía política o moral) y árabe.

El Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baaz), fundado en 1947 por un cristiano oriental, Michel Aflaq, se definía como panarabista, laico y, por supuesto, socialista, y se extendió desde Mauritania hasta Irak. Sólo alcanzó el poder en Siria, donde lo mantiene, y en Irak, donde está prohibido desde 2003.

El Frente de Liberación Nacional de Argelia, aunque socialista, rechazó el comunismo y se decantó por la autogestión, practicada ya en Yugoslavia y que representaba la gran promesa de desarrollo para muchos grupos de la izquierda europea. El estatismo y la teoría de la sustitución de importaciones destruyeron la economía argelina. Durante la colonia, Argelia exportaba alimentos a Francia, pero los cultivos se sustituyeron por cementeras y acerías. El resultado fue que parte de los ingresos del petróleo tenían que gastarse en comprar alimentos que se podían haber producido en el país.

Miembros de la Internacional Socialista

En Túnez, el partido dominante fue el Destour, fundado bajo la dominación francesa. Habib Burguiba lo rebautizó en los 60 como Partido Socialista Destour. El general Ben Alí, que derrocó a Burguiba en 1987, volvió a cambiarle el nombre por el de Reagrupamiento Constitucional Democrático. Y con esa denominación fue miembro de la Internacional Socialista durante décadas, en pie de igualdad con el PSOE, el Partido Laborista británico, el SPD alemán y el PS francés.

El RCD organizó congresos, visitas y reuniones para los socialistas europeos del Mediterráneo, y ninguno de ellos vio nada antidemocrático en Túnez. En este país encontró refugio el ex primer ministro socialista de Italia Bettino Craxi, que escapaba de los tribunales. Cuando Ben Alí tuvo que huir de su país, entonces sus camaradas socialistas se dieron cuenta de que era un dictador y un corrupto. A los tres días de la huida, la Internacional Socialista comunicó la expulsión del RCD en una carta reservada a sus miembros.

El presidente egipcio Sadat había refundado el partido único socialista con el nombre de Partido Nacional Democrático para lavarle la cara. Y su sucesor, Hosni Mubarak, consiguió el ingreso en la Internacional Socialista en 1989, de la que fue miembro hasta el pasado 1 de febrero. Los socialistas no quisieron que les ocurriera lo mismo que con el RCD.

Hoy, los herederos de todos esos aparatos políticos y estatales (superestructuras, según los marxistas) se enfrentan a una nueva oleada de revueltas de súbditos hartos de mentiras.

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