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REINO UNIDO

Una huelga general que reforzó a un Gobierno conservador

A finales del siglo XIX, Pablo Iglesias decía que las huelgas no se convocan cuando se tiene razón, sino cuando se pueden ganar. La sentencia tiene lógica, porque toda convocatoria de paro general ha supuesto siempre un pulso al Gobierno de turno.  

	A finales del siglo XIX, Pablo Iglesias decía que las huelgas no se convocan cuando se tiene razón, sino cuando se pueden ganar. La sentencia tiene lógica, porque toda convocatoria de paro general ha supuesto siempre un pulso al Gobierno de turno.  

En esos envites gana quien tiene mayor fuerza de convicción y movilización. El ejemplo más esclarecedor es el de la huelga general que vivió Gran Bretaña en 1926, convocada por el movimiento sindical europeo más poderoso del momento, el Trades Union Congress (TUC), que contaba con cinco millones y medio de afiliados. Lo que era un paro de solidaridad con los mineros se convirtió en un desafío político al Gobierno conservador de Stanley Baldwin.

La Gran Guerra movió a Londres a organizar la minería de manera que la producción se ajustara a las necesidades bélicas del país. Cuando, en 1921, las minas volvieron a manos de sus dueños, éstos quisieron regresar a las condiciones laborales que en su día habían pactado con los sindicatos, lo que equivalía a una reducción salarial y a un aumento de la jornada de trabajo. Enseguida el TUC maniobró para impedirlo.

En 1923 el Partido Laborista ganó las elecciones, superando por primera vez al Partido Liberal como gran oponente de los tories. Ahora bien, su mandato duró poquísimo, menos de un año, de enero a noviembre de 1924. El acercamiento del primer ministro MacDonald a la URSS, con la que firmó un tratado de comercio, soliviantó al TUC, que forzó una crisis ministerial que se llevó por delante al Ejecutivo laborista.

Desde la época de Disraeli, la capacidad organizativa de los conservadores era enorme. Habían confeccionado una red nacional adaptada a la democracia y basada en la defensa del anglicanismo, el patriotismo y los valores tories. Por eso no les resultó muy complicado ganar las elecciones de finales de 1924, de la mano de Stanley Baldwin. Para entonces la economía había mejorado, y el desempleo remitía: los dos millones de parados que había en 1921 se convirtieron en justo la mitad cuatro años después, gracias sobre todo al mercado interno, si bien el sector exterior siguió siendo una ruina. La opinión general era que los salarios encarecían la producción, lo que no hacía competitivo el producto británico en el mercado internacional. Baldwin se convirtió en portavoz de esta opinión, y dijo con claridad:

Todos los trabajadores de este país deben aceptar reducciones de sus salarios, para ayudar a que la industria se levante sobre sus pies.

La situación insostenible de la minería por la competencia alemana y polaca hizo que los empresarios del sector anunciaran recortes salariales. El 31 de julio de 1925 el TUC amenazó con una huelga general de solidaridad. Para evitar problemas, el Gobierno prometió la puesta en marcha de una comisión que estudiara la situación de los mineros. Baldwin aseguró al TUC que, durante el tiempo en que la referida comisión estuviera activa, no se modificarían los salarios ni la jornada laboral, y anunció un desembolso en subvenciones por valor de unos 24 millones de libras. 

Finalmente, la comisión propuso cambios organizativos en las minas y aconsejó que se rebajaran los salarios para competir con la minería alemana, o bien que se aumentara la jornada laboral. Los sindicatos no aceptaron el informe... y los empresarios tampoco. El líder minero Arthur J. Cook llamó a la huelga al grito de:

¡Ni un penique menos de paga, ni un minuto más de jornada!

El 1 de mayo, las minas pararon. En pocas horas, más de setenta poblaciones quedaron sometidas al control de comités de huelga... que los comunistas quisieron convertir en sóviets. Sin éxito.

Ese mismo día, tras un intenso debate, la mayoría del TUC votó por la huelga general, que comenzó el 3 de mayo y se prolongó durante nueve jornadas. El respaldo de los sindicalistas fue total. Según A. J. P. Taylor, al que quizá se le fue la mano, "se trataba de los mismos hombres que habían acudido [como voluntarios] a la defensa de Bélgica en 1914".

La situación era grave por las implicaciones materiales y políticas, por lo que Baldwin hizo el siguiente llamamiento a sus conciudadanos:

Respetad a las autoridades. Haced respetar las leyes, cuya custodia corresponde al Parlamento. La huelga general es un desafío al Parlamento y el camino hacia la anarquía y la ruina.

Para evitar el desabastecimiento, el Gobierno dictó la Ley de Poderes de Emergencia, por la que el país quedaba dividido en once regiones, encabezadas por un Comisionado Civil. Baldwin movilizó al ejército e hizo los preparativos para el arresto de revolucionarios. Ante la falta de noticias, dado que los periodistas secundaron la huelga, el Gobierno lanzó la British Gazette, bajo la dirección de Winston Churchill, para quien la huelga era un conflicto que, llevado a los extremos, podría provocar "la caída del régimen parlamentario" o bien "su victoria decisiva".

El TUC consiguió que la práctica totalidad de sus cinco millones de afiliados secundaran la huelga. El objetivo era paralizar el país y forzar al Gobierno a cambiar de política.

Pero el grueso de la población dio la espalda a los huelguistas, convencida de que los recortes eran una solución obligada, no deseada pero mejor que la alternativa que promovía el TUC o que no hacer nada.

El transporte por carretera no quedó paralizado, por lo que se pudo proceder a una distribución razonable de artículos de primera necesidad. Se reclutaron conductores voluntarios para trenes y camiones entre antiguos oficiales y en las universidades, lo que provocó numerosos ataques a los ferrocarriles, pero la vida siguió su curso.

El 12 de mayo el TUC desconvocó la huelga y los huelguistas volvieron a sus puestos de trabajo, incluidos los mineros, que lo hicieron bajo las condiciones fijadas por sus empresas. Los sindicatos británicos abandonaron para siempre el lenguaje revolucionario, que habían tomado prestado en la primera década del siglo XX, y volvieron a ser asociaciones reformistas. La huelga se había comido sus fondos; cabe decir que no tenían financiación pública, para así actuar con autonomía. La dirección del movimiento volvió a manos reformistas y apartó a los revolucionarios. En los años siguientes el número de paros experimentó una reducción notabilísima. Por lo que hace a los salarios, se mantuvieron estables hasta 1929; es más, ya en plena Gran Depresión los sueldos en el Reino Unido disminuyeron mucho menos que en otros países europeos.

Baldwin fue el gran vencedor de la huelga general que le infligió el TUC. Tan fue así, que incluso se permitió proponer una ley que tenía por objeto prohibir las huelgas de solidaridad.

La huelga general no debilitó al Gobierno; todo lo contrario, lo reforzó, así como al Partido Conservador, lo que posibilitó que Gran Bretaña pusiera punto final a una situación de inestabilidad política que le había hecho dotarse de cuatro Gobiernos en tres años.

Baldwin gobernó Gran Bretaña hasta 1929: poco antes del crack, los laboristas de MacDonald volvieron a hacerse con el poder.

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