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COMER BIEN

Gatronomía: De ambrosía y malvasía

No sé por qué, pero por una de esas asociaciones de ideas, seguramente por la similitud fonética de ambas palabras, desde pequeño asocié la "ambrosía", es decir, el alimento de los dioses, con la "malvasía". Cosas de chavales.

No sé por qué, pero por una de esas asociaciones de ideas, seguramente por la similitud fonética de ambas palabras, desde pequeño asocié la "ambrosía", es decir, el alimento de los dioses, con la "malvasía". Cosas de chavales.
Porque, claro, por entonces yo no tenía la menor idea de lo que pudiera ser la malvasía. Afortunadamente, el tiempo y los viajes acaban poniendo las cosas en su sitio, y ya hace mucho que sé lo que es la malvasía –una uva– y, sobre todo, lo que son los malvasías, o sea, los vinos elaborados con esa uva. Es una uva blanca, mediterránea, muy antigua. Parece ser que su nombre viene de una isla del Peloponeso, al que hoy está unida, llamada Monembasia, que viene queriendo decir algo así como "lugar de un solo acceso"; de hecho, hasta no hace demasiado tiempo ese único acceso era un puente.
 
Los vinos de malvasía fueron famosos en la Edad Media, en el Renacimiento... Pero yo estoy seguro de que su máximo prestigio les llegó en la segunda mitad del XVI, y de ahí hasta el XVIII, una vez que esa variedad, procedente de Creta, se plantó en las Islas Canarias, muy especialmente en las de Tenerife y La Palma.
 
La vid fue introducida en Canarias tras la conquista, sobre todo cuando la caña de azúcar se aclimató a la perfección en el Caribe y su cultivo en las islas dejó de ser interesante. Hay que reconocer que el éxito fue inmediato, ya que los vinos de Canarias gozaron de una gran fama en esas épocas. Es inevitable, al mencionar los vinos canarios, hablar de Shakespeare. Al bardo de Stratford debía de gustarle bastante el vino, ya que no es precisamente parco en sus elogios a los de Jerez y, ya digo, a los de Canarias, de los que decía que "alegran los sentidos y perfuman la sangre"; aparece en obras como "Enrique IV" o "Las alegres comadres de Windsor". También en "Ivanhoe", de Walter Scott; y otros autores ingleses como Robert Louis Stevenson o Lord Byron alabaron los vinos de Canarias, especialmente los malvasía.
 
Hay que puntualizar que los vinos canarios que conoció Shakespeare fueron los ya citados, de Tenerife y La Palma; si les hablan del por otra parte nada desdeñable malvasía de Lanzarote y su interlocutor lo vincula a Shakespeare, recuérdenle con discreción que el gran dramaturgo inglés falleció en 1619, más de un siglo antes de que se plantasen viñas en Lanzarote, cosa que no sucedió hasta después de la erupción, en 1730, del Timanfaya. Los vinos canarios, lamentablemente, dejaron de exportarse a Inglaterra, por motivos más que nada políticos, en el XVIII. Incluso hoy día presentan un problema: hay que ir a Canarias para beberlos. Los canarios presumen de que ellos se beben todo el vino -bueno; casi todo- que producen... y eso que el consumo per cápita en las islas Afortunadas es de los más bajos, si no el más bajo, de España.
 
Yo, en Canarias, suelo beber vino canario. Sobre todo, vino blanco. Con los vinos canarios me pasa como con los de mi tierra, Galicia: soy de blancos. Vinos elaborados con variedades como la Listán, que no es otra que la –en la Península, salvo en Jerez– sosaina Palomino; con la prefiloxérica Marmajuelo; con la Gual, que para mí ha sido una auténtica revelación en el "Viñátigo" monovarietal de la D.O. Ycoden-Daute-Isora; con la Albillo, de la que probé un excelente vino de La Palma llamado "El Níspero"...
 
Y la Malvasía. Hay, claro, malvasías secos. Están bien. Pero la grandeza de estos vinos hay que buscarla en los dulces. Vinos que muy bien pueden ser muy parecidos a los del XVI, a los que amaba Falstaff. Vinos de color oro viejo, tremendamente aromáticos, con un dulzor nada empalagoso, un ligerísimo pero perceptible punto final amargo... En Santa Cruz de la Palma probé alguno delicioso, incluso como acompañante de otra de las glorias palmeras, sus quesos -Denominación de Origen Protegida- de leche cruda de cabra. Malvasías de Fuencaliente... Sin hacer de menos a otros malvasías, como los de Sitges, ocuparán ya un lugar de privilegio en mis recuerdos. Son, eso sí, vinos de otro tiempo, aunque ahora renazcan los vinos dulces; vinos licorosos, con graduación, para disfrutar despacio, capaces de afrontar, cómo no, el reto de un foie-gras o, ya decimos, el de un punzante queso caprino.
 
Beberlos pausadamente y con atención hace que comprendamos mejor al bueno de Falstaff, capaz de vender su alma al diablo por un tonel de este vino. Y, cuando los prueben, ya verán que yo no iba tan descaminado cuando, de jovencito, confundía la ambrosía con el malvasía: es, claro que sí, una bebida ­–un néctar– digna de los dioses.
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