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DRAGONES Y MAZMORRAS

Marguerite de Crayencour, alias Yourcenar

Los editores independientes, es decir, los que no han sido comprados por ningún grupo importante, se quejan de que tienen muy pocas posibilidades de llegar al gran público porque ni las librerías ni los medios de comunicación les hacen ningún caso.

Desde luego no lo dirán por nosotros, ni tampoco por La Linterna, pues nos hemos especializado en ellos, precisamente para hacer un servicio al público dando a conocer sus productos. Se supone que las editoriales integradas en los grandes grupos tienen la difusión
garantizada, lo cual no es siempre cierto, pero necesitaría todo un artículo para exponer cuáles son las editoriales postergadas, dentro de los poderosos, así como una labor de documentación que requiere más tiempo del que puedo, en esta ocasión, disponer.

A pesar de que los editores y autores suelen decir que un libro, una vez publicado, tiene vida propia, he visto demasiadas imposturas literarias salir adelante en las listas de los más vendidos, a golpe de seducción comercial, para acabar de creérmelo del todo; libros que, como ocurre con tantos productos inútiles de los supermercados, se agotan sólo porque hay un atractivo montón de donde cogerlo. Saben mucho de debilidades humanas y de fantasmas los señores que se ocupan de ello, sin necesidad, además, de haber tenido que pasar por el trago de leer a Roland Barthes.

No todo son imposturas, el milagro también ocurre con algunos libros supuestamente difíciles. Por ejemplo, estoy convencida de que si las obras de Marguerite Yourcenar hubieran aparecido en una editorial menos amparada (incluso en los años primerizos) por los medios de comunicación y las librerías que Alfaguara, les habría costado mucho más conseguir que esta escritora tan exquisita, de escritura tan culta y alambicada, se convirtiera en un fenómeno de masas en España. Más que a un crítico literario es a un sociólogo a quien habría que confiar el estudio de estas explosiones.

Lo que digo de ella podría decirlo también de muchos otros pero si la he elegido es porque este año se celebra el primer centenario de su nacimiento y porque la editorial Paidós acaba de publicar la traducción de una nueva biografía: Marguerite Yourcenar. Qué aburrido hubiera sido ser feliz de la belga Michèle Goslar, burdamente traducido por cierto, con errores del tipo de “se levantó de buena mañana” etc, pero pasemos. He oído decir a algunos que de la Yourcenar les interesa más su vida que su obra y, francamente no estoy de acuerdo. Para empezar porque ambas están inextricablemente unidas, como ocurre con muchos otros escritores a los que, Internet mediando (pues la red es hoy en día el baremo de la pervivencia de un escritor más allá de su muerte) se les puede calificar “de culto”.

Belgas, franceses y americanos, rivalizan a este respecto en inventiva, y la tarea está lejos de finalizar, dado el material abundante que permanece inédito y que aún lo permanecerá, al menos hasta el año 2075. Los primeros porque Marguerite nació en Bruselas, en el seno de una familia aristocrática llamada en realidad “de Crayencour”, los segundos porque eligió la nacionalidad francesa y los terceros porque desde 1939 hasta su muerte en 1987, vivió en los Estados Unidos, amparada por su fiel compañera Grace Finck, quien tuvo con ella una relación muy parecida a la que unió a Alice B. Toklas con Gertrude Stein,y porque adquirió la nacionalidad norteamericana en 1947.

Creo que, desde Colette, ninguna otra escritora de lengua francesa ha despertado tanta devoción. La razón hay que verla en ese yo apabullante y regio que planea en sus respectivas obras (en todos los sentidos del término) y del que no se habrían podido desprender, ninguna de las dos, aunque lo hubieran intentado, cosa que no hicieron. Entre las afinidades, el amor militante por la naturaleza y los animales, situados en lo más alto de sus respectivas jerarquías amorosas, rasgo este muy digno de ser tenido en cuenta y que las acerca de manera asombrosa.

Hay otras: su bisexualidad, su misoginia, la pertenencia de ambas a la Academia de la lengua belga que, antes que ninguna otra admitió mujeres en su nómina, empezando por Anna de Noailles. Por cierto que Yourcenar fue la primera mujer que entró en la Académie française, en 1981 (Colette nunca fue admitida a pesar de la presión de algunos académicos) lo que la valió infinidad de insultos por parte de personas tanto públicas como privadas. Y hay, por supuesto, muchas diferencias, circunstanciales las unas y sustantivas las otras pero a ambas hermanadas en eso que se llama pomposamente “el imaginario literario” y que no es otra cosa que las afinidades electivas de nuestros propios fantasmas que, al menos eso espero, nada tienen que ver con los de Roland Barthes.

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