Conviene tener presente que un banco central no es más que una entidad emisora de dinero a la que se ha concedido un monopolio territorial. Ahora bien, los bancos centrales no pierden su naturaleza de entidades emisoras por el hecho de disfrutar de un monopolio: sus funciones y pautas de actuación deberían ser las mismas que si no lo ejerciera.
En este sentido, es evidente que la función casi única de un banco emisor es defender el valor de su moneda, para que sus tenedores puedan utilizarla con seguridad como medio de intercambio y depósito de valor. Para ello cuenta a largo plazo con un solo instrumento: sus activos. Cuanto mayor sea la calidad de los activos de un banco de emisión, mayor capacidad tendrá para fijar el valor de su divisa.
Lo mismo sucede con un banco central. Lo único que debería hacer es proteger la paridad adquisitiva de su divisa mediante el uso racional de sus activos. El problema es que la escuela inflacionista-keynesiano-monetarista ha terminado atribuyendo a estas entidades funciones de estabilización de la economía, como por ejemplo la manipulación del valor de la moneda para influir (de alguna forma) en el resto de la actividad productiva.
Bernanke es un caso exagerado de esta escuela: el valor del dólar le resulta prácticamente irrelevante con tal de –eso dice pretender– generar empleo, salvar bancos y restablecer el ciclo de endeudamiento de EEUU. Trichet, en cambio, es un caso atenuado: aunque su prioridad es detener la inflación (defender el valor del euro), no la persigue con demasiado ahínco (Paul Volcker colocó los tipos de interés en el 13,5% para frenar la inflación en EEUU), y no hace ascos a juguetear con un euro estabilizado (mantuvo los tipos al 2% durante dos años).
Por tanto, en principio Trichet estaría más cerca que Bernanke del buen banquero emisor. Sin embargo, uno podría plantearse si realmente es tan importante defender el valor de las divisas aun a costa de cargarse el resto de la economía. Ahora bien, pese a su aparente lógica, ésta sería una disyuntiva falaz.
Los bancos de emisión simplemente emiten un dinero que será más o menos apto para cumplir sus funciones. Puede decirse sin temor a errar que, gracias a ello, la sociedad se vuelve más productiva, pues ahonda en la acumulación de capital y en la división del trabajo. Ahora bien, en ningún caso los bancos de emisión generan riqueza adicional. La manipulación de las emisiones de dinero no crea nuevos bienes de consumo y de capital: como mucho, redistribuye los ya existentes.
La política de Bernanke consiste en tratar de que los tenedores de dólares paguen, mediante la depreciación (inflación) del billete verde, las deudas de los bancos, las aseguradoras y las agencias hipotecarias. Pero aquí no se está generando nueva riqueza ni impulsando el crecimiento: se está destruyendo riqueza en una parte de la sociedad para compensar su previa destrucción en otra; todo ello mediante el misterioso velo monetario.
La Fed ha puesto desde septiembre todos sus activos (que posee para defender el valor del dólar) a disposición del sistema bancario estadounidense. Como no podía ser de otro modo, desde entonces el dólar se ha hundido, lo que ha amplificado los efectos de la subida de las materias primas. Los bancos han logrado un flotador transitorio gracias a que las empresas y las familias de EEUU han venido empobreciéndose.
Esto es una política de corto recorrido. La Fed no va a conseguir evitar una quiebra masiva de deudores, por mucho que abarate el crédito. Un activo impagado (por ejemplo, una hipoteca subprime) tiene un valor tendente a cero, por muy bajos que sean los tipos de interés. La Fed sólo hubiera podido retrasar el impago masivo prolongando la burbuja inmobiliaria, de modo que los hipotecados siguieran refinanciando sus hipotecas con unos precios siempre crecientes.
¿Alguien cree que EEUU necesitaba cada año dos millones de viviendas nuevas? Perpetuar la burbuja inmobiliaria hubiera significado, precisamente, eso. Y es que, como ya hemos indicado antes, la Fed no crea nueva riqueza, como mucho la redistribuye; en este caso, la concentra en los activos inmobiliarios a costa de no producir o invertir en otros bienes.
En cuanto a la política de Trichet, parece dirigirse, en parte, a no manipular la moneda aun cuando tengan lugar las quiebras y liquidaciones que necesita la economía. Quizá esto acelere la recesión, pero de todas formas no la puede evitar.
En España, la deuda cuya amortización dependía exclusivamente de que la burbuja inmobiliaria continuara hinchándose estaba condenada al impago, y con ese inevitable impago también estaban condenados todos los acreedores cuyo capital estuviera invertido en esa deuda. Los tipos de interés bien poco pueden hacer para solucionar esto, simplemente porque España no necesitaba 800.000 viviendas nuevas cada año.
Ahora bien, gracias a que Trichet ha refrenado sus impulsos inflacionistas, el euro no se ha depreciado tanto como el dólar, de modo que el encarecimiento de las materias primas no ha sido tan intenso. En el último año el petróleo ha subido un 100% en dólares, pero sólo un 65% en euros.
Aquellos que se quejan amargamente de que la moderación crediticia que propugna Trichet está acelerando la recesión en España olvidan que el motivo fundamental de la misma no son los tipos de intervención del BCE, sino que el fin de la burbuja inmobiliaria en nuestro país nos impide financiar las importaciones de petróleo mediante la venta de cédulas hipotecarias al extranjero, por lo que los bancos y las empresas se ven forzados a concentrar sus escasos fondos en la financiación de la compra de petróleo. Un incremento del precio del crudo aun mayor por culpa de la depreciación del euro habría agravado mucho más nuestro déficit corriente y, en correspondencia, la restricción crediticia interna necesaria para sufragarlo.
Desde luego, Trichet no es ningún adalid de la libertad monetaria, pero al menos desempeña su papel de banquero emisor monopólico con mucha más cabeza que Bernanke. En EEUU tienen una recesión inminente que se agrava por momentos y un dólar que se ha convertido en el estercolero internacional. En la Zona Euro, si bien nadie nos salvará de una recesión larga y complicada, al menos tenemos una divisa que no se deprecia a tanta velocidad.