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EJERCICIO LEGÍTIMO DE LIBERTAD

Boicotee El código Da Vinci

Las palabras de Angelo Amato instando a boicotear la película El código Da Vinci han desatado las críticas de buena parte de la izquierda anticlerical. En su opinión, la Iglesia demuestra un nulo respeto hacia la libertad de expresión y pretende restaurar los tiempos de la Inquisición. Incluso algunas voces han comparado la reacción de Amato a las protestas musulmanas contra las caricaturas de Mahoma.

Las palabras de Angelo Amato instando a boicotear la película El código Da Vinci han desatado las críticas de buena parte de la izquierda anticlerical. En su opinión, la Iglesia demuestra un nulo respeto hacia la libertad de expresión y pretende restaurar los tiempos de la Inquisición. Incluso algunas voces han comparado la reacción de Amato a las protestas musulmanas contra las caricaturas de Mahoma.
Fotograma de El código Da Vinci
Este razonamiento absolutamente banal sólo puede provenir de un problema estructural en la izquierda, su incapacidad para distinguir entre acciones violentas y acciones no violentas. El socialismo ha interiorizado hasta tal punto su afición de emplear la represión como mecanismo de transformación social, que ha llegado a trivializar –relativizar– la violencia. Cualesquiera medios son legítimos siempre que el fin sea aceptable; la violencia no da ni quita la razón, sólo la ejecuta.
 
De esto modo, dado que para la izquierda anticlerical la defensa de las convicciones católicas resulta del todo inaceptable, merece ser equiparada a los peores mecanismos censores y coactivos aun cuando ésta se practique sin hacer uso de la violencia.
 
Sin embargo la diferencia debe quedar meridianamente clara. La Iglesia ni debe instituirse en Estado ni debe mezclarse con los órganos políticos porque no resulta legítimo utilizar la fuerza para imponer una determinada fe o moral. La verdad sólo puede prevalecer a través de la persuasión, nunca mediante la coacción.
 
Ahora bien, esta necesaria separación entre la fe y la violencia no significa que la Iglesia debe quedar anestesiada ante cualquier fenómeno político o social. Como institución privada, la Iglesia tiene pleno derecho a combatir y denunciar todas aquellas manifestaciones que considere incorrectas u ofensivas para la sociedad o para el pueblo de Dios.
 
De hecho somos muchos los que creemos en la necesidad de que la Iglesia se vuelva más beligerante con los poderes políticos. Los católicos deben enfrentarse contra un Estado que sólo pretende absorberlos y reducirlos a su más mínima expresión, contra un Estado cuyo objetivo último siempre ha sido matar a Dios y ocupar su lugar.
 
Asimismo, los católicos también pueden articular medidas de presión no violenta contra todos aquellos individuos que ofendan sus convicciones. El boicot del arzobispo Amato contra El código Da Vinci se enmarca en esta línea: dificultar el enriquecimiento de todas aquellas personas que pretenden medrar ofendiendo los valores y la fe cristiana.
 
El boicot no es más que una exhortación a que los consumidores dejen de adquirir un producto; no utiliza la violencia en ningún momento, tan sólo la presión de la soberanía del consumidor. Lo único que ha reclamado Amato, por tanto, es que los católicos (ni siquiera toda la sociedad) no vayan al cine a ver El código Da Vinci.
 
Si la izquierda califica esto como un ejercicio de censura, entonces también los críticos de cine que despedazan una película deberían ser considerados inquisidores oficiales. De hecho, siguiendo esta completa falta de lógica, la propia película El código Da Vinci, al tratar de menospreciar la fe católica y por tanto de apartar a la gente de la Iglesia, mercería el calificativo de censora e inquisidora del cristianismo. ¿Habría que perseguirla entonces por vulnerar la libertad religiosa?
 
Ni El código Da Vinci ni la exhortación al boicot de Amato deben recibir tales adjetivos. En ninguno de los dos casos ha mediado el ejercicio de la violencia y, por consiguiente, ambos actos son manifestaciones de la más genuina libertad de expresión. Los católicos pueden decidir si secundan el boicot y los anticlericales pueden respaldar la película acudiendo cinco veces a verla. La decisión final recae sobre cada persona.
 
De ahí que la comparación del boicot con las manifestaciones musulmanas en contra de las caricaturas de Mahoma carezca por completo de fundamento. En aquellas turbas se solicitaba que los estados belga y holandés censuraran la aparición de cualquier caricatura ofensiva con el supuesto profeta, esto es, que cercenaran la libertad de los holandeses tomar las decisiones finales sobre sus vidas y sus propiedades.
 
En otras palabras, mientras Amato apela a los católicos para que hagan un uso legítimo de su libertad, los manifestantes musulmanes se dirigían a los estados para que impidieran el uso legítimo de la libertad de los individuos. No es de extrañar, por tanto, que aquellas protestas liberticidas se saldaran con la muerte de personas y la quema de edificios; su respeto por la vida y la propiedad era nulo.
 
Boicotee o no El código Da Vinci, sepa que tiene todo el derecho a hacerlo. No se amilane si le llaman censor o inquisidor por su negativa a rentabilizar una película anticlerical. Actúe según sus convicciones y si es católico escuche a Amato: boicotee El código Da Vinci. A diferencia de los socialistas y los manifestantes musulmanes el arzobispo sólo intenta convencerle y no coaccionarle.
 
No nos confundamos; quienes defienden la utilización de la violencia, del Parlamento y de la represión para eliminar todas aquellas asperezas individuales que no se ajustan con sus ridículas utopías constructivistas son los socialistas, no quienes defienden el boicot a una película por suponer una clara ofensa a su fe y sus valores.
 
El individuo es soberano para decidir con que personas o empresas se relaciona y este principio prevalece a pesar de todos aquellos socialistas que sacan a relucir su instinto represor cuando confunden boicot con censura. La violencia, para ellos, no marca la diferencia.
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