
Los tres criterios
Parece que ha vuelto la moda del cine histórico que nunca ha dejado de ir y venir a lo largo de la historia del cine. Gladiator, Alejandro Magno, El rey Arturo, El reino de los cielos,…El cine histórico se convirtió en un género propio enseguida, ya que desde la época de Griffith se hicieron grandes producciones como Judith de Betulia o El nacimiento de una nación. Hoy es un género consagrado y abanderado por numerosísimos ejemplos que forman ya parte de la mejor historia del séptimo arte.
Sin embargo, el cine ni es ni sirve como instrumento de investigación histórica, y menos el cine de ficción, ya que el documental sí puede aportar “documentos visuales”. El cine histórico de ficción tiene unas exigencias narrativas que obligan a los hechos descritos a someterse a una especie de cirugía estética. Todo cine es en cierto sentido truco y manipulación, y el cine histórico no se sustrae a esa condición, pero esta limitación narrativa no es problema si se respetan tres factores que desarrollamos a continuación.
a) La esencia de los hechos narrados. Aunque se cambien elementos de la historia nunca deben alterarse los hechos fundamentales que se abordan. Y si hay modificarlos necesariamente, que no sea en aspectos esenciales.
Pensemos, por poner un caso, en La misión de Roland Joffé (1986). Los estudiosos reconocen las inexactitudes históricas del argumento, bien por fechas, personajes o geografía. Por ejemplo, el Cardenal Saldanha es sustituido en el film por Altamirano. Sin embargo, lo que se cuenta responde con bastante autenticidad a lo que sucedió en torno al Tratado de Límites de 1750 entre España y Portugal, en relación con las reducciones guaraníes del río Paraná. Las luchas de poder territorial entre España y Portugal, la hostilidad del Marqués de Pombal hacia los jesuitas, la calidad misionera y cultural de las reducciones jesuíticas, la situación de la Compañía en el mundo… son elementos reales e importantes que se reflejan con suficiente plausibilidad.

b) Las decisiones “manipuladoras” son siempre narrativas y no ideológicas. El criterio para cambiar, quitar o poner debe buscar una fluidez narrativa, un ritmo, una claridad expositiva, y nunca debe servir para imponer un escoramiento ideológico y parcial.

En el caso de El hundimiento, también encontramos una selección de hechos en función de las exigencias de ritmo y evolución del film, pero se mantienen los episodios más elocuentes y los históricamente más documentados.
c) Es imprescindible dejar al espectador un espacio de libertad de interpretación.

Rossellini fue un gran defensor de este tercer principio: “Es preciso conocer las cosas fuera de toda ideología [...] Yo muestro las cosas, no las demuestro [...] Si ha de haber una emoción, debe salir de las cosas tal como son”. Frente al cine moralizante o con “moraleja”, Rossellini propone los hechos mismos, sin más, que por ser verdaderos explican luminosamente lo que es el hombre. Para ello busca una depuración máxima en su puesta en escena, tratando de ser esencial, huyendo de toda retórica y todo efectismo. Es en ese sentido en el que Jacques Rivette comparó su cine con la pintura de Matisse.
Esto no significa que el director no pueda ver una urgencia histórica en el tema tratado, una pertinencia, por ejemplo, debida al paralelismo entre una situación presente y otra pretérita. En este sentido Roland Joffé declaró sobre La misión: “Se trata de contar los hechos tal como son, como ocurrieron, de forma poética, pero comprometida. Se habla de algo que pasó pero que tiene una relación simbólica con la actualidad. El filme habla del contraste entre la vida real de los misioneros y la concepción burocrática de la misma que tiene el poder”. Es decir, se busca una proyección sobre el presente que no desvirtúe los hechos reales del pasado.
El Reino de los cielos, de Ridley Scott

Por poner sólo un ejemplo, fijémonos en el arranque del film, algo muy importante siempre en relación con los espectadores y su introducción en la película. En un par de escenas Ridley Scott nos presenta claramente su concepción personal y subjetiva del medievo, como algo oscurantista y primitivo –algo brutalmente desmentido por el arte, la literatura, la teología, la cultura...-. La mujer de Bailan, el protagonista, se ha suicidado y por ello debe ser decapitada para ir de cabeza al infierno; el marido, enfurecido por tan desgraciado revés, asesina al clérigo que vaticinó la entrada en el infierno de su esposa. Lógicamente, tras el crimen, el obispo ordena su detención. Atormentado por su conciencia, Balian emprende el camino a Jerusalén en busca de perdón. Fatalismo, superstición, violencia desbocada, y un incomprensible escatologismo, son las coordenadas en las que sitúa desde ese momento el espectador para afrontar la historia de las Cruzadas que se le va a servir a continuación. En el resto del film vemos proyectados todos los prejuicios postmodernos sobre sucesos y personajes medievales. Así, en el film encontramos con dos tipos de cristianos muy diferentes: por un lado, el que encarna el Señor de Ibelin y el Rey leproso Balduino IV, y por otro el que representa Guy de Lusignan. La posición primera es típicamente postmoderna, pacifista, idealista de izquierdas, difuminadora de la diferencias religiosas, y promotora de una postcristiana alianza entre civilizaciones. La segunda actitud, defendida por el Papa, los templarios y el Patriarca de Jerusalén, es ultramontana, integrista, militarista y sumamente intolerante con el Islam.