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Itxu Díaz

La Antigua Grecia para progres

Por aquella Grecia Antigua pasaron los grandes filósofos de todos los tiempos, desde Tales de Mileto hasta Jorge Valdano.

Por aquella Grecia Antigua pasaron los grandes filósofos de todos los tiempos, desde Tales de Mileto hasta Jorge Valdano.
La vicepresidenta segunda y Ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. | Europa Press

Por aquella Grecia Antigua pasaron los grandes filósofos de todos los tiempos, desde Tales de Mileto hasta Jorge Valdano. Allí puso escuela el más sabio de ellos, Sanchóteles, que instruía a los discípulos que hoy conocemos como los Siete Sabios y Sabias de Grecia. Ellos y ellas contravinieron con la luminaria de su pensamiento las modas filosóficas del momento, desterraron la discriminación sexista de la filosofía, condecoraron a los okupas de la Acrópolis y pusieron en su sitio a fascistas misóginos como Aristóteles.

Una de las pensadoras más reputadas de la época fue Yolandágoras. Junto a Alegroto, Irénides, Belarrón y Calviñógenes, reconstruyó la historia de la filosofía desde los cosmólogos hasta Paulo Coelho, aportando perspectiva de género y antifascismo y dando inicio así a la Civilización Occidental. Solían pasar horas y horas intercambiando cavilaciones y citas, y elevando, en fin, la historia universal del pensamiento con su erudición, que todavía hoy nos impresiona.

Yolandágoras les cambió la vida una mañana, cuando apareció con un montón de pliegos con un señor barbudo en la portada y les dijo a las chicas del ágora: "¡Estoy in love con Marx!". Irénides se tapó la boca, exclamó "¡Jotía!" y se puso a llorar visiblemente emocionada. Y Garzófocles, a quien no dejaban participar en la asamblea por hombre y por tonto, contestó desde lejos intentando integrarse en la pandilla: "Como dijo Marx, viva el mal, viva el capital", momento que todas aprovecharon para irse a una esquina a jugar al yoyó y hacerle el vacío.

Un día, María Jenófanes, que llevaba las finanzas en la Boulé, escuchó en el mercado eso de que no es posible bañarse dos veces en el mismo río y, tras consultarlo con el Oráculo, inventó un impuesto al baño, del que quedaron exentos todos ciudadanos que lograran bañarse dos veces en el mismo río. Calviñógenes se puso tan contenta al ver la recaudación de María Jenófanes que lanzó su túnica al aire para celebrarlo, provocando un cierto rubor en las mejillas del enigmático y sigilioso Subirargias, de cuya existencia real dudan algunos historiadores. Sanchóteles, en cambio, contemplando la escena, se partió de risa a mandíbula batiente, lo que provocó un gran seísmo en toda Grecia, viniéndose abajo varias columnas del Templo de Zeus.

Fue sonado también el día en que se esperaba la visita del mediocre y polémico Platón, dispuesto a conferenciar, aunque no logró decir ni palabra, porque fue acusado de machista y voxero por Irénides, que mandó sustituir al controvertido ponente por Garzófocles, que contó no sé qué de la huelga de juguetes y dejó el foro completamente vacío.

En una ocasión se dejó ver por la polis Tomas de Aquino, sin duda un adelantado a su tiempo. Con un puñado de papeles manuscritos bajo el brazo, llenos de esquemas y anotaciones, dijo que venía a demostrar nada menos que la existencia de Dios. Pero Irénides y Yolandágoras le frenaron en seco: "Corta el rollo, repollo. Ese dios, ¿viaja en Falcon?". El sabio de Roccasecca, otro sexista, elevó sus ojos al cielo, respiró hondo, y negó sacudiendo la cabeza. "Pues no nos interesa, Tomi", le espetaron las dos al unísono, dándole la espalda, y regresando a sus quehaceres cotidianos, fundamentalmente, acabar con el fascismo y salvar la capa de ozono.

Las sabias no paraban de trabajar, conocedoras de que sus ideas moverían el mundo. Irénides, alumna aventajada de Sanchóteles, descubrió a la mujer; antes del hallazgo, la tierra se creía dividida entre hombres y hombres sin sacacorchos. Belarrón abolió el maquillaje entre las griegas e hizo un discurso inspiradísimo sobre la urgencia de sacar a Franco de Cuelgamuros, pero cayó en saco roto porque todavía no había nacido. Yolandágoras, con su heroico ingenio, construyó el primer escudo social de la Historia, que protegía de fascismos a la polis, y editó su aplaudido Teorías sobre la plusvalía y otras cosas chulísimas, un pepinazo editorial. Y Garzófocles… bueno, Garzófocles prohibió la morcilla de tripas de cabra que recogió Homero en La Odisea y le obligó a cambiar el manjar por salteado de hormigas, para frenar el calentamiento global.

Todas estas hondas sabidurías fueron tomando asiento en el fértil intelecto de Alegroto, que más tarde se encargaría de elaborar los manuales escolares Filosofía para dummies que hoy iluminan a nuestros niños y niñas, y que nos permiten presumir de ser la gran potencia cultural verde, sostenible, resiliente, y feminista que somos. Y todo esto que firmo y certifico ocurrió bajo el Gobierno del más sabio entre los sabios, la astucia hecha ser humano, una mandíbula pegada a un hombre, Sanchóteles, el único macho bueno, un antes y un después en la historia de la aviación.

Y colorín, colorado, a la mierda lo estudiado.

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