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Javier Somalo

Bendito fracaso

Rajoy no quiso irse y prefirió que lo echaran. Puede que Sánchez, con ese andar prepotente que gasta, esté siguiendo sus pasos.

Rajoy no quiso irse y prefirió que lo echaran. Puede que Sánchez, con ese andar prepotente que gasta, esté siguiendo sus pasos.
Pedro Sánchez abandona el hemiciclo seguido de Caramen Calvo. | EFE

Primavera de 2018. Durante la semana del debate de la moción de censura, el líder del PNV Andoni Ortuzar ofreció a Rajoy una posible salida. La moción era contra una persona, no necesariamente contra todo el partido. Los nacionalistas vascos recordaron al presidente que su partido tenía buenas relaciones con Génova pero que tanta corrupción no era bien vista y que el caso Gürtel sonaba a final.

En el escaño presidencial estaba el bolso de Soraya como metáfora polisémica. El presidente ya había comido y seguía en el restaurante Arahy, donde le esperaba la noche con la puerta de Alcalá ya iluminada. Según el PNV, una decisión de última hora podría hacer decaer la moción… Otro whisky. Y el bolso guardaba el sitio a Rajoy por si volvía o quizá sólo marcaba a quién pertenecía el vacío de poder o simplemente reposaba en mullido por no estar –un Loewe fetén– en el suelo, que es donde se le suponía en condiciones parlamentarias normales.

Pedro Sánchez fue quien expresó con claridad dentro del Congreso de los Diputados lo que podía suponer esa decisión de última hora de la que hablaba el PNV.

Dimita, señor Rajoy, dimita y esta moción de censura habrá terminado aquí y ahora. Podrá salir de la Presidencia del Gobierno por decisión propia. ¿Está dispuesto a dimitir, señor Rajoy?

Sánchez no quería un PP con Rajoy como tampoco lo quería Rivera, pero Sánchez sabía que no habría inmolación. Tanto lo sabía que anotó el episodio por si hubiera que aprender de él. Todos achacaron la moción al caso Gürtel, empezando por el líder del partido de los ERE, Mercasevilla, los cursos fraudulentos de formación y, antaño, de tan extensa retahíla de casos que casi cumple sin falta el orden alfabético. La teoría general de los escollos no estaba, pues, inédita. Rajoy fue el primer escollo así que el título le ha venido heredado a Pablo Iglesias.

La moción del Arahy o del Loewe o del Macallan con hielo acabó en fusilamiento, no en inmolación, y llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa sin ser elegido pero con la promesa de convocar elecciones de inmediato. Hasta que vio el Falcón, claro. Desde aquel Peugeot 407 con el que reconquistó Ferraz tras su expulsión… el cambio prometía. Lo podrán atestiguar los colegas de cuadrilla que acompañaron al matrimonio Sánchez-Gómez al concierto de los Killers. Parecerá anecdótico pero la condición humana es capaz de descender a las más bajas miserias en los peores momentos de la historia. Casi un año, miles de kilómetros y litros de queroseno después, Sánchez convocó elecciones sin otro remedio y las ganó con 123 escaños, mejorando el fiasco anterior pero quedando muy lejos de la mayoría absoluta.

Los simpatizantes socialistas lo festejaron coreando "¡con Rivera, no!". Pero Sánchez le dijo meses después a Rivera que los votantes de Ciudadanos deseaban, según las encuestas, que permitiera un gobierno del PSOE. Y, tras la feria de vanidades, el presidente en funciones y candidato terminó por señalar al Escollo Iglesias. Fue José Luis Rodríguez Zapatero, no podía ser otro, el que dio la idea última a Pablo Iglesias de que probara a pedir las políticas activas de empleo. Zapatero, el de Maduro, el obediente en las actas de ETA, el del tuteo con los golpistas y ahora el celestino frustrado entre el PSOE y Podemos. Gran papel para un ex presidente del Gobierno que pulsó el botón nuclear a ver qué pasaba.

Con Mariano, no. Con Rivera, no. Con Iglesias, no. Está claro que sólo queda una toma para completar el trailer de esta película del Doctor No: con Sánchez, no. Pero ya sabemos que eso no va a suceder porque Rajoy marcó el camino en aquella larga sobremesa de censura y Sánchez lo anotó. La entrevista "after-hour" en Telecinco tras el spoiler de Paz Padilla –no nos falta de nada– mostró a un niño que ha sacado malas notas pero que no quiere quedarse sin verano. La Moncloa y sus juguetitos se desvanecen. Eso es todo. No hay asomo de Estado en la cabeza Sánchez y no merece más oportunidades.

Era de esperar que Sánchez el decaído prometiera al rey no cejar en su empeño por conseguir apoyos y es de suponer que Iglesias, ERC, el PNV o Bildu lo fiarán todo a futuras negociaciones en el plazo exigido, de aquí a septiembre. El rey vuelve a optar, como es lógico, por el papel de árbitro que deja jugar sin señalar ya la repetición electoral. Y volverá la burra al trigo, si quedara. Pero no olvidemos que el rey que permite la prórroga es el mismo que se dirigió a los ciudadanos de Cataluña prometiendo no dejarles solos en pleno golpe de Estado. Fue entonces cuando despertaron muchas conciencias y comenzaron muchas cosas que cualquiera de los posibles socios de Pedro Sánchez en la pasada sesión de investidura habrían querido revertir nada más llegar.

Sin embargo, y creo que esta es la falacia central de todo este drama, el fracaso de la investidura está muy lejos de responder a un ejercicio de responsabilidad por parte del candidato socialista por más que haya querido proyectar esa imagen. Lo que no quiere Sánchez es compartir mesa en el Consejo de Ministros con el partido que le ha quitado votos. El pacto de Pedralbes es prueba más que suficiente para demostrar que a este PSOE no le hacen falta malas compañías para terminar de consentir el golpe de la Generalidad. Y si, aun así, la velocidad de los acontecimientos hiciera flaquear la memoria, siempre quedarán las palabras de Carmen Calvo cuando, en octubre de 2018, criticó a Ciudadanos y al PP por "ir por ahí constantemente usando el apelativo de golpe de Estado". La doctrina Calvo dice que no hubo golpe de Estado porque "no hubo fuerza" y que no hubo fuerza porque "les faltó el arma". Ni el Escollo ha sido tan claro. Sánchez se vale solo para destruir un país entero.

Presumiblemente cerrada la vía Galapagar, mucho tendrían que volverse las tornas para que Ciudadanos o PP decidieran apoyar un gobierno de Pedro Sánchez. Si no lo hacen, como parece previsible, no deberían seguir criticando la posibilidad de unas nuevas elecciones porque debería ser lo deseable ante el providencial atasco. Otra cosa permitiría pensar que, en realidad, habrían preferido que Podemos hubiera facilitado el peor gobierno posible en el peor momento posible.

Puede ser insoportable y odiaremos las campañas electorales. Se planteará la posibilidad de una candidatura conjunta en el centro derecha y se someterá a la batalla de encuestas y al insufrible combate de egos. Y hasta se correrá el riesgo de acabar en el mismo sitio. Pero ir a unas nuevas elecciones siempre es preferible a dejar que una subasta de medio pelo, un regateo de zoco, un concurso de faroles o un PSOE que no ve golpes sean el origen de un gobierno que hoy debe afrontar, sin excusas, los retos más importantes de nuestra democracia. Desde luego, Pedro Sánchez fracasaría hasta con mayoría absoluta.

Tras el primer Consejo de Ministros del candidato decaído ha comparecido ante la prensa la vicepresidenta Carmen Calvo, la que niega el golpe, la que explica el pacto de Pedralbes, la que filtra negociaciones, la de los cinturones de Hermès que empiezan a parecerse demasiado a los bolsos Loewe de Soraya. Dijo Calvo que no habrá vacaciones y se permitió abrir la nueva era con un consejo al PP: "Abra paso a mi gobierno, aunque no coincida en nada, y luego haga labor de oposición. Es su papel: liderar la oposición". Sin rubor.

Pues es tiempo de impedirlo. Rajoy no quiso irse y prefirió que lo echaran. Puede que Sánchez, con ese andar prepotente que gasta, esté siguiendo sus pasos.

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