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Las ideas son demasiado viejas y tienen demasiada vida como para morir. Tienen sus crisis, por supuesto, y del prestigio irresistible pasan al ostracismo y la pública condena, para reaparecer con fuerza renovada, aunque sea a costa de cambiarse de ropajes. Ocurre, desde luego con la hidra fascista, ideología a la vez nueva y antigua (como todas), que vivió sus mejores días en los peores de Europa, para ser derrotada por las armas, por la política y por la historia. En su forma más pura ha quedado para satisfacer los instintos de unos cuantos inadaptados. Pero con el traje progresista (que siempre estuvo en su armario) vive una enésima juventud y en ciertos aspectos es una ideología de masas, un canon político y moral del que muy pocos se zafan. Vivimos la era del progrefascismo.
Fui injusto al llamar fascista a Zapatero. Él no es ningún ideólogo. Zapatero vadea el cenagal ideológico de la izquierda en el que flotan los cuerpos que alimentaron aquella izquierda, los más y los menos nobles, desde la fe en la capacidad transformadora de una razón sin ataduras en la historia o la naturaleza humana al comunismo o, sí, al fascismo. Zapatero se impregna de todo ello como lo hace la propia izquierda.
El ropaje progresista le da al fascismo un aire de superioridad moral desconocido desde hace siete décadas. No me tengo que ir muy lejos, que para ello soy lector habitual de El País. El sábado publicaba un artículo titulado muy oportunamente Liberalismo, tabaquismo y democracia, pues con esta breve enumeración señalaba las tres cosas contra las que escribía Manuel Arias Maldonado. Recordaba la Ley Antitabaco para dolerse de que España, ya se sabe, es un cachondeo. Esta tierra anarquista e individualista (dicen) no respeta la autoridad. Si nos prohíbe fumar en tal o cual sitio, luego va la gente y hace cada uno de su capa un sayo y la malhadada ley se incumple sin recato. Aquí todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Esto se tiene que acabar. ¿Que la ley es ineficaz por tal o cual ambigüedad? Acabemos con todas las ambigüedades: "Desde luego, este decepcionante resultado demuestra que sólo una norma que imponga sin distingos la prohibición absoluta de fumar en cualquier espacio público puede ser eficaz". Prohibición total. A la libertad, ni un resquicio por el que colarse.
Para apuntalar esta propuesta progrefascista, el autor destapa todas las viejas esencias: la condena moral de las costumbres hedonistas de la juventud, la intolerable pretensión de anteponer la necesidad privada al interés general, la pretensión de formar parte del destino manifiesto de la historia frente a los valores "antiguos", la preeminencia de la salud y el medio ambiente, la falta de respeto a la autoridad... una gozada de artículo; no falta nada. Y en la Página cuatro de Opinión de El País.
Cuando Oriana Fallaci recogía la idea de que "hay dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas" no estaba tan desencaminada.
José Carlos Rodríguez es miembro del Instituto Juan de Mariana
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