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José García Domínguez

Cataluña hacia otras elecciones

Desde la lógica política no queda más remedio que volver de nuevo al eterno día catalán de la marmota sufragista.

Desde la lógica política no queda más remedio que volver de nuevo al eterno día catalán de la marmota sufragista.
Cataluña va encaminada a unas nuevas elecciones. | EFE

Empieza a ser evidente, ahora sí, que en Cataluña se van a repetir las elecciones. Y seguramente para que el resultado vuelva a sustanciarse idéntico. Desde la aritmética, quizá haya aún alguna otra salida a estas horas. Pero desde la lógica política no queda ninguna, ya no.

El definitivo retorno a los mundos de Yupi, el placentero universo de las fantasías doctrinarias que les es propio, de los kumbayás escapistas de la CUP, junto con el apresamiento del Payés Errante en Alemania, han finiquitado de facto la eventual viabilidad de una entente separatista para formar gobierno. Porque solo un acuerdo de, por y para los separatistas hubiese devenido capaz de acabar con la parálisis institucional en la plaza. Y ese acuerdo ha dejado de ser imaginable.

Por lo tanto, no va a quedar más remedio que volver de nuevo al eterno día catalán de la marmota sufragista. Porque lo de Iceta, ese sonajero del Ejecutivo de concentración, es simple humo de pajas. Él es el primero que no se lo toma en serio. Y tras él todos los demás.

El PSC, quiera o no admitirlo su nomenclatura dirigente, cruzó el Rubicón que lo condenará de por vida al delito de lesa patria en el instante mismo en que avaló la aplicación del 155. Desde aquel muy preciso momento su consideración a ojos de la comunión catalanista es la misma que siempre les han merecido Ciudadanos y PP: la de colonos, cipayos y enemigos jurados de la Cataluña catalana.

Puede que ciertas individualidades aisladas, como Joan Tardà o el propio Junqueras, no participen de esa condena colectiva, pero solo son eso, individualidades aisladas. Cualquier intento por su parte de sacar al PSC del lazareto colaboracionista se los llevaría por delante. Su base sociológica bajo ningún concepto lo permitiría.

Todo apaño pragmático remotamente parecido a los tripartitos de Maragall y Montilla dejó de resultar factible luego de lo ocurrido en las calles y plazas de las cuatro provincias el 1 de octubre del año 2017. Y la otra alternativa teórica, un parche contra natura entre la ristra de oportunismos surtidos que cuelga de Colau, el pospujolismo irredento y la Esquerra siempre silvestre, tampoco ofrecería visos de ir ningún lado.

¿Qué sentido tendría un ménage à trois tan extravagante? ¿El del simple uso y disfrute de un poder regional condicionado al estricto respeto de las lindes competencia que fija el marco constitucional español? ¿Domènech presidiendo una Generalitat obediente a la Ley que fuese como Murcia? ¿Cuántas semanas podrían contenerse los talibanes hiperventilados antes de volver a convertir Barcelona en un plató de Mad Max? Recuérdese el incendio emocional que prendió entre las bases nacionalistas durante el segundo tripartito, el de Montilla, cuando la Esquerra de Carod y Puigcercós acabó desmoronándose en las urnas (cayó hasta un insignificante 7% de los votos en toda Cataluña).

Si cuando aquel entonces, con un estado de ánimo colectivo que no era ni de lejos el de ese odio franco y abierto que hoy nos profesamos unos a otros dentro la demarcación, el electorado de ERC no aguantó un pacto con los tibios y paniaguados de las terceras vías, imagínese lo que ocurriría ahora. Imposible también considerar en serio esa conjetura desesperada. Habrá adelanto electoral. Seguro.

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