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José García Domínguez

¿Cree en su legitimidad el presidente Sánchez?

Aún no es Zapatero, pero puede acabar peor todavía.

Aún no es Zapatero, pero puede acabar peor todavía.
Pedro Sánchez y José Luis R. Zapatero, en una imagen de archivo | EFE

El presidente Sánchez, que no se antoja un gobernante ni tan bisoño ni tan temerario como su antecesor Zapatero, acaba de incurrir, sin embargo, en una torpeza retórica a propósito de la querella catalana que recuerda mucho a aquel "Pascual, aprobaremos el estatuto que salga de Cataluña". Necio disparate mitinero del otro que tan caro nos acabaría saliendo a todos. Así, el presidente viene de proclamar nada más y nada menos que Cataluña dispone ahora mismo de un estatuto que no ha sido votado por el pueblo. Lo que implícitamente quiere significar que la máxima norma legal por la que se rige el funcionamiento todo de las instituciones políticas y administrativas catalanas adolece de un vicio de legitimidad. Porque eso y no otra cosa es lo único que cabe deducir de las palabras del presidente. Y siendo grave que el jefe del Ejecutivo español se dedique a ser él mismo quien cuestione el origen de su propia autoridad –que es la del Estado– dentro del territorio de Cataluña, más grave aún resulta que el argumento elegido para desacreditarse ante los separatistas y su clientela proceda de los intelectuales orgánicos de esos mismos separatistas.

Porque lo que en otros tiempos se habría llamado idea-fuerza, esa proposición de que el Estatut fue impuesto por vías irregulares puesto que se habría violentado para su aprobación una nunca explicitada pero tácita soberanía del pueblo catalán –la falacia jurídica, histórica y política que yace bajo su afirmación–, resulta que es un razonamiento ideado, entre otros, por Joan B. Culla y Josep Ramoneda, dos de los publicistas de cabecera del separatismo que forma parte del selecto Círculo de Economía, el siempre equidistante sanedrín de los señores del dinero de Barcelona. Por algo esa ocurrencia constitucionalmente descabellada, la que pretende adulterado en origen el proceso de aprobación del actual Estatuto, surgió precisamente de ahí, del Comité Ejecutivo del Círculo de Economía, que no de alguna asamblea tabernaria de cuperos asislvestrados y otros antisistema de macuto y sandalia.

Bien al contrario, fueron los exquisitos caballeros del Círculo de Economía, sus escribidores en nómina mediante, quienes parieron el argumentario filisteo que ahora nos repite el presidente Sánchez. Ahí tenemos, pues, al presidente del Gobierno de España y a lo más granado de esos heroicos empresarios que salieron corriendo de Cataluña el 1 de octubre pasado, juntos y en unión, predicando exactamente la misma doctrina que Torra, Puigdemont y Junqueras, esto es, que las normas que rigen la vida pública de los catalanes pueden ser legales con arreglo al ordenamiento español pero, al tiempo, carecer de legitimidad, dado que el sujeto soberano que avaló su aprobación resultó ser otro distinto al pueblo catalán. Esa muy soberana idiotez es lo que hay en la trastienda de las palabras que los señoritos del Círculo de Economía han dictado a nuestro presidente. Aún no es Zapatero, pero puede acabar peor todavía.

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