Menú
José García Domínguez

Es la hora del nacionalismo español

O desenterramos la bandera del viejo nacionalismo español, cívico, laico, liberal, democrático y patriótico, o este envite lo vamos a perder.

O desenterramos la bandera del viejo nacionalismo español, cívico, laico, liberal, democrático y patriótico, o este envite lo vamos a perder.

Sin duda, el rasgo más notable de la realidad es que existe. Eso es algo que se tiende a olvidar con demasiada frecuencia en esta península, sobre todo en su región nordeste. De ahí que, de vez en cuando, convenga recordarlo. Sin ir más lejos, la independencia de Cataluña constituye una quimera metafísicamente imposible porque contraviene el dictado que en su día estableciera esa terca señora, la realidad. Acaso por obvia, es una evidencia que el Madrid con mando en plaza no parece que haya acabado de entender. El día que lo comprenda, entenderá de paso que el terreno de la confrontación política e ideológica que ahora plantea Mas no está situado en Cataluña, sino en el resto de España. Y es que no asistimos a una disputa por la secesión, asunto que en el fondo solo los diletantes de la Esquerra se toman en serio. Bien al contrario, el propósito genuino del establishment catalanista no consiste en alumbrar otro Estado-nación, sino en recomponer a su imagen y semejanza el actual.

Objetivo último que impone como condición sine qua non demoler las vigas maestras de la Constitución de 1978. Y esa discordia habrá de dilucidarse en Madrid, no en Barcelona. Así las cosas, lo que en verdad persigue CiU es desplazar la masa crítica de la opinión pública española hacia la entelequia conceptual que unas veces se ha llamado "España plural" y otras "federalismo asimétrico". Una partida de ajedrez en la que únicamente puede ganar. Razón de la súbita audacia de una clase dirigente, la catalana, célebre por su muy legendaria cobardía. Porque si algo conocen bien los catalanistas es España (mal que les pese, son tan españoles como los demás). Y porque la conocen, saben de sobras que la apelación al patriotismo, lejos de constituir un factor de cohesión como ocurriría en cualquier otro país europeo –salvo Alemania–, se identificará con la extrema derecha y la caspa del franquismo sentimental.

El nacionalismo español, concepto cuya mera mención provoca accesos de inquieto nerviosismo entre su público potencial, solo sale del armario cuando la selección de fútbol gana algún campeonato por ahí fuera. Pero, eso sí, únicamente mientras duren los festejos, ni un minuto más. Al modo de tantas identidades sexuales reprimidas que se exhiben en público aprovechando la coartada del Carnaval, el nacionalismo español vuelve a esconderse raudo tras las juergas de rigor. Se diluye entonces en la nada hasta que, algún año después, Del Bosque acierta de nuevo con los once de marras. Así ha venido aconteciendo desde los últimos cuarenta años a esta parte. Y así tendrá que dejar de ocurrir algún día, si queremos que la soberanía nacional continúe residiendo en esos 45 millones de apátridas. O desenterramos la bandera del viejo nacionalismo español, cívico, laico, liberal, democrático y patriótico, o este envite lo vamos a perder.

Temas

En España

    0
    comentarios