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José García Domínguez

La fantasía roja de Rajoy y Rubalcaba

Dos señores tan formales como Rajoy y Rubalcaba han decidido recuperar aquella añeja consigna iconoclasta de "Sed realistas, pedid lo imposible".

Dos señores tan formales como Rajoy y Rubalcaba han decidido recuperar aquella añeja consigna iconoclasta de "Sed realistas, pedid lo imposible".

Dos señores tan formales y tan genéticamente de derechas como el registrador Rajoy y el pilarista Rubalcaba han decidido recuperar aquella añeja consigna iconoclasta de cuando el mayo rojo: "Sed realistas, pedid lo imposible". Helos ahí, juntos y revueltos, clamando a coro para que caigan peras keynesianas del olmo de Berlín. Una ingenuidad, la suya, enternecedora aunque impropia de caballeros de su edad. Porque esperar de Alemania algo más que buenas palabras es soñar despierto. Esas cosas tendrían que haberlas pensado antes de entrar en el euro, ahora ya es demasiado tarde. Repárese en que solo procede una explicación a que Madrid y pongamos por caso Extremadura hayan podido compartir la misma moneda durante los últimos cien años. Y esa explicación se llama España.

Sin formar parte de una antiquísima trama de solidaridades y afectos mutuos que responde ante la Historia por Nación española, la empresa no habría sido posible. Bajo ningún concepto. Dejada a la lógica del mercado, la eventual peseta extremeña no hubiera cesado de devaluarse frente a la peseta madrileña a lo largo de toda la centuria. Y es que un tipo de cambio fijo entre economías tan heterogéneas hubiese devenido por completo inviable para la parte débil, esto es, para Extremadura. Fue el cortafuegos del Estado nación, los efectos compensatorios y redistributivos de su hacienda única, lo que posibilitó que asimetrías tan acentuadas pudieran coexistir bajo la misma divisa.

De lo contrario, el tipo de cambio inamovible únicamente hubiese favorecido a Madrid, empobreciendo cada vez más a Cáceres y Badajoz. Crearía empleos en Vallecas y los destruiría en Mérida. Provocaría un superávit en la balanza comercial de la capital y un déficit crónico en la de los del sur. Así las cosas, más pronto o más tarde, el Monago de turno, y con razón, habría roto la baraja. Pero la Unión Europea, ¡ay!, es cualquier cosa menos una nación. La última idea que pasaría por la cabeza de cualquier dirigente del establishment alemán sería acometer una genuina unión fiscal. Eso que con infinito hastío llaman "unión de transferencias" jamás sucederá. Alemania, desengáñense los incautos, quiere un patio trasero libre de aduanas y riesgos cambiarios para vender cachivaches industriales. Y nada más. Que alguien los despierte, por piedad.

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