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José García Domínguez

La sauna más cara del mundo

¿Cuánta gente sabrá en España que el voto de un ciudadano de la Comunidad de Castilla y León vale exactamente lo mismo que el de ocho habitantes de Madrid a la hora de elegir a los senadores del Reino? Casi nadie. Y la razón de que nadie lo sepa – ni tampoco a nadie importe una higa el asunto – es la definitiva inanidad de ese muy oneroso cementerio de elefantes y elefantas, el Senado. Perversión tan obscena del principio axial de la democracia, el que se sintetiza en la frase un hombre un voto, jamás habría sido tolerada, pero ni en broma, si la segunda cámara de nuestras Cortes fuese algo distinto a un simple abrevadero, una casa de beneficencia del turnismo bipartidista ideada para pensionar a cesantes varios o prejubilar a floreros ociosos. Que no otro resulta ser su cometido genuino.

He ahí, pues, algo útil que se puede hacer ya puestos a meter cuchara en la Constitución del 78. Y es que ese pabellón de reposo en las antípodas del Bundesrat alemán constituye un escándalo presupuestario que España, simplemente, no se puede permitir. Una asamblea integrada de modo exclusivo y excluyente por presidentes y consejeros de los distintos gobiernos regionales, el Bundesrat, que entre otros efectos balsámicos los fuerza a distraer la atención por un instante de sus respectivos ombligos localistas, obligándolos a corresponsabilizarse de los asuntos que afectan al conjunto de la federación. Insólita virtud que de por sí lo convierte en un modelo a imitar  cuanto antes en España. Añádase a ello otra cualidad que le es propia, la de funcionar como un perentorio órgano de concertación horizontal entre la Administración central y los poderes territoriales.

Algo que en cualquier Estado descentralizado resulta ineludible so pena de acabar en el inextricable caos competencial en que ha devenido nuestro régimen autonómico. Al cabo, el eterno debate bizantino sobre la delimitación precisa de las respectivas competencias propias del Estado, por una parte, y de las comunidades por otra, orilla el problema fundamental, a saber, que las competencias compartidas, esas de las que nadie habla nunca, son con notable diferencia las más importantes. Razón última de la importancia crítica de contar con tal tipo de instituciones. Cerremos de una vez esa pretenciosa sauna madrileña y hagamos algo útil con el edificio. Otros asilos habrá, si bien más modestos, donde realojar a su actual cofradía de bostezantes.     

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