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José García Domínguez

Pedro Sánchez, la nada que nadea

Como su ancestro Zapatero, Pedro Sánchez llega con la cabeza llena de nada. Que Dios nos coja confesados.

Como su ancestro Zapatero, Pedro Sánchez llega con la cabeza llena de nada. Que Dios nos coja confesados.

Nadie lo dude, Alfredo Pérez Rubalcaba está llamado a pasar a la historia como el último feo que ocupó la secretaría general del PSOE. Don Alfredo, el pobre, era alguien de otra época, un anacronismo de la Galaxia Gutenberg. En cambio, ese tipo como recién salido de un anuncio de desodorante, Sánchez, encarna la quintaesencia del pospensamiento. Sánchez es un holograma telegénico cargado de futuro. Ganará. Seguro. De él predica Talegón que representa a la derecha del partido. Pero también en eso yerra Talegón. Derecha e izquierda suponen coordenadas por entero ajenas a la novísima cosmovisión de Sánchez. Descartado ya el tosco sucedáneo Madina, quienes en verdad se disputan el sillón del Gran Inquisidor en Ferraz no son derecha e izquierda, sino el viejo Homo sapiens, simbolizado en ese otoñal Pérez Tapia con su inequívoco aire de intelectual demodé, y la emergente criatura contemporánea que Giovanni Sartori bautizó como Homo videns.

El Homo videns, mutación genética del anterior, un ser incapaz ya de comprender concepto alguno que no esté representado por coloristas imágenes televisivas. Aburridos razonamientos analíticos frente a sugerentes sonrisas cargadas de euforia impostada. La rémora del tiempo caduco de las ideologías frente a un hijo putativo de la política-espectáculo ducho en el arte de sustituir el raciocinio en favor de la sensiblería kitsch y las emociones escénicas. Arrasará Sánchez. Seguro. Escribe Sartori con desolada lucidez:

La televisión produce imágenes y anula los conceptos, de ese modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender.

Los 40.000 avales de Sánchez, un traje vacío, no son nada más que el corolario aritmético de esa sentencia. En el viejo capitalismo industrial, primero se fabricaban los productos y luego se presionaba sin cuartel a los consumidores potenciales para que los comprasen. Ahora, en cambio, las cosas funcionan al revés: primero se averigua qué quiere la gente, y acto seguido se procede a satisfacer su último capricho en una cadena de montaje. El que sea, da igual. Óptica marketing le llaman. Aunque también podría llamársele óptica Sánchez. Como su ancestro Zapatero, Pedro Sánchez llega con la cabeza llena de nada. Está a punto de aterrizar una tábula rasa con sonrisa Profident y aroma a Heno de Pravia. Otra. Que Dios nos coja confesados.

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