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José García Domínguez

Puigdemont lo deja

Aquel tronado de pueblo que proclamó la efímera república de los siete segundos acaba de anunciar que se retira.

Aquel tronado de pueblo que proclamó la efímera república de los siete segundos acaba de anunciar que se retira.
El expresidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, en una rueda de prensa. | Europa Press

Digno sucesor de una legendaria saga de desequilibrados –la que tuvo su origen en el chiflado de Macià, continuó luego con el ciclotímico errático de Companys y arraigó a modo de tradición local con el cleptómano mesiánico de Pujol–, Carles Puigdemont, aquel tronado de pueblo que proclamó la efímera república de los siete segundos sin más propósito aparente que el de liarla bien gorda durante un rato, acaba de anunciar que se retira. Sí, se va. O vuelve, que es lo más probable. En cualquier caso, deja el liderazgo oficial de esa especie de comunión neocarlista insurgente y asilvestrada, Junts per Catalunya, la inclasificable partida montaraz que acabó sustituyendo a la vieja Convergencia del avi lladre.

Y es que, con la excepción de la Falange, resulta arduo dar con otro precedente en España de una agrupación política que no se defina como de derechas ni como de izquierdas, ni tampoco como todo lo contrario. Muy gallitos, como también manda otra tradición doméstica centenaria, la de los milhomes que todo lo resuelven a base de collons, dijeron tras el juicio que lo volverían a hacer. Pero lo único seguro es que no lo volverán a hacer. Al menos, no ellos. Pues, tras la salida por la puerta de atrás del Payés Errante, el único de los grandes protagonistas estelares de la asonada del 17 que todavía seguirá en activo será Junqueras, solo Junqueras, el fraile laico nacional de Cataluña. Y el Oriol, con lo de la hipertensión y el sobrepeso, ya no está para esos trotes.

Por lo demás, lo de subir al monte está muy bien para las cabras, pero los partidos con vocación de gobierno que necesitan mantener amplísimas y carísimas redes clientelares para afirmar su propia existencia, esos no pueden divorciarse durante demasiado tiempo de la realidad, so pena de desaparecer. CDC triunfó durante un cuarto de siglo largo porque supo ser al tiempo una enorme agencia de colocación, un eficaz lobby de intereses empresariales y un cortafuegos sociológico interclasista que evitaba la hegemonía de la izquierda en la demarcación. Pero el chiringuito atrabiliario de Puigdemont solo retuvo la primera de esas funciones. Algo manifiestamente insuficiente. La misión del que venga detrás está clara: reinventar CiU.

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