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José María Albert de Paco

Dos amigos, nueve meses y un millón de pesetas

Mas ha malbaratado una cuantiosa, inagotable bolsa de votos en aras de una deriva cuyo único efecto real ha sido enfrentar a los catalanes.

Mas ha malbaratado una cuantiosa, inagotable bolsa de votos en aras de una deriva cuyo único efecto real ha sido enfrentar a los catalanes.

Con la publicación de Servir Catalunya: Artur Mas. L'home, el polític, el pensador, ya son siete los libros que ha ido segregando el presidente de la Generalitat de Cataluña. Se trata, obviamente, de obras de carácter hagiográfico, y sirvan como botones de muestra La máscara del rey Arturo, de Pilar Rahola, en que la autora trató de emular a la Yasmina Reza de El alba la tarde o la noche (y, ya puesta, comparar a Artur Mas con Nicolas Sarkozy), o Retrat de l'home i el president, en que Mas disfrutó de su momento Leibovitz.

Ciertamente, esos siete libros no son los 32 que lleva inspirados Jordi Pujol, pero aun así parecen demasiados. Y no porque Mas no los merezca, no, sino porque, como les decía, ninguno de ellos somete su obra de gobierno al más mínimo sentido del ridículo; ni su obra de gobierno ni, por descontado, su delfinato, aquel tiempo en que ya la máscara del personaje traslucía una poquedad inversamente proporcional a su cursilería. Tal vez haya quien objete que los 32 de Pujol son harina del mismo costal. Cierto; tan cierto como que Mas, a diferencia de Pujol, ha malbaratado una cuantiosa, inagotable bolsa de votos en aras de una deriva cuyo único efecto real, por el momento, ha sido enfrentar a los catalanes.

Con todo, el hecho de que no haya una biografía de Mas entreverada con alguna que otra brizna de periodismo no se debe a una supuesta mordaza catalana. (Anoche, sin ir más lejos, Juan Carlos Girauta presentó en La Casa del Libro su argumentario Votaré no; vamos, creo que nunca se ha escrito tanto y tan bien contra Catalunya). No, el problema es muy otro, y tiene que ver con el colapso de la industria cultural española, incapaz ya de costear no ya un Hiroshima, sino tan siquiera un perfil como el que Gregorio Morán escribió de Adolfo Suárez en 1979. Le hicieron falta dos amigos, un millón de pesetas y nueve meses. Pues bien, alguna de de esas tres cosas nos viene cojeando. Y claro, pasa lo que pasa, que el espacio que ha de ocupar la civilización lo acaba ocupando una señora que dice que Mas es un pensador. Y eso sin que mueran diez gatitos ni se apague la Osa Menor.

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