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José T. Raga

El destape de los demagócratas

La mayoría, quizá casi todos, les conocíamos, aunque buena parte de los conciudadanos de buen hacer sintonizaban su música, o mejor sus estruendos, sin apenas malestar; unos, so pretexto de darles una oportunidad, y otros por aquello de que son jóvenes.

La realidad, sin embargo, nos mostraba ya que no eran tan jóvenes, con independencia de que sólo usaran el aseo requerido para asistir a la entrega de los Premios Goya. Para el resto de presencias, ante instituciones y ante personas, vestían un estudiado uniforme desharrapado.

Tampoco carecían de experiencia, porque lo que han hecho siempre, omito su valoración, es lo que siguen haciendo, por lo que no hay duda de que lo hacen muy bien: transmitir una imagen falsa de cómo son y de lo que pretenden. Se han visto envueltos en algún renuncio contradictorio entre lo que dicen y lo que hacen, pero como casi siempre ha sido en su propio corralito los de afuera nunca hemos tomado parte por uno o por otro.

Las recientes elecciones en Andalucía, por alguna razón, que muchos tenemos clara, ha provocado que lo que se tapaba bajo un tupido velo se haya destapado, provocando el asombro y escándalo de propios y extraños.

Podemos, o el señor Iglesias, que es el que habla, no ha debido de poder amañar el resultado de las elecciones andaluzas, al modo a como sí lo hicieran sus antepasados el 16 de febrero de 1936, según los historiadores Manuel Álvarez y Roberto Villa. Algo hemos adelantado.

Su probable impotencia le ha hecho perder los papeles, y, sobre todo, ha perdido el velo que encubría su idea política y su comportamiento. ¿Resultado? Como acostumbra a hacer, una llamada a la violencia contra las urnas, es decir, contra sus resultados.

Una llamada a la violencia que, como disciplinados corderos, se apresuran a poner en acción sus diversas células, con nombres y siglas difíciles de recordar. Cádiz ha ardido en contra de VOX, sin importarles la elección libre del pueblo soberano, porque todos sabemos también que, cuando no decide lo que la ultraizquierda dicta, el pueblo deja de ser soberano.

Además, hay que fraguar una alianza antifascista, que, si necesitara ayuda, ahí está el señor Otegui, que, éste sí, nunca ha encubierto lo que es, ni lo que pretende. A fin de equilibrar oportunidades, equilibradas estaban por lo visto en febrero de 36, sería de esperar que, análogamente, se formase una alianza anticomunista, pues, según la Historia, la dictadura fascista termina cuando muere o cuando se vence al dictador, mientras que la dictadura comunista se institucionaliza y permanece sine die, bajo la forma de un partido único, dictatorial y popular, aunque sin pueblo.

Los ejemplos son numerosos y los muertos-asesinados, de unos y otros, también.

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