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BARCELONA, AÑOS 70

La ciudad que es

Soy un animal de costumbres. Desde hace más de un cuarto de siglo, todos los sábados por la mañana recorro idéntico itinerario por la ciudad. Es uno que empieza en la barra del Café de la Radio, en la calle Caspe, continúa entre los expositores de Laie, sin duda la mejor librería de Barcelona, y termina donde ahora no hace al caso. Así que, cuando Javier Rubio me pidió, el viernes pasado, que reseñase el último libro del editor de esta Casa, me dispuse a obedecer la orden con la ingenua certeza de que el encargo no alteraría lo más mínimo mi hábitos sabatinos.

Soy un animal de costumbres. Desde hace más de un cuarto de siglo, todos los sábados por la mañana recorro idéntico itinerario por la ciudad. Es uno que empieza en la barra del Café de la Radio, en la calle Caspe, continúa entre los expositores de Laie, sin duda la mejor librería de Barcelona, y termina donde ahora no hace al caso. Así que, cuando Javier Rubio me pidió, el viernes pasado, que reseñase el último libro del editor de esta Casa, me dispuse a obedecer la orden con la ingenua certeza de que el encargo no alteraría lo más mínimo mi hábitos sabatinos.
Al día siguiente, pues, tras la preceptiva parada y fonda en el bar contiguo a la sede local de la cadena Ser, me planté ante el escaparate de mí librería. Ni rastro del título. Extrañado, entré en el local y me dirigí sin más dilación a la mesa de las novedades. Nada. Ya abiertamente perplejo, di en girar sobre mis pasos antes de recorrer con la mirada el modesto expositor encomendado a publicitar las obras sobre materias de presunto interés doméstico. Para cerciorarme de que estaba razonablemente despierto aunque apenas fuesen las diez de la mañana, repetí la inspección ocular por dos veces. No y no. Encaminé luego mi asombro hacia las baldas del fondo, ésas en las que se amontonan en caótica promiscuidad los ensayos más o menos recientes que versan sobre temática política varia. Las escruté una, dos, tres veces; primero, rebuscando por la jota; ahí no aparecía; después, por la ele, y tampoco.
 
Al fin rendido ante la evidencia, opté por buscar en… el móvil. Fue entonces cuando marqué el número del diputado Antonio Robles, con tal de reclamarle que me devolviese el ejemplar que le prestara en su día, el mismo que me había regalado el propio autor. Instante luminoso durante el que se produciría el gran descubrimiento. Mientras Antonio me proponía quedar con la promesa de retornármelo, mi mirada perdida allí donde el suelo choca con la pared se tropezó con un volumen que parecía insinuar un vago rostro juvenil en su portada. Al punto me agaché, poniendo la rodilla en tierra al objeto de adivinar el título sin riesgo de sufrir alguna contorsión lumbar en el empeño. Y sí, lo que yacía en el último rincón del piso de la más selecta librería de Barcelona era La ciudad que fue, el gran best-seller de la temporada en toda España. Ni lo toqué. Simplemente, terminé de concertar la cita con Robles. Y salí otra vez a la calle. Necesitaba respirar algo de aire libre. Por lo demás, no me cabía duda alguna: estaba donde siempre he estado, en la Barcelona que es.
 
Federico Jiménez Losantos.Aunque yo también la recuerde así, exactamente igual a como la retrata Losantos a lo largo de las 550 páginas de su obra, quizás esa ciudad suya, simplemente, no fue. Quizás nunca existió extramuros de la memoria sentimental de los que ahora estamos persuadidos de haber sobrevivido a la juventud caminando por el lado peligroso de sus aceras. Quizás, antes de abrir ese libro, uno debería releer cierta serena advertencia de Borges: "Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo". Toda esa sorda mezquindad administrativa revestida de dinamismo civil; toda esa mediocridad individual travestida de milenaria identidad colectiva; todo ese obsesivo, enfermizo onanismo tribal; todo ese universo infinitesimal que empieza y termina en la contemplación extática de la oronda redondez del propio ombligo; toda esa inmensa montaña de mugre moral; todo eso, necesariamente, ya debía estar allí, en aquella ciudad mítica que FJL y unos cuantos más nos empeñamos en soñar que fue.
 
Pero lo más probable es que aquella Barcelona que se aferra al recuerdo del autor y esta otra que lo quiere olvidar porque que no se atreve a reconocerse en sus memorias sean, en realidad, la misma. Lo que distingue a un verdadero escritor de, por ejemplo, un periodista es esa capacidad para fijar en el tiempo y absolver del olvido los instantes efímeros que nacen indefectiblemente condenados a desaparecer. Y la Barcelona generosa, alucinógena y libertaria de los 70, si alguna vez existió, estaba llamada a ser flor de un día, de un bella mañana de primavera que duraría justo los diez años que Losantos cree haber vivido en ella; gozoso y fugaz paréntesis en que sería tierra de nadie, cuando el viejo poder franquista ya se había extinguido y el clon nacionalista que lo habría de heredar en formas y fondo aún estaba por llegar.
 
Tal vez esta ciudad que ahora mismo tengo entre las manos jamás haya sido, y sin embargo no puedo dejar de reconocernos –a ella y a mí– desde la primera hasta la última de sus páginas. Tal vez a usted le obliguen a agacharse hasta el suelo para conseguir el libro. Tal vez esta ciudad sea en verdad como es. Y tal vez debería confesarle algún día a Federico que si no hubiese escrito aquel prólogo a la tercera edición de Lo que queda de España, el texto que le ha servido de base para el libro, esa pequeña llama de esperanza a la que hoy nos aferramos tantos, seguramente, nunca habría llegado a nacer.
 
 
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS: LA CIUDAD QUE FUE. BARCELONA, AÑOS 70. Temas de Hoy (Madrid), 2007, 568 páginas.
 
JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ es uno de los autores del blog Heterodoxias.
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