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RELATO DE UN SUPERVIVIENTE DEL INFIERNO COMUNISTA

Prisionero de los jemeres rojos

Cerca de Phonm Penh se levanta el Choeung Ek Memorial, el Centro del Genocidio, un templete que alberga cráneos y ropas de víctimas de los jemeres rojos, que acabaron con dos millones de personas, el 25% de la población de Camboya, durante su breve pero espantoso régimen.

Cerca de Phonm Penh se levanta el Choeung Ek Memorial, el Centro del Genocidio, un templete que alberga cráneos y ropas de víctimas de los jemeres rojos, que acabaron con dos millones de personas, el 25% de la población de Camboya, durante su breve pero espantoso régimen.
Cráneos de víctimas del genocidio perpetrado por el Jemer Rojo.
"Quemaron los mercados, abolieron el sistema monetario, eliminaron los libros, las reglas y principios de la cultura nacional, destruyeron escuelas, hospitales, pagodas y monumentos como Angkor Wat", puede leerse en uno de los textos del Choeung Ek Memorial. "Intentaron destruir el carácter camboyano y transformar las tierras y las aguas de Camboya en lugares de sangre y lágrimas, erradicando nuestra cultura, nuestra civilización y nuestro carácter nacional. Querían destruir la sociedad camboyana y hacer retroceder el país hasta la Edad de Piedra".
 
El experimento perpetrado por los jemeres rojos puede ser considerado la obra de ingeniera social más brutal de la historia contemporánea: dos millones de personas perdieron la vida, más del 25% de la población de Camboya en aquel momento, como ya hemos señalado. El libro que reseñamos esta semana: El portal, recoge el testimonio de una de las innumerables víctimas del sanguinario Pol Pot y sus secuaces.
 
François Bizot acudió a Indochina en los 60 para estudiar el budismo. Cuando llegó a Camboya se vivía allí "más bien tranquilamente"; era un país con una tierra "rica, hermosa, salpicada de arrozales, punteada por los templos". En el 75 los jemeres rojos se hicieron con el poder y "llevaron a cabo podas entre la población". Los primeros en sufrir los embates de los comunistas, escribe Bizot, fueron los campesinos, "desplazados y reagrupados en campos de trabajo forzado, cuando no eran diezmados por la hambruna, las enfermedades y la tortura".
 
Pero Bizot ya sabía de estos criminales antes de que tomaran el poder, pues fue apresado en 1971 por una de sus partidas. Los jemeres que lo capturaron estaban liderados por Douch, que andando el tiempo sería juzgado por crímenes contra la Humanidad.
 
Durante sus tres meses de cautiverio en plena selva durmió en el suelo, agarrado un trozo de tronco y soñando que los guardines le permitieran bañarse en el río. En ese lugar abominable hasta los animales contaban con más libertad que Bizot.
 
Finalmente Bizot fue devuelto a la libertad. No corrieron la misma suerte sus ayudantes camboyanos, Lay y Son, asesinados por sus captores dos meses después de que el francés abandonara el infierno. Quizá jugara en su favor, paradójicamente, su condición de extranjero, así como su dominio del idioma jemer y su coraje: hablaba con el jefe Douch de tú a tú y proclamaba su inocencia (le acusaban de trabajar para la CIA).
 
"Camarada, más vale una Camboya poco poblada que un país lleno de incapaces", le diría un día Douch. Bizot no calló. Bizot respondió: "Piensas en un método que haga al hombre feliz a su pesar. ¿Cuándo dejaremos de dar muerte a los hombres en nombre del hombre?".
 
Bizot recuperó la libertad, hemos dicho. Consiguió ejercer de traductor para la embajada francesa. Fue entonces que tuvo noticias de primera mano del infame Nhem, otro jefe jemer, éste con mando en plaza en el frente norte de Phnom Penh. Nhem no se paraba en barras; por supuesto, tampoco lo detenían cosas como el derecho de asilo. Resulta verdaderamente angustioso leer cómo se entregó a gentes indefensas y refugiadas en embajadas a semejante carnicero. Igualmente angustioso es adentrarse en el relato de la huida del país de miles de extranjeros.
 
Más de 30 años después, Bizot regresó a Camboya (1999). Decide entrevistarse con Douch, por entonces encarcelado. Apenas obtuvo de él un croquis del emplazamiento del campo en que fue recluido allá por 1971. También supo del destino que corrieron Lay y Son.
 
Escrito impecablemente, El portal da cuenta de los inicios del terror rojo. Para conocer lo que pasó a partir de 1975, año en que desató el fervor genocida de las hordas de Pol Pot, habrá que acudir a otra parte, al interesante ensayo de Daniel Rodríguez Herrera 'Los campos de exterminio'.
 
En una cita sensacional, el erudito Erik von Kuehnelt-Leddihn advertía de que las promesas de abundancia del comunismo tenían un final trágico. No sabrán de economía los comunistas, ni de cómo funciona la sociedad, pero se han revelado siempre insuperables a la hora de encarcelar y asesinar.
 
 
FRANÇOIS BIZOT: EL PORTAL. PRISIONERO DE LOS JEMERES ROJOS. RBA (Barcelona), 2006; 267 páginas.
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