Menú
Luis Herrero Goldáraz

Curso rápido para entender la falacia educativa

Hoy hay distintas formas de cultivar una buena educación. Desgraciadamente, la que ha diseñado nuestro Estado no parece ser una de ellas.

Hoy hay distintas formas de cultivar una buena educación. Desgraciadamente, la que ha diseñado nuestro Estado no parece ser una de ellas.
Exámenes de la EBAU en el último curso escolar | Europa Press

En el fondo todos sabemos que tienen razón, aunque hagamos como que no las escuchamos y prefiramos fingir que las cosas no se ajustan necesariamente a lo que nuestras madres determinan porque sí. Hemos experimentado tantas veces esas formas suyas de acertar siempre —esa manera de encontrar el Ketchup en la balda de la nevera que hace sólo unos segundos hemos visto vacía; esa fijación con la que adivinan nuestras mentiras antes incluso de que se nos haya ocurrido engañarlas—, que llegamos a la conclusión de que no es que nuestras madres sean más sabias que nosotros, es que lo son por encima de la propia realidad, que se pliega a sus deseos y se enmienda a sí misma si alguna vez se descubre desmintiéndolas sin querer.

Por norma general, los caprichos de una madre velan por el beneficio de sus hijos. De ahí que tenga algún sentido, aunque nosotros no se lo encontremos, el que las primeras madres de la historia decidiesen institucionalizar aquello de que el éxito sin esfuerzo sea un fracaso, en realidad. Desde entonces, todo ha seguido el mismo patrón. "No hay atajos en la vida", nos repiten. "Quien aspira a un cinco sólo puede suspender". Y nosotros las negamos todo el rato, cómo no, igual que santo Tomás.

Estos días uno ve los datos de la OCDE, tan alarmantes, y no puede más que reconocer lo obvio: la explicación del fracaso educativo español es tan sencilla como que hemos querido llevarle la contraria a esa ley no escrita que lleva funcionando desde la primera bronca que Eva le echó a Caín, nuestro verdadero patrón nacional.

¿Cómo entender si no el extraño caso de este país, que rebaja año a año las exigencias escolares y ni así consigue maquillar las cifras de jóvenes con el bachillerato acabado? El engaño, creo yo, está en medir la salud de nuestra educación en función del "éxito" de nuestro sistema educativo, dos cosas que no sólo no son lo mismo sino que suelen llevarse la contraria.

A mí, personalmente, el hecho de que un 28% de adultos jóvenes españoles no tengan el equivalente formativo a una FP de grado medio no me preocupa demasiado. Bastantes ejemplos hay de millonarios sin títulos como para entender a quienes consideran que terminar de formarse es una pérdida de tiempo. Lo que me preocupa es, precisamente, que hayamos diseñado la educación en función de la promesa del "éxito laboral" futuro, sabiendo que por "éxito laboral" nos referimos a tener un buen trabajo; y por "tener un buen trabajo" a ganar más dinero que el vecino haciendo menos, a poder ser.

El mercado laboral funciona como cualquier otro mercado, al fin y al cabo. Esto quiere decir que premia lo eficiente por encima de lo complejo. Y explica por qué la buena educación tiene poco que ver con lo que cada uno cobra, en general. Una buena educación es exigente por definición, un trabajo bien remunerado no necesariamente. Y así podríamos seguir.

La conclusión más lógica es sentenciar que la educación va por otro lado. Y ya está. Que responde a otros esquemas, ajenos a la productividad. Arranca con el descubrimiento personal de que el esfuerzo es fructífero de por sí, aunque no sea medible. Y llega después a otras áreas que son infinitas por su diversidad. Lo que hace es abrirnos los ojos a través de la experiencia ajena. Y después nos guía por el mundo y nos ayuda a comprender. Nos dice, por ejemplo, que la historia es necesaria si queremos conocer no el pasado de los pueblos, sino las infinitas formas que tenemos de cometer el mismo error. O que la ciencia es la constatación de que la verdad existe aunque sea poliédrica, y que siempre habrá cuestiones que se nos escaparán.

Una persona bien educada reconoce el valor de la tradición y entiende que el progreso poco tiene que ver con esa visión sesgada del futuro como un camino obligatorio hacia la redención. No niega las injusticias, ni pretende llevar a cabo la imposible hazaña de erradicarlas de la tierra. Así que prefiere prevenirse de cometerlas ella misma, sabiendo que tendrá que sobrellevar las que sin duda le tocará sufrir. El éxito lo buscará en otros lados, pero no se lo exigirá a su propia formación. Y esto lo hará porque habrá entendido que nada está garantizado nunca, salvo aquello que se aprende de verdad.

Hoy hay distintas formas de cultivar una buena educación. Desgraciadamente, la que ha diseñado nuestro Estado no parece ser una de ellas.

Temas

En España

    0
    comentarios