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Miguel del Pino

No toquen los olivos. ¡Ni uno más!

Van proliferando los "huertos solares" que implican la tala de olivares centenarios. Ha empezado la fase más destructiva de la llamada "transición energética".

Van proliferando los "huertos solares" que implican la tala de olivares centenarios. Ha empezado la fase más destructiva de la llamada "transición energética".
Imagen de archivo de un huerto de paneles solares, en Beneixama, cerca de Alicante. | Cordon Press

La alarmante noticia llega del bello pueblo de Almodóvar del Campo: puerta hacia el corazón del Valle de Alcudia situado en el mismo pie de monte de la sierra. Tierras de extraordinaria belleza, riqueza paisajística, faunística y cinegética: buena tierra habitada por buena gente.

Un olivar centenario arraigado en tierras muy fértiles, formado por cinco mil ejemplares, todos sanos y vigorosos, está condenado a la desaparición y parece que algunos de sus árboles han sido ya arrancados; un "huerto solar" sustituirá en breve al manto verde y productivo del Olea europea, ilustre descendente del mediterráneo acebuche: no solo autóctono, sino noblemente mediterráneo.

La destrucción de los olivares españoles es una vieja aspiración de nuestros competidores europeos en la producción y comercialización del "oro verde", pero hace años tenían mucho más difícil alcanzar sus objetivos. Cuando algún comisario europeo venía a sermonear a nuestros olivareros para aconsejarles, en sacrificio a las PACS de turno, que talaran sus olivos para reconvertirse en cultivadores de girasol, alguno estuvo a punto de dar con sus huesos y tejidos adiposos en el pilón de la plaza del pueblo.

Pero hoy las cosas han cambiado de manera alarmante; la tala de olivos centenarios, auténtico sacrilegio ecológico, no se propone y ejecuta en nombre de supuestas mejoras en economía y rentabilidad agrícola, sino de la adoración al "cambio climático".

Hemos tocado sagrado: cualquiera se opone a nada que pueda frenar los mecanismos de obtención de las llamadas "energías verdes". Ni la ancianidad venerable de los olivos y otras especies arbóreas, ni los valores faunísticos y paisajísticos, ni el mismísimo lucero del alba, son capaces de poner freno al monstruo publicitario que atropella la supuesta razón de la tropelía ecológica.

"Estamos en la fase ejecutiva del embuste"

Llevamos varias décadas soportando el aluvión mediático que ampara la teoría del cambio climático de origen antropogénico y la necesidad de renunciar a nuestro desarrollo para supuestamente "salvar el planeta", pero es muy reciente la percepción popular de que nos vemos abocados a sufrir importantes cambios en nuestro bienestar, como la elevación de los costes energéticos o la incitación a cambios alimentarios: estamos llegando al desenlace de un camino hacia el desastre.

"Transición ecológica"... ¿quiere decir "transición a la ruina"? Cabe esperar la reacción de una sociedad engañada por falsas profecías catastrofistas. Es posible que sea la energía nuclear quien evite el final de la sociedad del bienestar, salvo que en pocos años se desarrollen fuentes todavía mejores, pero para entonces es fundamental evitar que se produzcan alteraciones irreversibles en nuestro ambiente a causa de las modificaciones para la impuesta "transición ecológica".

La tala de árboles centenarios es uno de los atentados contra la Naturaleza de carácter irreversible, al menos a corto y medio plazo. No podemos esperar doscientos años para recuperar la belleza del olivar o del encinar convertidos en un mar de espejos de boro, aluminio y litio cuando tales ecosistemas arbóreos mediterráneos y otros similares sean destruidos para dar paso a "huertas solares". Será tarde para lamentaciones sobre las consecuencias de la especulación supuestamente ecologista.

La obsesión por evitar la contaminación atmosférica está conduciendo a la insensibilidad para valorar otros impactos ambientales nada despreciables, como los valores forestales, faunísticos y paisajísticos. "Huertas solares" y "molinillos" eólicos son discutibles, los segundos mucho más que discutibles, en cuanto a rentabilidad energética, y unos y otros son preocupantes agentes destructores de valores ecológicos nada despreciables.

Pronto nos encontraremos ante la necesidad de desmontar y almacenar los residuos, metálicos y plásticos de aquellas instalaciones energéticas nada o poco rentables que se están instalando con base en la especulación y sin preceptivos estudios de impacto ambiental realmente concluyentes. Podremos, con esfuerzo desde luego, retirar y reciclar en parte la basura de las instalaciones solares y eólicas supuestamente limpias, pero quedará fuera del alcance de las inmediatas generaciones humanas recuperar los valores botánicos, faunísticos y paisajísticos perdidos.

No se trata de renunciar a la energía solar, considerada como complemento urbano, por ejemplo en tejados de viviendas unifamiliares o instalaciones industriales, pero mucho cuidado con la plantación de mares de paneles en terrenos fértiles agrícolas o forestales; ni estos, ni las zonas agrestes de alto valor paisajístico pueden ser considerados "parques industriales difusos".

Por mucho dinero que genere su especulación, aunque el montante de la misma pueda resultar aplastante para los razonamientos ambientales.

Volviendo a la necesidad de conservar los olivares ibéricos y de defender los derechos de comercialización de su fruto frente a la fuerte competencia de otros países mediterráneos, parece conveniente recordar algunos valores ecológicos de este ecosistema forestal domesticado, como su capacidad para servir de refugio y santuario de nidificación a más de doscientas especies de aves.

Eliminado el olivar y expulsada del mismo su avifauna, solo podrán sobrevivir sobre las "huertas solares" que no resulten rentables algunas especies como el "pardillo humano" que se dejó engañar y vendió sus derechos ecológicos heredados de sus mayores por un puñado de monedas.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales

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