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Pablo Molina

Gracias, Piqué; contigo empezó todo

Gracias, Bertomeu; gracias, Piqué. Que os den… la independencia.

Gracias, Bertomeu; gracias, Piqué. Que os den… la independencia.
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Las lágrimas de Piqué ante el temor (ciertamente infundado) de que no pueda vestir la camiseta de un país ajeno al suyo es fiel reflejo de la eterna Cataluña llorona, víctima de agravios inventados para justificar sus abusos, que desde el pasado domingo vive en un estado de histeria colectiva sin parangón. En Cataluña llora Junqueras, lloran los Mossos y llora Piqué, en un delirio sentimental que lleva a que señores de edad provecta enloquezcan al ver una bandera de España y a que empleados de una de las principales entidades bancarias del país, vestidos con traje y corbata, salgan a la calle a entonar los mismos cánticos batasunos que las juventudes de la CUP.

No está claro cómo se va a resolver el tremendo carajal organizado en este proceso de sedición –si es que se resuelve algún día–, pero lo cierto es que escenas como las de Piqué y el papelón desempeñado estos días por el presidente de su club nos han permitido a miles y miles de culés del resto de España poner fin sin el menor trauma a nuestra relación sentimental con unos colores deportivos que sentíamos muy nuestros.

Mi abuelo me compró la camiseta de Johan Cruyff en 1973, tras superar una operación de apendicitis a vida o muerte. Desde entonces he sido del Barça, proeza al alcance de muy pocos porque hay que tener la disciplina mental de un espartano para ser seguidor de un club presidido por José Luis Núñez, que juntaba a los jugadores del primer equipo en el vestuario antes de salir a jugar contra el Madrid y, arrasado por las lágrimas (él también lloraba mucho), les hacía jurar que ganarían el partido, única alegría anual del barcelonismo, porque los fracasos europeos eran la nota habitual. Eso por no mencionar ridículos espantosos como la final de la Copa de Europa ante el Steaua de Bucarest, bochorno inolvidable que nos persiguió durante meses y al que tuvimos que sobreponernos tirando de dignidad. Piqué no lloraba entonces; nacería un año después.

Laporta puso el listón muy alto en la identificación del Barcelona con el separatismo catalán, pero la ruptura no había llegado a consumarse y creíamos que todavía había margen para recuperar la normalidad. Sin embargo, Bartomeu y Piqué se han encargado este fin de semana de despejar todas las dudas y, entre los dos, han convertido al FC Barcelona en un equipo que, voluntariamente, ha destrozado (o llenado de escupitajos, tratándose de Piqué) todos los lazos que le unían con los aficionados de fuera de Cataluña, que éramos multitud.

Es como cuando dudas entre separarte o no de tu pareja y de pronto te la encuentras encamada con la mitad de los vecinos de tu comunidad. Ahí se acaban todas las dudas y la decisión cae por su peso con absoluta tranquilidad. Eso es lo que han hecho Piqué y Bartomeu este pasado domingo, un gesto que muchos estamos obligados a agradecerles porque, con su insondable estupidez, han suprimido de un plumazo todo el dramatismo de una decisión vital.

Gracias, Bartomeu; gracias, Piqué. Que os den… la independencia. A vosotros y a vuestro club, que ya nunca más será el nuestro. Joder, qué felicidad.

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