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Pablo Molina

Los Bardem se hacen la autocrítica

La deformación profesional explica que esta familia sea almodovariana incluso cuando trata de sus asuntos del vil metal.

La deformación profesional explica que esta familia sea almodovariana incluso cuando trata de sus asuntos del vil metal.

El restaurante de la familia Bardem, al que en un arrebato de genialidad dieron en llamar La Bardemcilla, cesa en su actividad para desgracia del afamado sector hostelero de Madrid. Esto no sería más que otro ejemplo de la muy lamentable situación por la que atraviesa nuestra economía, con cientos de pequeñas empresas cerrando sus puertas a diario, si no fuera por el comunicado que la familia ha hecho público en torno a ciertas acusaciones de leso progresismo en el tratamiento del despido de sus empleados.

Resulta que los medios se habían hecho eco de la presentación de un Expediente de Regulación de Empleo en La Bardemcilla según establece la actual legislación laboral, contra la que los bardemcillos se han manifestado en repetidas ocasiones por constituir un ataque de la derechona contra la clase trabajadora, los derechos sociales, el cambio climático, etc. En otras palabras, se recriminaba a los Bardem el haber actuado como UGT o CCOO a la hora de despedir a sus empleados. Podrían haber hecho como los dirigentes sindicales de izquierdas y aducir el estricto cumplimiento de la ley contra las acusaciones de hipocresía, porque, en última instancia, todos estamos obligados a cumplir las normas emanadas del Parlamento, por más que nos disguste su contenido. Sin embargo, los Bardem, quintaesencia del progresismo patrio, no iban a admitir que en algún momento se dejaron tentar por la posibilidad de ahorrarse unos cuartos en el proceso de despido de sus trabajadores. La consecuencia es un comunicado absolutamente acojonante en el que echan toda la culpa a la administradora única de la empresa, casualmente su hermana, por no entender bien las instrucciones de sus parientes.

Según la nota hecha pública, la pobre Mónica Bardem recibió el mandato de chapar el chiringuito sin ninguna indicación accesoria del resto de los socios, su madre y sus hermanos, en el bien entendido de que, perteneciendo a una familia de tanto progreso, instintivamente llevaría a cabo los procedimientos de despido de los currelas sin atender a las disposiciones decretadas al efecto por un Gobierno facha. Sin embargo, todo parece indicar que la susodicha hizo más caso al rigor tangible de las matemáticas que a la evanescencia de una cierta ética social, de forma que decidió optimizar los recursos financieros de la empresa ajustando ese último trámite a lo dispuesto en la legislación del ramo.

Sea por las prisas o por lo embarazoso de la situación, los Bardem revelan descuidadamente su enfado en la nota cuando afirman haber "dado instrucciones claras (sic) a la administradora de la compañía" sobre este asunto, señal de que le han metido a su hermana/hija una bronca de narices. Más adelante, en el mismo párrafo explican que le han ordenado "liquidar las indemnizaciones que por ley están establecidas a cada uno de los trabajadores", y en la siguiente frase afirman que esas indemnizaciones "superan incluso las cantidades que fija actualmente la ley". ¿En qué quedamos? ¿Van a indemnizar a los trabajadores de acuerdo con la ley o de forma más ventajosa? Y si es lo primero, ¿para qué ordenan a su hermana entonces paralizar el ERE, efectuado según esa misma legislación?

Los empleados de los Bardem tienen que estar en estos momentos corroídos por la incertidumbre, pero peor aún lo debe de estar pasando la buena de Mónica, a la que el resto del clan ha hecho una autocrítica que ella misma ha dado por buena, suscribiendo el ocurrente comunicado junto a todos ellos. La deformación profesional explica que esta familia sea almodovariana incluso cuando trata de sus asuntos del vil metal. 

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