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Pablo Planas

Europa y la mujer barbuda

Europa como sustancia política y electoral puede parecer un proceso ampliado del Eurovision Song Contest que, sin embargo, conviene tomarse en serio.

Europa como sustancia política y electoral puede parecer un proceso ampliado del Eurovision Song Contest que, sin embargo, conviene tomarse en serio.

La parada de los monstruos es el título en español de la película Freaks (1932), la obra maestra de Tod Browning, que contó con un prodigioso elenco de fenómenos humanos reclutados en el circo de los Ringling Brothers. En la cinta, la mujer barbuda es un personaje anodino, rodeada de amputados severos, enfermos de microcefalia, siamesas y demediados. En ese contexto, una fémina con hiperplasia suprarrenal congénita debía de ser una rareza menor en el orden físico, al margen del impacto mental que pudiera causar en las pacientes. Frida Kahlo y las mujeres lusitanas exhibieron su vello facial sin complejos. En el caso de la pintora mexicana, la poblada pelusilla era un manifiesto facial contra los convencionalismos, mientras que el famoso bigote de las nacionales del país vecino era una forma de afirmar su origen europeo frente a las negras, mulatas e indígenas de las colonias portuguesas, cuyas anchas caderas y lampiños cuerpos expresaban una ventaja evolutiva poco o nada apreciada en los siglos XVIII, XIX y buena parte del XX.

En tiempos de la depilación por láser, ya casi no quedan mujeres barbudas, por lo que la previsible victoria de Conchita Salchicha en Eurovisión ha causado una conmoción notable. Ha triunfado el frikismo, fiesta grande en casa de Sheldon Cooper, el más rarito de The Big Bang Theory. Conchita Salchicha es el nombre artístico de un cantante austriaco que actúa como drag queen con la peculiaridad de lucir una tupida barba natural, aunque parezca de geyperman. El guiño visual es tan evidente como la carga salaz del nombre, un tributo a la fusión de géneros, al hermafroditismo y al tercer sexo, todo ello envuelto en las gasas bizarras del esbozo original de Europa, el Festival de Eurovisión, cuya primera edición fue de 1956. Hablamos del programa más antiguo en antena, un fenómeno de espectro continental que en tiempos fue más importante para la identidad común que la Copa de Europa de clubes de fútbol.

Así que Conchita Salchicha es Miss Europa, la reina de la canción, la belleza y el glamur. El joven Thomas Neuwirth, que así se llama el artista -segundo en la operación triunfo austriaca de hace unos años-, expresa con naturalidad la indefinición del viejo continente, de modo que se ha tendido a categorizar su irrupción catódica como un alegato a favor de la diversidad. Será, pero también es una metáfora de la realidad cambiante, contradictoria, fenomenal e inextricable de la arquitectura europea, una compleja síntesis de burocracia y mercado en la que la política es lo de menos, como el sexo es lo de menos y a la vez lo más importante del caso de Conchita.

Europa como sustancia política y electoral puede parecer un proceso ampliado del Eurovision Song Contest que, sin embargo, conviene tomarse en serio, tanto por lo que supone en clave interna como por la importancia propia de los expedientes comunitarios: fronteras, inmigración, aranceles, bancos, euros, cuotas y leyes. Por lo demás, la auténtica mujer barbuda no es Conchita Salchicha sino la napolitana Magdalena Ventura, modelo de uno de los cuadros más extraños y espléndidos de José de Ribera, Lo Spagnoletto. Magdalena, que además era calva, da de mamar a una criatura en presencia de su esposo, Felici di Amici. En 1631.

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