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Pablo Planas

Juicio charlotada

Llamar juicio a lo de Artur Mas en el TSJC es como decir que Corea del Norte es una de las democracias más avanzadas del mundo.

Llamar juicio a lo de Artur Mas en el TSJC es como decir que Corea del Norte es una de las democracias más avanzadas del mundo.
EFE

Llamar juicio a lo de Artur Mas en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) es como decir que Corea del Norte es una de las democracias más avanzadas del mundo. El retraso de más de media hora de los acusados, la procesión de 75 minutos por las calles de Barcelona con paradas en el Fossar de les Moreres, el Borne y el Arco del Triunfo y la rave a las puertas del juzgado eran motivos más que suficientes para suspender la vista.

El tribunal prefirió hacer la vista gorda tal vez para evitar males mayores si resultaba perjudicado el derecho al espectáculo de los manifestantes, la perfecta coreografía de la épica entrada al juzgado de Mas, Joana Ortega e Irene Rigau, su homérica salida, la arenga del mártir desde una plataforma frente al edificio donde se le juzga y la demostración de chulería a preguntas de su abogado. Chulería relativa porque a efectos políticos se consideró autor intelectual del 9-N, pero no a efectos penales. Los ejecutores fueron los demás, otros, los "voluntarios". La Asamblea Nacional Catalana de Fuenteovejuna se ocupó de todo.

Fue el torero catalán Carmelo Tusquellas, que debutó de novillero en la plaza de Vich con el apodo de el Relojero, quien popularizó en 1917 el término charlotada. Tusquellas se había decantado por el toreo bufo y disfrazado de Charlot consiguió una fama internacional extraordinaria. Viene a colación Tusquellas porque lo más contenido que se puede decir del conjunto de circunstancias del juicio es que confluyeron en una charlotada, con perdón de los que se dediquen al torero bufo si es que queda alguno.

Si los magistrados hubieran privado al numeroso público (menos del que declara la empresa y mucho concejal, que los hay a miles) del espectáculo, lo mismo se monta la de Barrabás o la del 25 de julio de 1835, la bullanga de Santiago, cuando el público de la plaza de toros de la Barceloneta se lió a quemar conventos y perseguir frailes a modo de protesta por la falta de casta del ganado de la corrida del día.

Aquella vez, por cierto, las autoridades también hicieron la vista gorda. Algunos militares y policías se unieron a la revuelta porque el clero no gozaba de gran popularidad y los bomberos municipales aparecieron horas más tarde para refrescar las cenizas. Hubo un par de detenidos días después, pero nunca fueron juzgados. Y eso es precisamente de lo que se trata.

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