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Pedro de Tena

Catalibanes y la exhumación de Dalí

'Catalibanes' refleja con singular maestría metafórica la irracionalidad que una minoría de catalanes quiere imponer a los demás y al resto de los españoles.

Estupefacto continúo con la orden de exhumación del cadáver de Salvador Dalí y espero que tamaño hecho sirva para hacer justicia. Si hay paternidad, sea reconocida. Si no la hay, sean castigadas la irresponsabilidad y la negligencia. Pero, en fin, aprovechemos el acontecimiento para poner de manifiesto el despeñadero por el que se arrojan los catalibanes, término que refleja con singular maestría metafórica la irracionalidad que una minoría de catalanes quiere imponer a los demás, la mayoría, y al resto de los españoles.

Los talibanes, yihadistas inclusos por derecho propio, atentaron contra el arte y contra la historia, desde la destrucción de los Budas de Bamiyán al templo de Bel en Palmira. Los catalibanes del siglo XX y XXI han procurado destruir a Salvador Dalí y su historia mediante la desmemoria y el olvido porque ni el pintor ni su familia fueron nunca nacionalistas. Al contrario, amaba a Cataluña – era un catalán evidente de los bigotes a los pies– amando a España. Algo tuvo que temer de los nacionalistas cuando legó a su muerte en 1989 su patrimonio artístico a España, no a la Generalidad.

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Pero ya que estamos en plena exhumación refiramos que cuando murió la hermana y primera modelo del genio de Cadaqués, Ana María Dalí y Doménech, pocos meses después, en mayo de 1989, se publicó una necrológica en El País. En ella, una amiga narraba un cuento de hadas sobre Dalí, su hermana, Federico García Lorca y aquella generación. "Hijita de los olivos y sobrina del mar" la dibujó Lorca, que murió sin conocer qué le ocurrió a su "sirena y pastora" poco después. Ni una palabra de la pieza mortuoria se dirigió a puntear siquiera los conflictos entre hermanos y, muchísimo menos, a recordar cómo Ana María Dalí fue torturada en prisiones catalanas por el izquierdismo separatista.

Parece difícil de creer, pero en la Cataluña de 1938 podía pasar de todo. Puestos a exhumar, digamos que el 4 de diciembre de 1938 Ana María Dalí fue arrestada por el bando republicano bajo la acusación de espionaje. Hay un documento definitivo, que es la ficha de la propia Ana María, que se decía mecanógrafa, en la Hermandad de Cautivos por España. En esa ficha aparece la foto de la entonces joven de 31 años. Estuvo detenida 17 días, 14 de ellos en la checa de la calle Zaragoza de Barcelona. Como consecuencia de aquellos malos tratos y vejaciones, sufrió una fuerte depresión nerviosa. Nunca perteneció a partido político alguno, pero era de familia acomodada y no militó en el separatismo.

Sabido es que, poco antes de morir, Dalí, amigo de Josep Pla, exclamó en catalán aquel famoso "Viva el Rey, viva España y viva Cataluña". No sé si tendrá alguna calle en alguna parte de Cataluña, pero desde luego, casi 30 años después de su muerte, no tiene ni calle ni plaza ni glorieta ni nada en Barcelona. Está claro que el pintor de Figueras, que fue al final de la guerra capital de la II República, no fue nunca de los catalibanes, sino de él mismo y de los nuestros. Y como no será ya nunca de los suyos, le ignoran y entierran todo lo que pueden. Pero, llegado el tiempo de las exhumaciones, todo vuelve a la luz, como los finos bigotes de las diez y diez.

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