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Pedro de Tena

Efectivamente, sí se puede

La nación española tiene un problema, porque los hechos han demostrado que destruir sus instituciones es bien fácil.

Creía don Julián Besteiro al final de la guerra incivil perdida por las izquierdas en 1939 que

pensar en que media España puede destruir a la otra media sería una nueva locura que acabaría con toda posibilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional, o mejor, con una destrucción completa de la personalidad nacional, peligro que hemos corrido y del cual hemos escapado, al parecer, poco menos que de milagro.

Pues lo siento, don Julián, porque, efectivamente, sí se puede. Fue lo que se intentó desde la proclamación de la II República; fue lo que se trató de hacer mediante una guerra incivil buscada por las izquierdas para aniquilar a los que no pensaban como ellos y es lo que ahora, muchos años después, unas izquierdas que no han aprendido nada de sus errores y que jamás han reconocido los daños causados ni pedido perdón por nada –ni siquiera por los casi mil muertos de terrorismo etarra– están perpetrando con un descaro sin limites, usando como ariete una minoría despótica apuntalada por los separatistas xenófobos, racistas e irracionalistas.

Quizá de las cosas que más me han impresionado en los últimos años es la suma facilidad con que una minoría supuestamente defensora de la democracia puede hacerse con el control del Estado y sus estructuras gracias a los propios mecanismos parlamentarios. Hemos podido comprobar cómo un partido, el PSOE, dirigido por quienes eran hasta hace bien poco una minoría dentro de su propia organización, ha logrado hacerse con el Gobierno sin que ninguno de los restantes partidos pueda impedirles que gobiernen autoritariamente hasta la llegada de las fechas electorales prefijadas, que podrían ser hasta en junio de 2020, esto es, dentro de dos años.

Mientras tanto, estamos asistiendo a un espectáculo, incluso soez y miserable, donde todo lo que se dijo antes de dar el golpe de censura se había dicho con engaño sistemático de la inmensa mayoría de los españoles, que asisten atónitos a la metamorfosis del "racista" Torras, el "Le Pen español", en un hombre de Estado, del ansiado Estado catalán, que grita desde su solapa que España es una dictadura donde hay presos políticos, donde se asiste a una especie campeonato nacional de gilipolleces (Carmen Calvo dixit, pixit, sexit), donde el dinero público es de cualquiera menos de los ciudadanos de la mayor parte de España, donde la Justicia da cada vez más miedo y pena, donde se miente sobre la educación en Cataluña, donde se traiciona la verdad sobre Machado y el separatismo, donde se vuelve a intentar ganar la guerra incivil que perdieron a pulso los que la provocaron y, por dejarlo ahí, donde se regala la televisión pública a un partido sin respeto a mayoría democrática alguna.

Podrá resultarnos a muchos impresentable. Pero es evidente que esto se puede hacer, que sí se puede hacer y que incluso Felipe González, al que Sánchez acusó de traición, y que conversaba con Albert Rivera dudando que Sánchez pudiera hablar más de media hora sobre España, dice ahora que este personaje despótico, lo está haciendo bien. Bien, ¿para qué? Bien, ¿para quién? Mientras tanto, la oposición se amuerma y se debilita, ensimismada y descolocada. La nación española tiene, pues, un problema, porque los hechos han demostrado que destruir sus instituciones es bien fácil. Que sí, que se puede hacer y se está haciendo incluso desde los decretazos de una minoría.

En España

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